¿Se acuerdan lo que dijimos hace dos días sobre la islandesa 'Sparrows'? Pues algo muy parecido podemos decir sobre la georgiana 'Moira', de Levan Tutberidze: relleno festivalero tan sumamente correcto que provoca indiferencia en igual medida, en este caso empeorado por su arritmia, un arco argumental de sobra conocido y un endeble factor sorpresa de apenas un 5%. Con el manual en la mano y la certeza de su olvido antes incluso de abandonar San Sebastián (por la puerta de atrás).

Mucho menos "tradicional" (aunque en términos mucho más relativos) es la épica emotiva de 'Shan he gu ren (Mountains May Depart)', lo nuevo de Jia Zhang-Ke en torno a la capitalización de China a través de tres actos bien diferenciados que, pivotando sobre la figura de una excelente Tao Zhao, comprenden un periodo de 26 años en total.

Sin alcanzar la maestría de 'Un toque de violencia' ni desprenderse de la aureola de "película para ver wassapeando como si se estuviera en casa viendo Gran Hermano", este drama familiar contextualiza perfectamente en su aparente deriva, sin principio ni final, la errática identidad de una nación y de sus gentes que, por el camino del llamado progreso, han perdido buena parte de lo que era su esencia. Acertada, y sobre todo con numerosas capas de las que extraer todo tipo de matices.

Si en esta cinta no es nada inocente el empleo del 'Go West' de los Village People versionado por los Pet Shop Boys, menos lo es después de todo el cartel oficial con el da la cara 'Lejos del mar', fiel reflejo del despropósito que acaba siendo lo último de Imanol Uribe. El motivo principal, su absoluta falta de sentido, gusto o tacto minimamente cinematográfico. Como quien graba cualquier programa de relleno para una canal local de una ciudad perdida en, no sé, La Mancha. La desidia en estado puro y sumida en una constante y torpísima hilera de fundidos a negro.

Realmente da pena ver a Elena Anaya y Eduard Fernández defendiendo una premisa que, de haber tenido algún tipo de conciencia narrativa, podría haberse erigido en algo de provecho (a uno se le viene a cabeza títulos como 'La muerte y la doncella', por ejemplo). Sin embargo el guión, ante el atento desprecio de sus responsables, se limita a repasar eventos sin ningún tipo de matiz, fundamento o intención que justifique su existencia; peor, sin ningún tipo de pudor ni vergüenza, reduciendo un tema tan espinoso como el terrorismo etarra en una pantomina con la capacidad de ofender a todos. El tipo de cine español que, sin olvidarse de desnudar a la protagonista así, por qué si, tan mal nombre da al cine español, vaya...

Claro que, tal y como argumentó Murphy en un momento dado de su vida, las cosas siempre pueden ir a peor... y ahí es dónde aparece 'Freeheld', supuesto drama "basado en hechos reales" que, igualmente, atenta frontalmente y sin miramientos contra la moral y el buen gusto. Pero con orgullo y escudado en un "gran tema", para que no diga y cualquier crítica traiga como respuesta el "es que no tienes corazón". Supuesto drama, si, porque si bien hay dudas hasta entonces, tras la aparición de un descolocadísimo Steve Carell todas estas desaparecen, mal que nos pese (habida cuenta de la seriedad del tema).

Un folletín sensacionalista de trazo tan grueso como una autopista en el peor sentido de la dirección, chabacano, absurdamente unidimensional y del todo descarriado que en su simpleza ideológica roza lo pérfido y lo malsano. Dirigido con manifiesta incompetencia por Peter Sollett, la cinta representa una de las cotas más bajas en las que puede llegar el cine de protesta y/o de denuncia, con un mensaje que canibaliza un discurso cinematográfico de tal manera que, para entendernos, lo convierte en algo así como un zombie de 'The Walking Dead' que sonríe como si fuera la top model de moda.

Menos mal que para compensar tanta atrocidad la noche nos iba a despedir con mimo, amor y la alegría -es un decir- de 'La novia', excelente adaptación/interpretación de las 'Bodas de sangre' de Federico García Lorca que, además de restituir el orgullo de la cinematografía patria, se erige como uno de los mejores y sobre todo más interesantes filmes de esta edición del Festival de San Sebastián. Y la diferencia respecto al filme de Imanol Uribe anteriormente mencionado está clara: la ENORME voluntad de Paula Ortiz por contar ALGO empleando para ello lo que comúnmente se conoce como cinematografía. Cuestión de estilo, cuestión de ganas.

Esto es, una película de los pies a la cabeza, que dicho sea bien claro con orgullo y rabia "le echa huevos", y que funciona muy bien a pesar de lo recargado de su por otro lado absorbente puesta en escena. Una historia sencilla contada con arte, mucho arte y una estilizada teatralidad visual que arraiga por debajo de la piel, en una de esas producciones que casi lo menos que exigen un tiempo de reposo y meditación. Y así, tras 'De tu ventana a la mía', Ortiz se confirma como una de las grandes promesas de nuestro cine, al tiempo que junto a Inma Cuesta presenta su candidatura a los Goya no sin antes hacernos una pregunta: ¿estamos aún a tiempo de mandarla a los Óscar?

Por una vez, un español sintiendo de la adaptación de un clásico patrio lo mismo que un anglosajón de una buena adaptación de un Shakespeare: respeto, orgullo.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias