Lo que S.O.F. nos da, S.O.F. nos lo quita
Vía Festival de Sitges
por reporter 10 de octubre de 2011
S.O.F. es el acrónimo que corresponde a la Sección Oficial Fantàstic, es decir, aquella en la que van a repartirse los principales premios en el Festival de Sitges. S.O.F. es donde hemos centrado hoy todos nuestros esfuerzos y neuronas, que a este ritmo, un año más, van a llegar a la línea de meta jadeando de lo lindo. Quejas a parte, hoy el guión exigía no despistarse en secciones secundarias, ya que si queremos que los números cuadren al final del certamen (es decir, haber visto todo lo premiable antes de que el Jurado dé a conocer su veredicto), tarde o temprano se tienen que volcar todas las energías en la Oficial, ese pobladísimo ser supremo que a veces nos cautiva, y a veces nos hace acordarnos de la familia de todos los miembros que componen el comité de selección.
Conclusión, si una jornada la dedicamos por completo a este dios (llamémosle así, para marcar jerarquía), lo más normal es que acabemos diciendo aquello de "todo lo que S.O.F. nos da, S.O.F. nos lo quita". Hablando en plata: por mucha oficialidad que quiera dársele al asunto, no estamos a salvo de cruzarnos con alguna sorpresa desagradable (por no emplear palabras más malsonantes). Pero como a fin de cuentas no nos gusta ver ni el vaso medio lleno ni medio vacío, vamos a quedarnos con la sensación de que ha habido tiempo para todo. Para desesperarnos, y para alegrarnos. De modo que, como solía decirse en la facultad de económicas: mejor empezar por las buenas noticias. El sentido de dicha afirmación, como casi todo en aquella carrera, no acababa de quedar claro, pero, como casi todo en aquella carrera, con tal de repetirlo en voz alta, ya se cumplía con lo que se esperaba del buen alumno. Apliquémonos el cuento.
En la carpeta de buenas sensaciones nos topamos con una película que los organizadores ya nos habían dado a entender de forma indirecta que no debíamos perdérnosla, al haber programadas tres proyecciones de ésta (nótese que no es habitual que un filme se proyecte más de dos veces, y mucho menos en un certamen tan cargado como este). A la primera no pudo ser; tampoco a la segunda, pero a la tercera fue la vencida. No ha sido en vano la persecución a la que la hemos sometido, ya que los rumores no mentían: 'Attack the Block' efectivamente tiene derecho a considerarse como uno de los filmes de culto de la temporada... y en un ambiente tan propicio como el que siempre ofrece Sitges, simplemente se crece. Cuidado, no es tan espectacular como la reacción del público podría dar a entender, pero sin duda merece nuestro aprecio.
La ópera prima de Joe Cornish (en la imagen) podría definirse como una prima hermana de la spielbergiana 'Super 8', de J.J. Abrams. Eso sí, vendría a ser aquel relativo que en las comidas familiares avergüenza y pone de los nervios al patriarca... pero divierte -¡y de qué manera!- a los más jóvenes de la casa. 'Attack the Block' es puro desenfreno, y a los cinco minutos ya está servida una delirante invasión alienígena que se mueve a ritmo de hip-hop y música electrónica, en un típico fish tank en el que para más inri, convive un iracundo mafioso, y su orondo secuaz (siempre es más que bienvenida la presencia de Nick Frost, aunque sea en forma de semi-cameo).
Los protagonistas de la función son unos chavales tan maleducados como entrañables, que vendrían a ser la respuesta brit a los incombustibles mocosos de South Park. Estos niños que se atribuyen demasiada precocidad son los típicos a los que nadie invitaría a su casa (por miedo a los posibles destrozos) pero que de buen seguro todos seguirían sus pasos de bien cerca, sólo para ver qué pasa. Lo que pasa aquí es una batalla sin cuartel que nunca decae en intensidad, simpatía, ingenioso referencialismo pop y si la ocasión lo requiere, crueldad. Elementos que bien removidos, como es el caso, causan el éxtasis generalizado en el Garraf.
No ha llegado a tanta intensidad, pero también se ha hecho con el favor del público (con merecimiento, ya lo avanzamos), otro debut fílmico. El de Mike Cahill, que hace sus primeros pasos en la ficción con una de las propuestas más impactantes de este año. El título, 'Another Earth', no podía ser más explícito, ya que en efecto, la historia tiene como punto de partida el descubrimiento por parte de los científicos de un planeta que resulta ser idéntico al nuestro. Lo bañan los mismos océanos, lo ocupan los mismos continentes y lo habita la misma gente. Una especie de espejo cósmico que, antes que se echen a volar las expectativas, no es más que un colosal macguffin, del mismo modo que lo eran los monstruosos alienígenas de la infravalorada 'Monsters', de Gareth Edwards.
