Probando, probando...
Vía Festival de Gijón
por reporter 28 de noviembre de 2015
Llevamos días advirtiéndolo y parece que aquí a nadie le importa, pero si seguimos así va a suceder una desgracia. Estamos ya en la recta final de este 53º FICX, y como pasa en todos los demás certámenes cinematográficos, los más asiduos llegamos al último sprint algo escasos de energía... pero sobre todo, de paciencia. Perdonen si lloramos demasiado, pero en el país de la crítica, esto es deporte nacional. En el fondo (y en la superficie), nos encanta, pero créanme que a veces las quejas están fundamentadas. Y es que el primer día todavía hacía un poco de gracia: deleitarse en los comentarios destroyers del que posiblemente sea uno de los peores publi-clips jamás concebidos, nos garantizaba alguna que otra carcajada, y al mismo tiempo, reforzaba un poco nuestro ego (cosas de los complejos). Lo que pasa es que después de treinta sesiones, la broma ya se ha gastado. Porque son treinta ya las ocasiones en que hemos tenido que sufrir el desconcierto causado por un video que no se sabe si pretende hacernos venir ganas de visitar Gijón... o por el contrario, que huyamos a toda prisa de la costa asturiana. En fin, los sponsors mandan, de modo que a tragar...
Vale, pero cuidado, a largo plazo, la resignación, por muy gallego que sea uno (y créanme, en este caso en particular... sencillamente, no) acaba creando nudos en el estómago. De marinero. No se deshacen ni con una sierra mecánica. Y así estamos ahora mismo. ''Joder, éste es el puto peor video que he visto en mi vida'' ó ''Te juro que si pillo al cabrón que ha dirigido esto, le corro a palos'' Y a ver, que quizás no es para tanto, pero como se ha dicho, el desgaste lo agrava todo. Hasta llegar a los siempre angustiosos momentos previos a la detonación. Y que conste que la prensa acreditada hace auténticas virguerías con su horario, apurando al máximo la hora de llegada a la sala de cine... con la vana esperanza de librarse, aunque sólo sea una vez, de tan insufrible trámite. Pero no, es imposible. Los dioses y los astros se confabulan, una y otra vez, para que los retrasos ocasionales de la organización coincidan con los tuyos; para que tus pupilas (y neuronas) vuelvan a ser taladradas por las malas artes de este oscuro capítulo en la historia de la humanidad llamado ''Asturias con sal''. En serio, youtubeen el asunto, y solidarícense un poco, para variar, con el dolor ajeno.
Y como si alguien de arriba hubiera leído, en este preciso momento, estas últimas palabras, cayó del cielo una solución a nuestros problemas. Algo drástica, cabe añadir, pero igualmente aceptable. Cosas de la desesperación. Digamos que nunca es tarde para recordarle al personal que siempre podría estar peor. Dicho y hecho. A pocos minutos de que inicie la 31ª proyección a la que asistimos en este 53º FICX, un tipo que cree que el Festival de Karlovy Vary se celebra en Polonia nos presenta los Premios Lux, suerte de reconocimiento moral que el Parlamento Europeo, en su siempre elevadísima moral, otorga a una película que, supuestamente, haya ayudado a edificar, más si cabe, la también elevadísima moral colectiva del viejo continente. Y que viva la auto-flatulencia; y adelante con más videos horribles. Cuando creíamos que habíamos tocado fondo, nos topamos con otro horror: el de nuestros queridos políticos comunitarios dándose a ellos mismos palmaditas en la espalda, en reconocimiento al apoyo que otorgan a la muy necesitada industria cinematográfica. Con esta cara; con ese mismo gesto de quien siente una ola de calor dentro suyo cuando arroja cuatro monedas al pobre mendigo... Y nosotros, que ya no sabemos si reírnos o si ponernos en plan bonzo.
En cualquier caso, nos hemos olvidado del pecado original (como quien se olvida de Al-Qaeda gracias al ISIS)... y hemos aprendido que si el peaje a pagar por una película decente en este festival, es agachar la cabeza durante unos instantes ante la infinita magnanimidad de nuestros mandatarios, pues que así sea. Con estas sensaciones empezamos a ver, pues, la flamante vencedora del Premio Lux. 'Mustang', debut como directora en el largo por parte de Deniz Gamze Ergüven, es ante todo, una película llena de vida. No por esa cámara calculadamente inquieta (que también); no por el dinamismo de su historia (que también); no por lo fácil que nos enamoramos de cada una de sus protagonistas (que también... y que conste que lo hacemos, principalmente, por lo bien dibujadas que están, por cuánto nos las creemos); no por la exquisita luminosidad de su fotografía. Es por todo esto, y por algo más. Algo mucho menos palpable; algo mucho más importante... es porque, de alguna manera, se siente en prácticamente todas sus escenas, sus encuadres y sus diálogos, que el conjunto es un organismo que mira, observa, reacciona a los estímulos... en definitiva (y perdonen si me repito, pero es importante), que está vivo.
El tan cacareado Premio Lux le ha caído básicamente por el tema de fondo, y por cómo lo trata: a saber, el matrimonio forzoso (destino al que parecen abocadas las cinco hermanas protagonistas de la historia). La buena noticia es que dicho motivo es más bien una excusa para llegar a lo que artísticamente importa más. Recuerden que ya hablamos de ello hará sólo dos (¿o eran tres?) días; sobre cómo el hablar de un sujeto ''fundamental'' se convierte para muchos en excusa suficiente para justificar sus carencias. Pues bien, afortunadamente no es el caso de Gamze Ergüven, quien tiene claro que lo que más importa en su filme es el retrato humano. Condicionado por las circunstancias, claro está, pero nunca aplastado por la gravedad de éstas. Así, hasta en la ruralidad más opresiva, y con la promesa de salvación de Estambul a más de mil kilómetros de distancia, se impone la voluntad (más bien necesidad) de la emancipación, al gravísimo error de su negación; se impone la magia de esos pequeños momentos que nunca se olvidan, a la urgencia de la denuncia. Se impone, en definitiva, la vida a todo lo que va en su contra. Chapeau.
Y como la muerte parece que se ha quedado con las ganas, le damos una segunda oportunidad en la siguiente sesión. Sí, volvemos al odiado ''Asturias con sal'', pero eh, después del autobombo del Parlamento Europeo, la experiencia ya no resulta tan mortificante. ¡Funciona! Antes de que se esfume la magia, nos vamos corriendo a otro lugar donde la mismísima parca acecha de forma amenazante. Estamos en la estepa de Kazajistán, en el año 1949, y a unos pocos metros, la URSS va a llevar a cabo las primeras pruebas de su recién adquirida fuerza nuclear. 'Test', de Alexander Kott, presentada en la Sección Convergencias, es otra de esas películas que justifica, ella solita, un festival entero. En prácticamente hora y media, lo que pretende (y consigue) el autor es recordarnos el poder de la imagen. Casi nada. No media, en el proceso, una sola palabra. Ni falta que hace. Recuerden la mítica proporción de mil contra uno. Pues exactamente esto. Y las bocas bien abiertas durante toda la proyección, con el riesgo de fractura de mandíbula siempre presente en este tipo de experiencias.
Una vía de tren que termina en ninguna parte, un avión sin alas que atraviesa esa misma nada, y un sol que no se sabe si se despierta o si se va a dormir, y que decide fundirse con los pelos de una joven campesina de la que, maldita sea, también nos hemos enamorado perdidamente. Estos y otros centenares más de elementos con los que jugar. Interconectados de forma clara pero nunca evidente. Como si se tratara de una versión desbocada del mejor Tarsem Singh, Kott lleva al límite el propio concepto de poesía visual, enfrentándose en el recorrido a un narcisisimo que, efectivamente, es el mayor rival del espectáculo. Poco importa que la propuesta quede en más de una ocasión encantada de sí misma, pues produce exactamente el mismo efecto en un espectador que sabe que no solo se está hablando con su retina, sino también con algo que podría parecerse, por qué no, a su mismísima alma. Y así, el amor, la familia, los celos y claro, la vida y la muerte, adquieren la literalidad de la imagen, que sí, vale muchísimo más que mil palabras. Es como una -excelente- película de animación... solo que en imagen gloriosamente real. Impecablemente fotografiada, sí, pero mucho mejor orquestada.
Y como hablamos ahora de batutas, aparece en escena Rodrigo Plá, quien con 'Un monstruo de mil cabezas' se consagra como gran director de orquesta. Su nuevo trabajo podría definirse como un thriller con conciencia (de nuevo, una denuncia en el primer plano, en este caso, las deficiencias morales de un sistema sanitario privado ciertamente monstruoso) que en ningún momento olvida las necesidades (y/o exigencias) del género. Pura tensión condensada en poco más de hora y cuarto. Un enfermo terminal, una madre coraje y un adolescente que, como todos los de su edad, no sabe aún si intervenir o si seguir observando. Para esto último, nosotros, los del patio de butacas, y el director, el de detrás de las cámaras, quien para nuestro mayor gozo, sabe perfectamente a lo que juega. Por norma fundamental inviolable, la cámara nunca se moverá. De nuevo, hablamos de la importancia de ser un buen observador.
Plá sabe perfectamente qué se muestra y qué no; qué queda enfocado y qué queda borroso; qué sonido es nítido y cuál nos llega amortiguado... en definitiva, lo que se ve y lo que no. Lo que se sabe y lo que no. Ahí la eterna angustia. Planteada como una especie de 'Rashomon' (mucho más visceral, eso sí) en falso directo, este ''monstruo de mil cabezas'' pone su mirada múltiple en todos los testigos e implicados en la acción, para componer así un angustioso puzzle sobre la desesperación. Asfixia desde la técnica: con una puesta en escena tan calculada al milímetro; con una gestión tan buena de la tensión, que poco o nada importan las cuatro lagunas mal contadas de guión que repercuten, si nos ponemos quisquillosos, en la credibilidad de la historia. Como sucede (o debería suceder, vaya) con los mejores maestros del género. Vayan haciéndole en esta categoría un hueco al responsable de, recordemos, 'La zona'. La acumulación de méritos cada vez deja menos lugar a la duda.
Por último, la parada ya casi obligatoria en Animficx, la sección que de momento más alegrías nos está dando en este certamen. Con la sesión de hoy, la voz de Mathieu Amalric nos descubre el talento de Eleonora Marinoni y Elice Meng en el estupendo cortometraje 'D'ombres et d'ailes'; después, hacemos lo propio con Simon Rouby. 'Adama', su primer largometraje, nos deja, eso sí, con sensaciones encontradas. Colisión mayormente debida al uso de una animación a ratos demasiado torpe y en otros inspiradísima en la complicada convivencia entre tradición y nuevas tecnologías. Tres cuartos de lo mismo puede decirse de un contenido que funciona como viaje iniciático / parabólico, pero no tanto como aventura clásica, bien planteada pero rematada demasiado a trompicones. Exactamente como vamos nosotros a estas alturas de festival, por si no se había notado. Cosas del desgaste; cosas de la sal. Y el maldito video, una vez más... Podría ser peor, sí, pero basta.
Mañana, más.
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por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
A mí no me desagradó, al menos no tiene ínfulas de nada. Lo que pasa es la que un festival de cine le queda grande, es la típica película para rellenar cartelera.
1. La calle de la amargura (Arturo Ripstein)
2. Right Now, Wrong Then (Hong Sang-soo)
3. Mysterious Object at Noon (Apichatpong Weerasethakul)
4. The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers (Ben Rivers)
5. Neon Bull (Gabriel Mascaro)
6. Un monstruo de mil cabezas (Rodrigo Plá)
7. Underground Fragrance (Song Pengfei)
8. Aferim! (Radu Jude)
9. Langosta (Yorgos Lanthimos)
10. Under Electric Clouds (Aleksei German Ml)
La cuestión es que las de Rivers, Lanthimos y German vienen del SEFF, y la de Weerasethakul tiene tres lustros, así que para completar la lista de premieres nacionales del FICX metería esta tanda de documentales:
- The Woods Dreams Are Made Of (Claire Simon)
- Transatlantique (Félix Dufour-Laperrière)
- The Thoughts That Once We Had (Thom Andersen)
- Iraqi Odyssey (Samir)
Sigue lejos del SEFF, y sigue habiendo demasiada broza, pero pienso que el FICX va dando algunos pasitos en la buena dirección. Y el palmarés, ya sólo por dar los dos premios principales a Hong y Ripstein, me ha parecido modélico (se huele la influencia de Miñarro).