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'El artista y la modelo': Entre Pinto y Valdemoro

Vía El Séptimo Arte por 28 de septiembre de 2012

Son muchos, demasiados, los factores que pueden llegar a afectar de una u otra manera a la percepción que de una película podemos tener. Que si el siempre magnánimo tráfico de Madrid durante un radiante día de lluvia; que si el haber estado no más de dos horas tumbado sobre la cama, ya sea dormido o tratando de dormir y de despertarse; que si realizar un trayecto a contrarreloj mientras uno se siente amenazado por las necesidades fisiológicas; que si la proyección ha empezado media hora más tarde por culpa del error más simple y habitual que se da entre los humanos, la falta de comunicación, incluso de una simple palabra... retraso que no obstante puede servir para, en un momento dado, apaciguar las mencionadas necesidades fisiológicas sin perderse ni un instante de lo que sea que le ha conducido hasta allí... Lo dicho, muchos factores que hay que dejar al margen para poder valorar en su justa medida una producción ambientada en una época que, gracias a Dios, no había periodistas y otras criaturas del averno prestas a la mala educación de permitir que sus móviles hablesen cuando deben de callar, otro factor a tener en cuenta que puede dificultar el diálogo entre pantalla y espectador. Y.El proceso creativo, de lo que en realidad viene a tratar este homenaje al mismo que es 'El artista y la modelo', es tan complejo como curioso, y tan impredecible en ocasiones como potencialmente embriagador. ¿A quién no le gusta presumir de haber creado algo, incluso en ocasiones algo realmente ridículo como un zurullo de 34 centímetros al que nos da pena despedir por el sumidero? Pongamos de ejemplo este mismo texto, iniciado con una idea en mente de la que más bien poco terminará quedando (comprobado: su título se ha quedado sin explicación), un proceso en constante evolución y repleto de giros en ocasiones insospechados que pueden conducir a que un novelista y/o guionista llegue a decir frases como que "sus personajes le hablan", y que le pueden sonar a chino mandarín a los no iniciados en la materia, por no decir directamente que a servir de material de base para cualquier Festival del Umor (sin H, que esa es de ciudad). Uno piensa, se obsesiona, respira dentro de sus pensamientos dando forma a algo, ya sea sobre la restauración del Ecce Homo o sobre cómo se monta un mueble del Ikea... o mientras se admira el a menudo sensual cuerpo de una mujer desnuda que atiende a todas tus (decorosas) peticiones. ¿Hay mejor placer en la vida que sentirse dueño de tan bucólica estampa?

No se trata de arte, no tiene por qué tratarse de algo que de tan subjetivo puede alcanzar la plena banalidad o irrelevancia, no; se trata simplemente de hacer algo por nosotros mismos, de lograr un propósito para el que no se nos ha puesto un manual por delante; en suma, de ser libres, del yo y mi circunstancia, de a través de este proceso darnos forma a nosotros mismos como esculturas andantes a las que el paso del tiempo va modelando hasta que, como apunta el Marc Cros al que Jean Rochefort presta su habitual solvencia, cuando empezamos a entender las cosas ya es hora de decir adiós... o puede que sea cuando es hora de decir adiós que realmente tratamos de entender las cosas, de prestar atención a los detalles, de valorar lo que a nuestras espaldas ha sido un viaje del que los demás no tienen por qué ser partícipes. La vida va y viene, y al final ese pequeño grupo de allegados que rodean a nuestra insignificante existencia, concepto clave para apreciar la magnitud de la vida, serán quienes puedan conocernos por el camino trazado hacia la consecución de unos hechos por los que nos conocerán los demás, si es que tiene importancia, sentido o valor que estos nos conozcan. Ustedes leerán esto, pero pocos sabrán del proceso que le ha dado forma. Lo dicho, ¿acaso importa?

De todo esto, y de algo más, viene a hablar a través de sus fotogramas 'El artista y la modelo', un sentido homenaje que no en balde comienza con una doble dedicatoria. Después del enorme triunfo moral, artístico y popular que supuso 'Chico y Rita', un filme tan imperfecto como todo el arte que se precie de merecer la pena, Cros otra vez, Fernando Trueba aborda uno de sus filmes más personales y ambiciosos con esta producción por contra sumamente cerebral, medida, calculada, que uno adivina que además de en su corazón ha vivido largo tiempo en una cabeza que ha dejado poco margen a la improvisación. Una producción que, curiosamente, aborda con rigurosidad intelectual un objetivo de marcado carácter sentimentalista, y que maniata sus propios sentimientos en beneficio de un rubrica inmaculada, de una puesta en escena muy sobria, contenida, de sumo rigor artístico, tanto que su aparente perfección formal termina por mostrarse un tanto artificiosa ante, curiosa contradicción la que se presenta, la falta palpable de artificios en una narración a la que Trueba deja continuamente bajo mínimos: a ella sin ropa, a él sin palabras, y a ambos sin color ni música que realce, acondicione o desvirtúe el momento, una decisión artística tan válida como la nuestra echar en falta a estos elementos dentro de lo que vendría a ser una oda a la creación que los demandaba a gritos.

Como decía al principio, muchos son los factores que se deben intentar dejar al margen cuando se trata de valorar una película y más aún cuando se pretende escribir sobre ella, especialmente cuando no es tanto como se muestra sino como se siente. En cada uno está dejarse llevar más o menos, en permitir o no que sus prejuicios dibujen un interés sibilino poco fiel a la realidad, en aceptar en mayor o menor grado que factores externos puedan ofrecer mayores argumentos que los posibles méritos o deméritos de la propia producción, en ocasiones víctima de las circunstancias cual manzana envenenada. También está, cómo no, en los ojos de quien escoge el canal saber mirar con buenos ojos, el no sucumbir a la vacua interpretación lineal o evitar dejarse llevar por el tono blanco o negro de quien gusta ladrar en vez de pensar. Podríamos (pre)juzgar 'El artista y la modelo' como una vulgar película española cualquiera en la que sale Chus Lampreave y una actriz, siempre por exigencias del guión, cuidado, y en esta ocasión además de verdad de la buena, no escatima la oportunidad para enseñar lo que en tiempos de la Guerra Civil, y van ya unas cuantas sobre el tema dirán algunos, serían sus vergüenzas. No se trata de eso ni se trata de eso, para nada, aunque de todo hay sin haber de nada. ¿Se entiende? Entre líneas, tal vez.

La historia se centra en la relación que se establece entre Jean Rochefort y Aida Folch, una relación un tanto seca y distante, muy justa de mimbres, gestos y palabras que como marcan los cánones se va estrechando a medida que el contador avanza aunque nunca se caiga en el brochazo. Una relación de cuyo temperamento emocional se contagia todo el relato haciendo que el espectador se sumerja, en cierto modo, en una dinámica similar que requiere algo de paciencia y meditación por su parte para sacarle verdadero partido, para darle forma más en nuestra mente que en nuestro corazón, y con ello no caer en el sopor de no apreciar las sutilezas en un primer pase que puede ser, digamos, relativamente obtuso. Tampoco es porque se lo pida la película, sino más bien por el corazón que puede latir debajo de la teta de una mujer, por el corazón que puede latir debajo de una robusta y fría placa de mármol que, una vez ha tomado forma, a saber que historias esconde. Trueba no toma parte sino que cómo el artista de su obra mira, contempla, observa, pero no juzga ni pretende que juzguemos, sino que permite a su trabajo, a su creación, que pueda sobrevivir a través de sus propios argumentos. Al igual que sus personajes si bien durante su visionado quizá no se alcance este cénit en toda su dimensión, una vez se ha partido es cuando nos daremos cuenta de que igual, a lo mejor, tal vez, como decía en un principio, no se trata de arte, sino de simplemente haber hecho algo, de haberse sentido realizado, más no por ello ha de ser perfecto. Al fin y al cabo, somos humanos, y de los humanos bien poco podemos esperar salvo que todos, un día u otro, diremos adiós.

Nota: 7.25

por Juan Pairet Iglesias

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