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Lo que nos dejó DSK

Vía El Séptimo Arte por 16 de mayo de 2011
Las pantallas de televisión que pueblan el Palais du Cinéma -que no son precisamente pocas-, destinadas teóricamente a informar a la prensa acreditada sobre la actualidad del festival, apenas se hacían eco de, por ejemplo, la rueda de prensa de los hermanos Dardenne. Tampoco han dado demasiado bombo a la presentación de las películas proyectada a los largo de esta quinta jornada. De lo que más se hablaba hoy era sobre el caso "DSK", es decir, de Dominique Strauss-Kahn. El reputado economista y político, director del Fondo Monetario Internacional, y presunto máximo rival de Nicolas Sarkozy en las próximas elecciones presidenciales, ha sido acusado de abuso sexual. Un escándalo que ha cambiado por completo el mapa político francés, y del que no se ha escapado ni el oasis de Cannes.

Golpe de teatro que sólo hubiera tenido más efecto si hubiera caído el próximo miércoles, día en el que está programada 'La Conquête', cinta sobre el ascenso al poder de Sarkozy. Igualmente, el destino ha seguido siendo cruel, pues precisamente hoy la Sección Oficial a Competición, aquella en la que se disputan los grandes premios del certamen, estaba completamente acaparada por el cine galo. Una cinematografía que visto lo visto, es como si se hubiera visto obligada a cambiar de tema, a desviar la atención hacia otras materias u épocas que alejaran la mente del espectador del convulso panorama en el que se ha instalado la nación.

A raíz del último trabajo de Woody Allen, en la inauguración de esta 64ª edición del Festival de Cine de Cannes se hizo inevitable no hablar de la nostalgia. Darse la vuelta y remontarse en el tiempo con posado romántico para encontrar la inspiración dio resultado con 'Medianoche en París'. La misma táctica lleva aplicando el francés Michel Hazanavicius desde no pocos años. Cinco hace exactamente desde el estreno de 'OSS 117: El Cairo, nido de espías', que tuvo la correspondiente secuela tres años después con 'OSS 117: Perdido en Río'. Ambas formaban la que vendría a ser la respuesta francesa a la saga "Austin Powers", de Michael Myers. Una propuesta que lejos de conformarse con dar réplica al fenómeno británico, ofreció una más que atractiva alternativa al actualmente tan sobado cine paródico.

Con un mimo encomiable por el estilo y con un sentido del humor mucho más agudo de lo que en un principio podría parecer, Hazanavicius se reía de los clásicos del sub-género espía, sin perder jamás el respeto hacia los mismos. Una actitud muy similar adopta para 'The Artist', arriesgadísimo filme mudo presentado en blanco y negro (a la vieja, viejísima usanza, vaya), que por la apuesta formal será muy difícil verla en salas comerciales, pero justamente por esto, es en este tipo de citas cinéfilas en las que toca tratarlas bien. Excelente decisión pues la que tomaron a última hora los organizadores del festival, de subir la película a la Sección Oficial a Competición.

Se hace también difícil visualizar a Hazanavicius y compañía recoger los galardones más preciados de Cannes, pero esta percepción se debe a la aparente ligereza y tono desenfadado con la que se ha envuelto la cinta. A pesar de ello, nada puede ocultar que nos hallamos ante una cinta en muchos sentidos prodigiosa. Uno de estos ejemplos en los que todas las piezas que componen el engranaje de cualquier producto fílmico encajan y funcionan casi a la perfección. Desde la amable banda sonora de Ludovic Bource hasta la magistral dirección de Michel Hazanavicius, pasando un por un interesantísimo guión firmado por el citado autor, y otra lección magistral de camaleonismo de mano de Jean Dujardin, ese actorazo en la sombra capaz de dar el pego tanto como el Sean Connery "al servicio de su Majestad", como en esta ocasión el Douglas Fairbanks o el Fred Astaire -entre muchos otros- de la mejor época.

Para buena época del cine, la de aquellos dorados y felices años veinte, en los que el poder Hollywoodiense crecía de forma exponencial... y en los que el conocido como el séptimo arte, sufriría uno de los cambios más radicales de su corta pero intensísima historia. Año 1929, los grandes productores se frotan las manos ante las infinitas posibilidades que va a ofrecerles el acople del sonido en su negocio... mientras, a algunas estrellas consagradas del celuloide les entra el vértigo al no verse capaces de afrontar el lavado de cara radical que al que va a someterse su profesión. Es el caso de George Valentin (una vez más, excelente Jean Dujardin), un guaperas engreído ídolo de masas que se va a ver abocado al ostracismo con el giro de ciento ochenta grados que da su oficio.

Problemática planteada (suena la campana de 'Cantando bajo la lluvia', ¿verdad?)... estupendamente desarrollada y todavía mejor resuelta. Definida por su director como una conjunción de citas, referencias y plagios, es una formidable comedia que a parte de entretener con una facilidad casi insultante, se permite el lujo de escribir una emotiva carta de amor a este gran circo al que llamamos "cine", siempre hambriento de carne de fresca. Otra ocasión en la que Hazanavicius demuestra que sabe lo que se hace, y en la que pone todo su savoir faire al servicio de un producto tan arriesgado como fascinante; tan divertido como entrañable. Que quede constancia: en pleno siglo XXI, una película muda y en blanco y negro ha logrado una calurosísima ovación en una de las salas más célebres del mundo. El cine silente resucita... y reclama con toda justicia su presencia en el palmarés de Cannes.

Algo similar pedirán de buen seguro los seguidores de Bertrand Bonello, aunque con muchos menos argumentos a su favor. Una sala Debussy llena hasta los topes ha presenciado la última obra del que está considerado como uno de los más privilegiados herederos / precursores de la nouvelle vague. Peligro. 'L'apollonide (Souvenirs de la maison close)' es otro filme francés que nos lleva al pasado, siendo el salto temporal un poco más largo que el efectuado por Hazanavicius. Estamos entre el crepúsculo del siglo XIX y los albores del XX, en un burdel que cada noche cuenta entre sus invitados a algunos de los miembros más distinguidos de la sociedad parisina.

Entre tanta carne, al habitualmente plúmbeo y pedante Bonello se le olvidan sus principios y se permite un breve descanso, eso sí, no exento de alguno de sus tics habituales. A saber, un metraje excesivo (más de dos horas de duración) y un guión rico en momentos cargantes, además de otros muchos que afortunadamente se esfuman en ese retrato costumbrista con ínfulas posmodernas (ahí están esos anacronismos musicales, en la línea de la 'María Antonieta' de Sofia Coppola... que no sorprenda por ejemplo que los Moody Blues suenen en el año 1900). Un ejercicio de estilo donde la sobrecogedora clase magistral de claroscuros al que nos somete el director francés concibe de vez en cuando imágenes que rozan lo onírico y que remueven con perturbadora fuerza nuestras entrañas. La lástima es que un puñado de buenos instantes rara vez cree una película memorable.

Mientras, la Sección Un Certain Regard ha mostrado uno de las que a priori era una de sus cartas más potentes: 'Martha Marcy May Marlene', premio a la Mejor Dirección el en ultimo Festival de Cine de Sundance. Peligro de nuevo, pues a estas alturas todos conocemos lo desafortunadas que acostumbran a ser las decisiones del Jurado de dicho certamen, que tienen la manía de dejar de lado las perlas con las que se topan cada año. La ópera prima de Sean Durkin no escapa a esa sensación, aunque también es importante recalcar que esta película que sigue los pasos de una adolescente que vuelve a casa después haber estado viviendo dos años en una comunidad sectaria, se crece en la memoria de un espectador que -eso sí- tiene que saber sobreponerse a lo desconcertante de su estructura narrativa y al cripticismo de ciertos tramos de la historia.

Jugando constantemente con el desenfoque y moviéndose entre un presente y un pasado cada vez más indisociables, Durkin muestra una madurez impensable en una ópera prima, dibujando con calma y precisión una América no muy distinta a la retratada en otro de las sorpresas indie de la temporada pasada, 'Winter's Bone'. El fantasma de una experiencia traumática que cuesta de borrar da pie a un relato a veces confuso, a veces desesperante, sobre la familia, el abandono y el peso del pasado. Una película que exige de más de un visionado para poder captar todo lo que tiene a ofrecernos, que no es poco, y que augura un futuro muy prometedor para su director.

Por último, desde Alemania nos ha llegado 'Halt Auf Freier Strecke (Stopped on Track)', de Andreas Dresen. La traducción de dicho título nos habla de un alto en el camino, una metáfora muchas veces usada por los doctores para referirse a una enfermedad terminal, que no debe ser vista como una condena, sino como una razón que invite a la reflexión, por parte del paciente, sobre cómo debería llevar / aprovechar el tiempo que le queda. Hablando de tiempo, pocos meses son los que le dan los médicos a Frank, ya en la primera escena del filme.

A partir de ahí, y a lo largo de hora y media, el cineasta germano seguirá siempre de bien cerca al enfermo y su familia, en lo que será una travesía por una montaña rusa de buenos y malos momentos en los que la emoción estará a flor de piel, sin necesidad de imposturas ni de recursos fáciles. Con unas interpretaciones de altura y sabiendo siempre dónde colocar la cámara (qué fácil suena...), Dresen juega con nuestros sentimientos sin hacer trampa, firmando un drama familiar sobrio y auténtico, que no toma al espectador por estúpido, presunción en la desgraciadamente que han caído demasiados productos de estas características.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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