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Prohibido contradecirse

Vía Festival de San Sebastián por 24 de septiembre de 2012
¿Por qué era Tom Sawyer amigo inseparable de Huckleberry Finn? ¿Porqué compartían la devoción aventurera? ¿Porqué tenían la misma capacidad para atraer toda clase de problemas? ¿Porqué en definitiva eran almas gemelas? Desde luego. Pero al principio de todo, ¿por qué decidió Tom Sawyer acercarse a Huckleberry Finn? Fácil, porqué su tía le había prohibido terminantemente que tuviera relación alguna con él. Mark Twain lo sabía: para un crío, no existe en este mundo un imán tan potente como una prohibición. Si ésta viene de la autoridad, la que sea, mucho mayor es el poder de atracción. No falla. Para los niños se trata de algo así como una regla dorada... para los adultos, también.

El razonamiento tiene su lógica, y no es tan contradictorio como pudiera parecer en un principio. Al fin y al cabo, si se nos prohíbe una actitud, o una sustancia, o tocar determinado utensilio, es precisamente porque el objeto normativamente fuera de nuestro alcance nos afectará de alguna manera. Presuntamente repercutirá en nosotros de forma negativa, de ahí la prohibición, claro está... o no tanto. ¿Y si el que prohíbe no es más que un egoísta que no quiere que nos fijemos en un tesoro al que nadie parece hacerle caso? ¿Y si, de alguna manera, podemos evitar que caiga sobre nosotros la maldición que se nos ha vaticinado? ¿Y si...? Ya estamos perdidos. François Ozon, muy consciente del poder que tiene sobre cualquier ser humano aquello que le ha sido denegado, ha sido hoy el encargado de abrir la Sección Oficial a Competición, sumando así otra fuertísima candidatura a la lista de pretendientes a la Concha de Oro.

Basada en la obra de Juan Mayorga, 'Dans la maison' (En la casa) habla precisamente de lo comentado hasta ahora... y de mucho más. Planteada como una simple anécdota (un profesor se queda sorprendido por la redacción de uno de sus jóvenes alumnos, y le pide a continuación a éste que siga escribiendo para él), la trama va evolucionando rápidamente en un juego cada vez más maligno y del que es imposible salir (adicción patrocinada de nuevo por el encanto de lo prohibido). El mero apunte a pie de página se va ramificando a ritmo endiablado y toca cada vez más y más temas, gozando todos ellos de un trato excepcional, y por encima de todo, estimulante. La violación de la intimidad, el filtro por el que toda realidad pasa antes de convertirse en obra de arte, la(s) mentira(s) sistemática(s) en cada narración, la relación entre el espectador y la obra, el efecto adictivo de lo morboso (más cuando éste parece ser real), -una vez más- lo seductor de lo prohibido...

En estas mil y una noches perversamente contemporáneas, cada actor, del más joven al más adulto, se luce, dando más poso emocional y dramático a un relato que ya se vale por sí mismo. Pero si una luz brilla con más fuerza que ninguna otra, ésta es sin duda la del imprevisible Ozon, que en esta ocasión se supera a sí mismo (incluso se rehace de sus propios errores, como el de un final un tanto precipitado... pero excelentemente maquillado por un epílogo hitchcockiano perfecto para cerrar su relato), exponiendo con incontestable clarividencia un discurso enfocado a mirar al espectador a los ojos y, a ser posible, a hacerle sentir partícipe. Se siente uno ciertamente incómodo (por intuirse en muchos casos que la pantalla no muestra, sino más bien refleja) viendo cómo el incauto profesor de literatura va siendo irremediablemente absorbido por una creación que él creía propia. En momentos como éste es cuando más se agradece estar en una sala de cine, ese lugar sagrado y que parece avocado a la extinción, pero que mientras exista, y mientras en él se proyecten películas como 'Dans la maison' se producirá algo de valor incalculable: que una obra de arte haga sentir, haga experimentar, haga dudar... haga pensar.

Mamma mia, cómo se ha puesto este año la Competición. ¿Siguiente en presentar candidatura? Fernando Trueba. ¡Más leña! Tras varios -demasiados- años vagando en la sombra de la no-ficción, y tras un poco afortunado "regreso" con 'El baile de la victoria', la marca Trueba se revalorizó (excesivamente, pero justificadamente en todo caso) con el bolero animado 'Chico & Rita', que se quedó a las puertas del Oscar. Tras esa arriesgada apuesta, lo que hiciera el autor de 'Belle époque' volvió a interesar en sobremanera a la comunidad cinéfila. Se le añade a dicha atmósfera una pre-selección por parte de la Academia para competir por el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa (de esto hablamos un poco más abajo), y la expectación sube como la espuma. Peligro, hype a la vista, una de las peores armas a las que actualmente (cuando el peso del marketing es aplastante) deben hacer frente las películas.

'El artista y la modelo' es un claro ejemplo de ello. Al final de la proyección, se han oído aplausos, sí, pero éstos han tardado en dejarse oír, y lo han hecho de forma no tan contundente como se esperaba. ¿Es lo nuevo de Fernando Trueba un bluf? Ni mucho menos, lo que pasa es que se hace casi imposible conciliar los anhelos más altos con la realidad. Por si todavía hay confusión, que no cunda el pánico: la media del nivel competitivo del Zinemaldia no ha bajado. En su nuevo filme, el cineasta madrileño nos presenta en elegante blanco y negro, y con unos anfitriones de excepción (Claudia Cardinale, seguramente la belleza más exuberante que haya dado jamás el séptimo arte, y Jean Rochefort, legendario y maldito Don Quijote que nunca fue tal), un escenario en el que ya hemos estado infinidad de veces: la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial.

En ella, un artista y una modelo. Por una parte, un escultor que ha perdido la inspiración, así como su fe en la humanidad, se topará accidentalmente con la última oportunidad de reconciliación con el mundo. Por otra parte, esta misma esperanza de reconciliación, encarnada en una joven catalana que se dedica a pasar clandestinamente por la frontera española a gente que huye del horror bélico. Trueba propone una mezcla de factores a priori imposible, pero que poco a poco (muy poco a poco) va viendo la luz gracias a un vínculo mágico: el arte. Suena pedante, y lo es, pero dicho resumen obvia lo que solamente puede mostrarse en imágenes. El indescriptible factor humano se va filtrando entre silencios, entre miradas, entre diálogos escuetos y entre bocetos que buscan lo intangible. Una idea, un soplo de aire fresco que haga fluir la naturaleza por las venas de un artista que sabe que la verdadera obra maestra es la que no pretende serlo. Complejo e innegablemente difícil de digerir. Paciencia es pues el requerimiento imprescindible para apreciar la belleza esquiva de esta singular y acertada reflexión meta-artística. Quien no la tenga, mejor que se abstenga.

Dicho esto, y antes de seguir con la recta final de esta tercera jornada, es imperativo detenerse un momento para reflexionar sobre algo que ahora mismo parece muy lejano... incluso fuera de lugar. Pero el guión tiene sus exigencias. Tiempo para hablar de los Oscars, al haberse presentado ya las tres películas pre-seleccionadas para representar a nuestro país en "la noche más mágica". Primera reflexión: Garci se ha quedado fuera. Raro, pero estupendo. Segunda: hacía tiempo que no se veía a tres "finalistas" de tan alto nivel, lo cual no hace sino añadirle presión a nuestra Academia (más de la que tiene habitualmente) de cara a la decisión final. En la mesa, una notable película de género ('Grupo 7'), un interesante ensayo artístico ('La artista y la modelo') y un prodigio (por qué darle más vueltas) titulado 'Blancanieves'. Perdón si a este cronista se le ve el plumero tan rápido, pero si de él dependiera, ya le iría reservando asiento en el Kodak Theatre a Pablo Berger. No hay color -literalmente-, y no es precisamente por la incomparecencia de los rivales.

Ahora sí, carpeta Oscar cerrada. Vayámonos a Hollywood. En la playa de San Sebastián aparecen tres hombres. El primero es puertorriqueño, a pesar que su carrera se empeñe en atribuirle la nacionalidad mexicana. El segundo está más gordo y calvo que ayer... y menos que mañana. El tercero, cuando ve un micro, se aclara la voz y dice que espera ver algún día al ex Presidente José María Aznar sentado en el banquillo de los acusados del Tribunal Penal de La Haya. No es un chiste, es una salvajada. La película, no las declaraciones de un Oliver Stone que, por cierto, poco después se ha manifestado a favor de la legalización de la marihuana. 'Salvajes' ha sido en esta jornada de la 60ª edición del Zinemaldia, la inquilina principal de la alfombra roja. La razón, dos estrellas como Benicio del Toro, John Travolta y un director llamado Oliver Stone, en su enésimo intento éste último (aunque también podría incluirse al segundo) para reflotar su carrera.

Si era esto lo que pretendía cuando se embarcó en la adaptación de la novela de Don Winslow, misión cumplida... a medias. 'Salvajes' queda a años luz de las cotas más altas alcanzadas en su día por el cineasta de Nueva York, por el contrario, sí puede decirse que es un filme digno de él. Esto último hacía demasiado tiempo que no podíamos decirlo, merced a un seguido de películas con aire a mala TV-movie (ni falta hace citar títulos), a cada cual más bochornosa. Rodeándose de una legión de caras guapas y volviendo a abrazar los ambientes áridos, los ramalazos alucinógenos y las explosiones de violencia, Stone se reivindica a sí mismo (de esto trata básicamente el asunto) y crea un producto sexy y visiblemente alocado (pero espiritualmente domesticado) en el que las luchas entre narcotraficantes a ambos lados de la frontera que separa Estados Unidos de México, se visten de nihilismo y narcisismo (con predominancia del segundo factor) 2.0. Rabiosa e inofensiva a partes iguales, ésta es no obstante una excusa lo suficientemente sólida para -¡por fin!- empezar a recobrar la fe en el autor de, por ejemplo, 'Wall Street' (la primera). Lo dicho, a eso habíamos venido.

La nota alternativa, así como la sorpresa, ha caído lejos de los focos mediáticos. En la Sección Nuevos Directores hemos tenido la suerte de ver un fenómeno rarísimo, y por ello bienvenido. Esto es, la eclosión de un autor al que debe ponerse inmediatamente en todos los radares. Responde al nombre de Jean Christophe Dessaint, es dibujante de profesión y se ha hecho con una cálida ovación en el Kursaal gracias a la presentación de su ópera prima: el cuento 'Le jour des corneilles'. El que fuera una parte partícipe en otra de las sorpresas el año pasado en este mismo escenario (la muy grata 'El gato del rabino') ha causado sensación con una de estas películas de animación que cada vez cuesta más encontrar. Sin ordenador ni efectos digitales, la vieja escuela sigue viva en este joven creador que conjuga con maestría el estilo de dos maestros como Sylvain Chomet y Hayao Miyazaki -casi nada- para traernos una fábula de inventiva (visual y conceptual) desbordante. Oscura, enigmática, tierna y divertida, 'Le jour des corneilles' no es solamente el mejor descubrimiento en animación de la temporada... es directamente la mejor cinta de animación en lo que va de año. Y sí, se tienen en cuenta todos los gigantes del sector. Que tomen nota ellos también, porque hay uno que reclama su atención.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas

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