Decía Forrest Gump que tonto es aquel que hace tonterías. En lo que respecta al cine esto no es del todo así, pues hasta para eso, hasta para hacerse el tonto, hace falta ser algo inteligente. Inteligente, lo suficiente al menos, como para tonterías las justas, y tonterías las necesarias para que tengan y/o su gracia. Tonto sólo es aquel que hace tonterías sin gracia, del mismo modo que el loco es aquel excéntrico que no es ni rico ni artista. Puta bida.

Como por ejemplo lo que ocurre con 'Tiempo después', una pretendida sátira de cualquier tiempo pasado, presente o pasado de nuestra España cuyo trazo grueso, muy grueso traspasa la línea que separa la parodia de la parida. Tan claramente como para que no haya necesidad de recurrir al VAR, sino al BAR (léase como un chiste a la altura de las circunstancias). Amanece, que no es poco pero tampoco suficiente. Mucha cara conocida para tan poca chicha, en una producción que se diría tan fallida como para que en post-producción la hayan dejado en unos huesos que no sirven ni para hacer caldo. Una tontería sin gracia, esto es, una tontería de verdad (a costa del pueblo y de su puñetera madre).

Tonterías también hay unas cuantas, muchas, también demasiadas en 'Coincoin et les z'inhumains', la secuela de 'El pequeño Quinquin' con la que Bruno Dumont, el belga que no es belga sino francés (oh là là!), reincide de forma insistente, muy insistente y pesadamente en lo suyo. Una no tan maravillosa continuación a todas luces excesiva, extenuante y agotadora que durante 200 minutos se dedica a repetir un chiste que no da más que para un capítulo de 'Twin Peaks', con la que comparte un mismo forro de los cojones. Para armarse de paciencia, ver por partes y a diferencia de su primera parte, sólo por amor hacia Dumont y/o gusto por la tontería "de autor" de dudosa moralidad.

Hay tonterías. Y hay gente insistente. Y luego están Peter Strickland y obras como 'In Fabric', película que escapa, huye, se folla por completo a cualquier definición posible de "tontería" (mal que le pese a los que no le vean la puñetera gracia, también). Una película única, con claros ecos a los VHS de las gasolineras de los años 80 que transita, de forma muy alegre y peligrosa, sobre esa finísima línea que separa al excéntrico del loco, al artista del tonto. Todo ello con mucha gracia, claro que si. Una película "muy de Sitges" que sorprende encontrar en un lugar como San Sebastián. Y que también por su libertinaje sin prejuicios, algo que la hacen irresistible para todos aquellos a los que miran como si estuvieran locos.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex