Persona grata
Vía El Séptimo Arte
por reporter 20 de mayo de 2011
Persona non grata es aquella que no es bienvenida a un determinado sitio. Más que esto, es aquella a la que le está prohibida la presencia en dicho lugar. Algo parecido a una maldición, un mal de ojo que viene motivado por un comportamiento anterior que obviamente no ha sentado nada bien a la gente que manda en el espacio ahora vetado. Hoy en Cannes, había primero incertidumbre y luego indignación generalizada entre los compañeros de la prensa danesa. ¿Por qué? Porqué la organización del festival, en una decisión sin precedentes, ha declarado a Lars Von Trier persona non grata. Se acabó lo que se daba. No era la primera vez -y tampoco hubiera sido la última- en que el director danés hacía estallar la polémica, pero en esta ocasión, se ha considerado que las declaraciones post-Melancholia de ayer fueron demasiado fuertes.
Paciencia agotada para unos organizadores que con esta decisión han dejado bien claro que la película 'Melancholia' va a seguir optando a los grandes premios (aunque claramente con las opciones muy mermadas). Su director también, pero de ninguna manera podrá venir a recogerlos, ya que, como si de un criminal violento se tratara, ha caído sobre él una orden de alejamiento que le impedirá acercarse al Palais des Festivals. Un día más -y ya van dos consecutivos- la controversia ha tenido acento danés. De nada han servido las disculpas de Von Trier, ni sus posteriores explicaciones, afirmando que siente que le hayan echado de La Croisette por algo en lo que no cree. No es este espacio para hablar de lobbies o para considerar si se contextualizó debidamente lo sucedido en la rueda de prensa de marras; es espacio para confirmar que Cannes ha renegado de la que seguramente sea su mayor vaca sagrada. C'est fini. La Mostra veneciana (la Berlinale no, por razones que ni hace falta mencionar) debe estar frotándose las manos.
En el otro extremo, tenemos a un cineasta que hace tiempo que vive un idilio con el festival francés. Dicen que le quieren -mucho- más aquí que no en su país natal. Ahora mismo es el caso contrario de Lars Von Trier. Podría decirse que es persona grata. "Mesdames et messieurs... Pedro Almodóvar!" Y la locura desatada en el Grand Théâtre Lumière. Es esta la cuarta visita del manchego a su certamen favorito, y es esta la cuarta ocasión en que sale ovacionado, confirmando que el feeling con el público francés sigue intacto. Así ha quedado latente con la proyección de 'La piel que habito', en la que los espectadores le han reído todas las gracias al realizador español, y en la que, cuando las luces se han vuelto a encender, se han acompañado los títulos de crédito finales con un sonoro aplauso.
El último trabajo de Almodóvar supone un leve giro en su carrera, al ser éste un experimento en el que se mezcla el melodrama con el thriller... y algunas pinceladas de terror. Historia basada en la novela 'Tarántula', de Thierry Jonquet, que propone una trama con elementos ciertamente almodovarianos, y que obviamente no pueden desvelarse, porque entonces entraríamos en los peligrosos territorios del spoiler. Sea como fuere, el guión firmado por el propio director (que fue un auténtico dolor de cabeza, según recientes declaraciones de su hermano, Agustín, que ejerce cómo no, de productor... y actor) adapta el libro original proponiendo diversas variantes que sirven tanto para resolver las complicadas filigranas narrativas planteadas por Jonquet, como para llevar la historia hacia gustos más propios.
Así pues, que no teman los seguidores de este singular director. Por mucho que se nos haya vendido su última obra como algo radicalmente diferente a lo que nos tenía acostumbrados en los últimos años, lo cierto es que hacía tiempo que no veíamos una película con una acumulación tan descarada -para bien o para mal- de tics y gestos de su autor. La historia de Jonquet era ideal para que Pedro se regodeara, y la ocasión no es desaprovechada... es incluso modificada para perder en sadismo (el guión va igualmente sobrado de este factor) y ganar en los ya clásicos enredos familiares culebrescos que tan buenos réditos cómicos acostumbran a dar a Almodóvar. Lo retorcido y enfermizo de la trama hacen que el conjunto pierda en poder emocional, no obstante, 'La piel que habito' recupera el encanto de aquel director primerizo, con su concepción radical del amor. Una especie de back-to-classics (con el plus de la madurez en la puesta en escena adquirida a lo largo de tantos años de experiencia), que por supuesto tenía que venir acompañado del antaño actor fetiche, Antonio Banderas. Hasta él está entonado en este algo vano pero alocadamente divertido film.
Diversión de la buena es la que también prometía 'Drive' gran salto a los Estados Unidos de Nicolas Winding Refn. Vuelven a la carga los directores daneses, afortunadamente, el que ahora nos concierne se guarda las ganas de morder -que no son pocas- para lo que debe mostrar en pantalla. En esta ocasión, y en parte siguiendo la estela de Quentin Tarantino en 'Death Proof', nos habla de un conductor especialista en escenas de acción que al caer la noche pone toda su pericia al volante para que pueda llevarse a cabo la parte final en todo buen atraco: la fuga. Se trata de un hombre cada vez más implicado en negocios criminales. Callado y solitario, no obstante dará una oportunidad al amor después de conocer a su atractiva vecina.