Este plot device celestial es el que no obstante marca las reglas del juego, rigiendo las relaciones que va a establecerse entre los personajes, siendo así una excusa muy bien elaborada para emplear la ciencia-ficción, y para sorprender de paso al respetable, algo que en estos tiempos de escasez creativa nunca está de más. De tono azulado ideal para remarcar la melancolía de la trama, hay que lamentar que la estética y la narrativa se identifiquen tan descaradamente en demasiados tramos con esos tics indies made-in-Sundance (no en vano, hablamos de una de las sensaciones de la última edición del festival apadrinado por Robert Redford), que por pura moda, han acabado convirtiéndose en un mainstream alternativo -valga la contradicción- al que ya empieza a vérsele la fecha de caducidad. A pesar de ello, la cinta sigue manteniendo el atractivo, y su original punto de salida no pierde fuerza, en lo que es una interesante metáfora sobre las segundas oportunidades, que además a buen seguro abrirá muchos foros de debate en la red. Justo lo que se espera de la buena ciencia-ficción, por muy disimulada que esté.
Para cerrar el capítulo de experiencias placenteras, acudimos al que a estas alturas es ya una auténtica garantía de calidad: el veterano Michel Ocelot, consagrado maestro de la animación europea que vuelve a maravillarnos con 'Les contes de la nuit', película que forma un exquisito díptico con la también suya 'Príncipes y Princesas'. El funcionamiento es exactamente el mismo: dos jóvenes y un anciano se quedan en una oficina hasta altas horas de la noche, y allí escenifican cuentos de las más variadas procedencias y temáticas. También se repite la estética, un brillante juego de sombras chinas, claro homenaje al cine de la pionera Lotte Reiniger. Son las imágenes las que suponen el principal reclamo, y al mismo tiempo plantean una vez más la conveniencia de enfundarse las malditas gafas para ver en 3D, una tecnología incompatible con las excelsas dos dimensiones teatrales que tanto domina Ocelot.
Esta es afortunadamente la única queja que puede hacérsele a 'Les contes de la nuit', película que en palabras de su propio autor, está concebida para el gozo del espectador, y para que éste disponga del sagrado derecho a reflexionar. Así es, del México azteca al Caribe más africanizado pasando por la Francia medieval y otros maravillosos destinos, Ocelot filma con maestría seis relatos breves deslumbrantes, con moraleja y la dosis justa de entretenimiento, y cuyo aire naïf no es un impedimento para estimular al público, sin importar cuál sea su edad. Lo aprendimos en la entrañable saga de Kirikú, y lo hemos asimilado como nunca en esta pequeña pieza de orfebrería animada.
Sintiéndolo mucho, hasta aquí las buenas sensaciones. Abramos el cajón de los horrores con las dos cintas que han cerrado hoy el concurso en la Sección Oficial. Por una parte, 'The Sorcerer and the White Snake', que por desgracia no está dedicada a la mítica banda de rock, como podría indicar el título, sino a la historia de amor y aventuras entre un humilde comerciante, una diosa y un monje. El director del proyecto, Ching Siu-tung, que recibió el Premio Honorífico Màquina del Temps, declaró orgulloso antes de la proyección que su filme consta de 1800 planos, 1500 de los cuales tienen efectos especiales. En marcha todas las alarmas de peligro, porque nos guste o no, apoyarse exclusivamente en la magia digital, lo puede hacer sólo la industria norteamericana, y pocas más. Visto lo visto, la del gigante asiático deberá esperar, porque de momento lo único que consigue es que al público le duelan los ojos con un barroquismo -más bien rococó- visual que espanta y que entierra una "historia china de fantasmas" ya carente de cualquier encanto, y en la que deambula como alma en pena un Jet Li que, como el cineasta al que obedece en esta ocasión, conoció tiempos -mucho- mejores.
Por otra parte (y terminamos ya con el suplicio, palabra) la irlandesa 'The Other Side of Sleep' cuenta con el dudoso honor de ser de la primera película abucheada de esta edición de Sitges. Muy tímidamente, eso sí, pero se han oído silbidos, que en esta cita cinéfila sólo aparecen cuando lo proyectado es rematadamente malo. La cinta de Rebecca Daly no llega a estos extremos, pero sí que (leves pinceladas oníricas a parte) no ofrece ningún argumento para haber entrado en este festival. El terror directamente no está, y el fantástico, sólo si se le quiere encontrar entre tanta maleza. Lo que sí había en aquella sala eran ganas de que todo terminara. Hay quien aguantó estoicamente, para expresar al final su descontento, y hay quien optó por abandonar el barco. Mientras, Daly se dedicaba a torturarnos con la plomiza y confusa historia de un asesinato en elipsis, y de cómo éste afecta a un pequeño pueblo, y a la protagonista de la función. Todo el impacto emocional que juraba buscar la directora se lo debió guardar para ella sola, porque en el patio de butacas, lo único se vieron fueron bostezos.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas