La repesca al rescate
Vía Festival de Sitges
por reporter 11 de octubre de 2011
Despedíamos ayer la actualización de Sitges con un regusto amargo. La Sección Oficial Fantàstic no había terminado de concretar las buenas sensaciones del principio de la jornada, y éstas terminaron ahogándose en un mar de dudas, la mayor parte de las cuales concerniendo a los criterios por los que se guía el comité de selección a la hora de permitir la entrada de ciertas películas a este certamen. Como si algún mandamás hubiera oído nuestras quejas (algo altamente improbable), hoy el festival ha vivido una especie de reivindicación. Un puñetazo sobre la mesa para marcar territorio; para sacar pecho de nuevo.
Si para ello hay que irse de repesca (aquella que tantas alegrías dio a nuestra selección en tiempos que parecen mucho más lejanos de lo que realmente son), que así sea. En el Zinemaldia de San Sebastián a eso lo llaman Perlas de Zabaltegi, y resulta ser (más aún en las última ediciones) una de sus mejores secciones, ya que en ella se proyecta sólo películas de contrastado éxito; películas que ya han dejado huella en otros festivales. Una táctica muy conservadora, sí, pero como tal, una apuesta segura que, llegado el momento, puede levantar los ánimos a un público al que empieza a notársele el agotamiento, pasado el ecuador del festival. Así que, ya pueden empezar las repescas, la tres primeras directamente llegadas de Cannes.
La primera de ellas sigue en la senda marcada por la muy recomendable 'Thirteen Assassins', que debería ser recordada, más que por tratarse de un respetuoso y muy logrado remake de una célebre cinta nipona de la década de los sesenta, por marcar un punto de inflexión en la carrera de Miike, al mostrar éste una -más que bienvenida- madurez que, echando un rápido vistazo a sus títulos más relevantes hasta entonces, parecía que nunca se manifestaría. Con 'Ichimei', el director japonés vuelve a los años sesenta para rehacer en tres dimensiones la magnífica película de Masaki Kobayashi 'Harakiri (Seppuku)', que a pesar de eclipsar a su predecesora, es la excusa perfecta para seguir celebrando la entrada en madurez de Miike.
El inicio de su última película da buena fe ello. Siguiendo al pie de la letra la hoja de ruta marcada por Kobayashi, se presenta con elegancia y tensión al personaje de Hanshiro, un viejo samurai que acude a una casa noble para pedir efectuar allí la noble ceremonia del harakiri ("Cuanto más respetable sea la casa, más honor se conseguirá con el ritual"), no sin antes relatar detalladamente a sus ocupantes las razones que le han llevado a formular la petición en cuestión. Así se inicia una cada vez más enigmática a la vez que dramática narración construida a base de flashbacks, que sirve para que Miike vuelva a deslumbrar con una muy convincente recreación del Japón feudal... y quede retratado ante el antecedente. En efecto, el conjunto se tambalea peligrosamente cuando decide alejarse del camino propuesto por el original, una decisión que desemboca en ideas que lastran el desarrollo de la historia, y que marginan algunos de los conceptos más fascinantes planteados por el guión que escribió hace casi medio siglo Shinobu Hashimoto. La recuperación del chambara clásico técnicamente es envidiable, pero demasiado plana.
La segunda captura del día ha sido 'Trabalhar cansa', primer largometraje de la dupla Marco Dutra & Juliana Rojas, que nos presenta a una familia que pasa por serios apuros económicos, fruto del reciente despido del trabajo del padre, y de la apertura de un negocio ruinoso por parte de la madre. Es una historia que se mueve entre el drama social y la comedia familiar, y que se permite alguna que otra pincelada desconcertante de terror. Una mezcla aparentemente atractiva, pero que se ve lastrada por un desarrollo demasiado confuso, que pone a prueba la paciencia del público menos acostumbrado a este tipo de propuestas tan alejadas del mainstream marcado desde La Meca del cine. Un estaticismo que cansa, si se permite la broma fácil, y que resta demasiado encanto a esta fábula urbana con moraleja que reflexiona sobre el dualismo humano entre la racionalidad y el primitivismo.
Completando el círculo de la Croisette, 'The Murderer (The Yellow Sea)', nos sumerge en la zona bañada por el mar Amarillo, donde se junta la nación china con la coreana. Sus habitantes, conocidos con el término semi-peyorativo "Joseonjok", tienen el dudoso honor de ser una de las comunidades con una mayor tasa de criminalidad en todo el mundo: un escalofriante cincuenta por ciento. Es decir, la mitad de dicha población tiene contacto directo en algún momento de su vida con actividades delictivas, y por supuesto, el protagonista de esta historia, no marca la excepción.
Ahogado por las deudas contraídas en los juegos de azar, y amargado por la ausencia de una mujer que consiguió emigrar a Corea del Sur, se trata de un taxista que se verá obligado a aceptar un encargo que le llevará a Seúl para asesinar a un hombre. Un trabajo aparentemente fácil (si se obvian los conflictos éticos, no hace falta decirlo), que no obstante llevará al antaño taxista a jugar un papel decisivo en una cada vez más encrudecida guerra entre bandas criminales. Explosiva mezcla entre cine de gángsters y bloodshed-hero movie, en la línea de la interesante 'A Bittersweet Life', de Kim Ji-woon, 'The Murderer (The Yellow Sea)' es otro producto que parece hecho especialmente para el disfrute del público de Sitges, al irse cambiando, a cada escena que pasa, de forma más descarada, la calma y la tensión por la furia y la hemoglobina, en una espiral de violencia progresivamente descerebrada, pero por ello divertida. Más si no se es un alma sensible.
Siguiente parada, Marrakech, festival en el cual los organizadores encontraron una pequeña joya con tintes de fantastique titulada 'Mirages'. ¿Se han visto tirados alguna vez en medio del desierto de Marruecos? Servidor sí, y les aseguro que es una experiencia que no le deseo ni a mi peor enemigo. Esto es precisamente lo que les pasa a cinco candidatos a un codiciado puesto de trabajo en una poderosa multinacional. Durante el proceso de selección, la furgoneta en la que van tiene un accidente en medio de ninguna parte, y así empieza un arduo periplo por el desierto, en el que la sospecha de que todo se trata de una jugarreta por parte de la empresa se va evaporando a medida que las insolaciones y el recelo a los demás compañeros, va afectando la psique de los candidatos a base de visiones cada vez más perturbadoras. El director Talal Selhami (en la imagen) lleva con pulso esta intensa e hipnótica historia de supervivencia que reflexiona sobre un país inmerso en un traumático proceso de esquizofrenia, y que de paso demuestra que en África también se puede hacer buen cine de género.
Sin a penas tiempo para coger aire, cogemos las maletas y nos vamos de pesca a Sundance, la meca del cine indie americano, en la que se tuvo ocasión de ver 'Bellflower', estimable ópera prima de Evan Glodell que nos habla de dos jóvenes fanáticos de la saga 'Mad Max', y cuyo sueño consiste en construir un coche dotado de todo tipo de artilugios mortíferos, para cuando llegue el fin de los días, ser ellos quienes establezcan un nuevo orden mundial. Suena estúpido, ¿verdad? Sí, justo como lo somos todos a los veinte-y-algo años. Estúpidos y con ganas de comernos el mundo, puesto que el cuerpo y todas las reacciones que suceden en su interior, así nos dictan que actuemos. Si a estos sueños de grandeza de juventud se le añade el devastador poder de toda buena resaca amorosa, el resultado será un cóctel Molotov que arrase con todo. Glodell lo tiene claro y ofrece un retrato de esta siempre convulsa etapa en nuestra vida, en forma de pre-apocalipsis (siguiendo ligeramente la estela del 'Akira' de Katsuhiro Ôtomo) demasiado estilizado, pero con mucho más cerebro del que aparenta.
Última parada repesquera: la Berlinale. Allí fue donde se proyectó por vez primera 'The Mortician', prescindible filme dirigido por Gareth Maxwell Roberts que sigue los pasos de un personaje solitario y singular, que trabaja en una morgue que se halla en medio de un paraje urbano desolador. Financiada de forma totalmente independiente (ni productoras ni dinero público han puesto sus manos sobre el proyecto) y usando de forma más que correcta la tecnología tridimensional (optando por sus posibilidades inmersivas, más que por las pirotécnicas), la película consigue crear cierto interés alrededor de su personaje central, pero fracasa estrepitosamente a la hora de hilvanar un relato negro que con un mínimo de perspectiva, se ve excesivamente estereotipado, y confuso en la narración de los momentos clave.
Para terminar, una doble propina asiática. Primero la brutal 'Revenge: A Love Story', de Wong Ching-Po, impactante mezcla entre western y típica historia de venganzas made-in-Asia que a pesar de algún que otro exceso, atrapa desde el primer momento, y combina con sabiduría los momentos de pausa con los más frenéticos, que no son pocos, configurándose así un increíble pero a la vez magnético relato que nace en el abuso del poder y desemboca en sus más funestas consecuencias. Segundo, 'Vampire', peculiar cinta de temática vampiresca en la que el nipón Shunji Iwai se va a Estados Unidos para hablarnos de un profesor de biología que, para saciar su sed de sangre, da el último empujón a todo aquel que desee suicidarse, para luego drenar su cuerpo. Escabroso y morboso punto de partida que no obstante se ve correspondido por un trato de la historia híper-sensible, dando como resultado un cuento terrible y cautivador quizás demasiado largo, pero que añade nuevos sabores a una temática que por pura sobreexplotación, empieza a saber insípida.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas