Llegó el xirimiri
Vía Festival de San Sebastián
por reporter 25 de septiembre de 2012
Con lo bien que íbamos... ¡y con el buen tiempo que hacía! Salía ayer la prensa acreditada del Teatro Principal de San Sebastián con lo último de Trueba fresco en la memoria. Los comentarios entusiastas de la mañana se habían enfriado ligeramente, pero la sonrisa seguía presente en la parroquia. Al fin y al cabo, ¿cuál fue la última vez que fueron a un festival en el que se había conseguido el pleno absoluto de éxitos en la Sección Oficial, a lo largo de sus tres primeras jornadas? Suena fácil; parece poca cosa, pero la experiencia nos dice que desgraciadamente no es así. Es por esto que, pasado ya el primer tercio del 60º Zinemaldia se respiraba en el ambiente cierto aire de euforia casi inaudito en citas como ésta. Y cuando parecía que ya nada interrumpiría nuestra felicidad, se tapó el cielo e hizo acto de presencia el característico xirimiri donostiarra.
Malditos los aguafiestas. Pero no hay motivo para ser pesimista, pensamos, seguro que este mal tiempo no es ningún presagio. Pura coincidencia. Además, dicen las previsiones meteorológicas que el sol volverá a brillar. Sin embargo suena el despertador, y a la mañana siguiente sigue el cielo encapotado. Mal vamos. Por suerte en el cine nos está esperando el que a priori es uno de los valores más firmes en el programa. Monsieur Laurent Cantet, que con 'La clase' (culminación de su siempre latente lucidez a la hora de hablar sobre las relaciones humanas contextualizadas en el marco laboral), su último largometraje hasta la fecha, conquistó muy merecidamente la Palma de Oro en Cannes, se ha acercado a la desembocadura del Urumea para presentarnos 'Foxfire', enigmático título cogido de una todavía más enigmática hermandad compuesta exclusivamente por chicas.
Basado en una novela de Joyce Carol Oates, el nuevo trabajo del cineasta francés hace retroceder el contador de la máquina del tiempo hasta los Estados Unidos de 1955, año en el que un grupo de adolescentes, cansadas todas ellas del trato injusto que reciben de la sociedad, se junta para impartir justicia. Su justicia, que para algo es éste el concepto más -peligrosamente- apropiable de todos. Como se nos advierte al principio, lo que empezó siendo una bendición va convirtiéndose en una pesadilla que puede tornarse en contra de sus creadoras. De su creador también. Después de sus tibias vacaciones en el Haití de la década de los 80, Cantet vuelve a probar suerte fuera de sus fronteras... y vuelve a tropezar.
Si bien su retrato del Estado de Nueva York de mitades del siglo pasado convence -y poco más- en el sentido de mostrarnos unos tiempos represores no sólo hacia las mujeres, sino también hacia cualquier idea que oliera a nueva, el director y guionista de Melle fracasa estrepitosamente a la hora de hacer llegar al espectador el encanto de una historia que de momento se ha guardado para sí mismo. Excesivamente alargada (de las casi dos horas y media de metraje, le queda a uno la sensación de que podrían haberse ventilado por lo menos unos buenos cuarenta y cinco minutos) y torpe a la hora de hacernos empatizar con sus particulares de rebeldes sin causa, lo realmente preocupante de 'Foxfire', más allá del cacao de ideas que no llevan a ninguna parte, es que su oda a la rebeldía juvenil se quede en algo mucho más cercano a una absurda fiesta de pijamas, o en el mejor de los casos, a una tonta pataleta.
Por si el vacío que nos ha dejado Cantet no fuera suficiente, la borrasca se ha confirmado con la llegada de Sergio Castellitto, un autor que padece el "síndrome Ben Affleck", pero que en su caso se manifiesta al revés. En otras palabras, interesa como actor, y más vale evitarlo como director. La más reciente prueba de ello, 'Volver a nacer' infumable melodrama asentado en la vergüenza ajena y que exige una investigación a fondo de los motivos que han llevado a los responsables del certamen a incluirlo en la Sección Oficial a Competición. Antes de que se vea en la pantalla el primer fotograma, ya se ha oído en el patio de butacas aquel "runrun" tan característico de los estadios de fútbol cuando la estrella de turno del equipo local yerra dos o tres jugadas seguidas. ¿Por qué esta desconfianza? Simplemente por estar conjurados en dicho proyecto nombres empresariales como Mediaset o Medusa Films.
A refugiarse se ha dicho: Silvio Berlusconi ha conseguido colarnos otro de sus productos. Increíble. De nada sirve ahora machacar de nuevo con nuestra manía de tropezar con la misma piedra (o de dejarnos seducir por el diablo), porque ya ha aparecido Penélope Cruz (en lo que es su segunda colaboración con este director, después de la pasable, pero sobrevalorada 'No te muevas'). Con la entrada en escena de nuestra actriz más internacional empieza un diálogo entre el presente y el pasado que no tiene otro objetivo que el de desenterrar viejos fantasmas, involucrando cómo no los amores de nuestra querida "Pe". A Roma con amor... y a Sarajevo, a pesar de que estalle la guerra de los balcanes. ¿Cómo se co...? No. Es imposible comerlo. Desde los primeros compases, en los que se nos presenta de sopetón la más acaramelada, increíble y sobre todo cansina relación amorosa entre una italiana y un apaleable yankee bohemio, hasta el desenlace en el que por fin va a descubrirse toda la historia sobre la maternidad de la protagonista (sí, hay que admitir que el asunto tiene morbo), Castellito aparece poco delante de la cámara... y se hace notar demasiado detrás de ella.
El resultado es una cinta deficiente en todos los aspectos, terriblemente montada (parece que falten escenas por doquier... gracias a Dios) y claro ejemplo del peor cine transalpino de la era de Il Cavaliere, en la que lo ñoño y la caspa han sido los principales motores de una industria fílmica agonizante. Qué triste. O qué divertido, que no todos los días se ve a una legión de críticos salir con lágrimas en los ojos -de la risa, claro- de una sala de cine. Lo peor: que Castellito tiene la desfachatez de usar en vano el santo nombre de Buster Keaton. Han leído bien. Lo mejor, un diálogo: "¿Sigues escuchando Nirvana?" ; "Kurt Cobain ha muerto". Y el público, que ya no puede más, se suma al delirio y estalla en aplausos y mil carcajadas. A ver quién lo supera. Por cierto, mañana tendrá lugar la respectiva rueda de prensa. La carnicería puede ser legendaria.
Como hoy parece que la Concha de Oro no ha engordado su lista de pretendientes serios (se le perdona, todos necesitamos descansar de vez en cuando), la única solución posible para no contagiarse de la depresión general ha sido la de probar suerte en las secciones secundarias. Allí por lo menos se han visto algunos rayos de sol, que buena falta hacían. En el ciclo Zabaltegi Especiales nos hemos acercado con temor a 'The Bay'. Reticencias debidas al estado de franco declive en el que se halla sumido desde hace tiempo su director, Barry Levinson, quien por cierto, solamente concedió entrevistas a los medios antes de la proyección de su último trabajo. Mala señal. Afortunadamente dicho gesto debe atribuirse a la incompetencia de algún jefe de prensa, porque ciertamente de lo que estamos hablando aquí es de una pequeña perla del terror moderno.
Y esto que pasados los escasos ochenta minutos -ideales- de metraje, el público se da cuenta que ha pasado más bien poco miedo, siendo también los clásicos sustos un recurso poco -pero muy bien- empleado. El verdadero encanto de este filme que nos habla de una espeluznante tragedia natural surgida de las aguas de una pacífica localidad de Maryland, está en el total compromiso hacia su formato. El ahora sobadísimo "found footage" luce a las mil maravillas gracias a un director que ha sabido entenderlo y aplicarlo excelentemente. Web cams, filmaciones hechas a través de teléfonos móviles, incluso documentos de wikipedia y conversaciones de whatsapp. Los infinitos soportes digitales de la "pantalla global" se suceden con maestría para trazar un sólido discurso de ficción periodística, mucho más cercano a, por ejemplo, la cerebral 'Contagio', de Steven Soderbergh, que no al desmadre de, también por ejemplo, '[REC]'. Teniendo en cuenta la asociación agua = peligro mortal, y salvando las infinitas distancias, no sería demasiado descabellado hablar de 'The Bay' como una versión 2.0 del mítico 'Tiburón' de Spielberg.
Siguiendo en Zabaltegi (ahora en Perlas), y directamente llegada del Festival de Cine de Sundance, donde conquistó el Premio del Público a la Mejor Película y al Mejor Reparto, tropezamos con 'Las sesiones', de Ben Lewin. En ella se nos presenta a Mark O'Brien, un poeta que a una temprana edad quedó totalmente incapacitado por la polio, y que a los treinta y ocho años de edad decide poner fin a su virginidad. De dirección amable y sin grandes aspavientos, el principal atractivo del film está en un ingenioso guión al nivel de las mejores comedias indie estadounidenses contemporáneas. Hechas para conectar y gustar a un amplio espectro de público (sin caer en la autocomplacencia, importante) estas curiosas terapias sexuales pensadas específicamente para los supuestos casos perdidos, divierten con una facilidad pasmosa, y vuelan todavía más alto gracias a un reparto excepcional en el que John Hawkes, Helen Hunt y William H. Macy están excepcionales. Desde su presentación en el certamen de Robert Redford se la ha puesto en la carrera para los Oscar, y con razón.
Para dar por finiquitado el repaso a esta cuarta jornada, no podía faltar el título a la sorpresa del día. Éste recae hoy en el debutante David Valero, quien después de presentar en sociedad 'Los increíbles', se ha confirmado como uno de los nuevos talentos de nuestro país a seguir más de cerca. Tomándole el título prestado a la Pixar, el director y guionista de San Vicente nos habla efectivamente de súper-héores... si se acepta la interpretación -muy- sui generis de dicha categoría. El resultado es delicioso, y pone a Juan y su brazo gotoso (AKA Ala rota); a Juana y su cáncer (AKA La mujer radiactiva) y a María y su principio de alzheimer (AKA La dama de hierro), junto a la Carmina de Paco León, en la plantilla de la Liga de la Justicia castiza, demostrando que no hay que ser increíble para ser Increíble... y que los increíbles pueden ser muy creíbles. Haciendo gala de un costumbrismo marciano y de un feísmo cariñoso, Valero crea un singular y valiosísimo ejemplo de semi-ficción tragicómica cuyas estrellas hacen reír y palparse el corazón al público. Una de estas conquistas que no nos esperábamos de nuestra cinematografía. Con cineastas como el mencionado Paco León, Carlos Vermut o David Valero, hay esperanza para que esta falta de fe vaya desvaneciéndose. De hecho, ya lo está haciendo.
Ya no se ven tantas nubes en el cielo... mañana, más.
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por Víctor Esquirol Molinas