Notables actores de diversas generaciones (Ryan Gosling, Carey Mulligan, Bryan Cranston, Ron Perlman...) se unen al talento de Refn en su aventura americana para concebir un thriller de gángsters típico de la era post-GTA, con un estilo visual electrizante y un muy buen aprovechamiento del sonido, así como de sus temas musicales. Es una película cuyo resultado final es un claro reflejo de lo que viene siendo hasta ahora la sin duda interesante carrera del director nacido en Copenhagen: imprevisibilidad al poder. La secuencia con la que abre la cinta es magistral: una huida del lugar del crimen sin persecución, pero con altas dosis de tensión, en la que se compagina la acción sobre el asfalto con la del parquet baloncestístico del Staples Center, llegando ésta última a través de la radio del coche.
Una pequeña pieza para enmarcar que da paso a hora y media de incertidumbre e irregularidad en todos los campos. Un lapso de tiempo en el que los actores en algunas escenas se muestran firmes y en otras dubitativos; en el que el guión no pierde en interés pero que no acierta a dibujar determinados personajes y problemáticas; y en el que el realizador renquea en la pausa, pero aprovecha su preciosa furia (en la línea de aquel brutal poema que era 'Valhalla Rising') en unas escenas de violencia pasadísimas de rosca, que hacen que la sangre y las vísceras salgan a chorros, y que nos planteemos si estamos ante una propuesta de la Sección Oficial de Cannes, o de Sitges. Lo mismo sucede con Refn, que nunca acaba de acaba de encontrar su lugar.
La que sí que hace tiempo que encontró un lugar en el que asentarse es Naomi Kawase. Nos referimos cómo no, a los festivales de cine, más que a las salas comerciales. Es solamente en los primeros donde puede entenderse que entren productos tan extraños y de tan difícil digestión como los que lleva pregonando la directora nipona desde hace tantos años. A la tercera fue la vencida, no pudo ser en la sala Debussy por incompatibilidad de horarios, tampoco en la Bazin por un aforo insuficiente... pero sí en la Soixatnaine, sala/carpa ideada para que la prensa y los asistentes al Marché du Film den caza de una vez por todas a los títulos más esquivos del festival. 'Hanezu no Tsuki' sin duda lo fue... lo que cabe preguntarse después de su visionado es si mereció la pena haber dedicado tanto empeño en su persecución.
Si nos fijamos en el palmarés de ediciones anteriores (pensamos sobre todo en el inclasificable Weerasethakul), sin duda sí, ya que es sabido que en Cannes, las rarezas suelen gozar de la aceptación del jurado, sin importar demasiado los miembros que lo compongan. En otras palabras, sería muy frustrante haber conseguido llegar hasta aquí para luego perderse un filme que, por procedencia, pedigrí y temática, tiene bastantes números para llevarse algún galardón importante. Hasta aquí los argumentos a favor de la cinta, enésima muestra de la cargante y aburrida lírica de una autora obsesionada con los paisajes interiores de su país -sin duda preciosos-, y en que estos hagan todo el trabajo. Y lo hacen, porque resulta que tienen vida propia, y están poblados de espíritus ancestrales que siguen suspirando por el amor. Me lo creo, pero no gracias a Kawase.
Para no romper con la tradición, terminamos el repaso de la jornada en la Sección Un Certain Regard, que hoy nos ha dado dos bocados de su ecléctica selección. El primero de ellos, 'L'exercice de l'État', de Pierre Schöller, hace que la política francesa vuelva a saltar a la palestra. De tono y complejidad similar a la deliciosa película de Armando Iannucci 'In the Loop', el cineasta galo nos zambulle en una ficción -con fuerte olor a realidad- en la que el Ministro de Transportes (genial Olivier Gourmet, uno de los imprescindibles en la filmografía de los hermanos Dardenne) deberá sudar sangre para salvar su pellejo, ante una inminente reforma impulsada por su partido que pondrá en serio peligro su futuro político. Con una clarividencia abrumadora y un sentido del humor ácido, Schöller nos brinda una clase magistral sobre los intrincados, y rastreros mecanismos del poder, que eso sí, tiene como requisito sine qua non para su visionado una mente despejada, para no perderse en el laberinto que construye ante nosotros.
Por su parte, el surcoreano Hong Sang-soo divierte a ratos con la breve pero intensa 'The Day He Arrives', sobre un director cinematográfico sumido en una crisis creativa, que decide pasar unos días en Seúl para reencontrarse con antiguas amistades. Presentada en blanco y con buen gusto por el siempre complicado arte del diálogo cinematográfico, el cineasta asiático juega con habilidad y cinismo con el tiempo y con las relaciones humanas, para dejar al descubierto la hipocresía e intrascendencia con las que a veces revestimos ciertos valores como la amistad y el amor, que por actitudes como esa, se han trivializado hasta el punto de perder su sentido y valor original.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas