Hay algo muy apreciable en cualquier arte que se precie de poder ser considerado como tal, y es que una obra transmita algún tipo de "verdad". Esto es lo que consigue 'Cinco lobitos', la estupenda ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, un drama genuino y auténtico sobre lo que puede suponer ser madre a la vez que se sigue siendo hija, esposa o trabajadora por cuenta ajena. En resumen, ser madre y a la vez, no dejar de ser una persona; de seguir siendo tú.

No hay duda de que tener un hijo, algo tan frágil, pequeñico y dependiente lo cambia todo. Lejos del habitual glamour de la gran pantalla, Ruiz de Azúa propone un relato cercano y sencillo, de gestos claros y directos siempre centrado en su protagonista, interpretada de manera magistral por Laia Costa. La actriz, a imagen y semejanza de la propia película, mantiene una lucha constante contra la predecible inercia de su poco sutil postulado melodramático.

Una lucha de la que la actriz y la película salen vencedoras a los puntos, merced a su profundo conocimiento de una historia con tintes claramente autobiográficos. La experiencia es un grado, y a través de la enternecedora y frágil delicadeza de sus continuos detalles del día a día, dan vida a un retrato poco sentimental pero profundamente emocional. Su capacidad empática no radica en su falta de sorpresa, sino en el óptimo macerado de la misma.

No ocurre lo mismo con 'Llegaron de noche', película que si no se derrumba es por la fuerza inherente a su historia, no por la manera en la que está contada. O mostrada. 'Días contados' le dio un nombre como cineasta a un Imanol Uribe que rara vez ha estado a la altura de dicha fama. Y ya van 30 años. Esta película es una buena muestra de cine que parece hecho sin ninguna vocación y con rutinario desinterés, tanto por la historia como hacia el espectador.

Una nueva muestra de un modelo de proceder insípido, y sobre todo frustrante para los que estamos al otro lado. Una obra desestructurada, anquilosada y tremendamente protocolaria. Sin sangre y como caída de la cama. Una película víctima de una puesta en escena muy rudimentaria y estéticamente plana, con una banda sonora sacada de un banco de sonido para ascensores o un montaje inoperante que deja aún más al descubierto su falta de consistencia.

Su único recurso, aparte de los esfuerzos baldíos de Juana Acosta, es recurrir a un montaje no lineal, que si bien es cierto que algo anima resulta tan tosco y grosero que parece una solución improvisada a última hora y a escondidas por el becario para intentar salvar su futuro. Y así, una interesante historia real queda en nada por culpa de una narrativa que no le hace ningún favor, ni a ella ni mucho menos al cine de aquí, de allá o de cualquier parte.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex