Larga vida a Terrence Malick
Vía El Séptimo Arte
por reporter 16 de mayo de 2011
Monsieur Frémaux, ya me perdonará, pero una vez superado el ecuador de esta 64ª edición del Festival de Cine de Cannes, debo confesar que se me ha hecho imposible seguir al pie de la letra el consejo que nos dio antes de que toda maquinaria se pusiera en funcionamiento. "De cara a todos los visionados que se avecinan, recomiendo que se evite a toda costa la ingesta de sustancias alcohólicas y/o estimulantes, puesto que con las primeras, todo parece bueno, y con las segundas, todo parece horrible." Afortunadamente -o no- ninguna bebida etílica ha siquiera rozado los labios de este cronista. No puede decirse lo mismo del café (que por suerte corre a cargo de la casa... gracias), que dada la acumulación de películas para ver, ahora mismo constituye un combustible fundamental para llegar vivo al domingo 22.
El cansancio se palpa en el ambiente, y se intuye en los asistentes al Palais, cuyos ojos presentan cada día que pasa un color más rojizo. Es por esto que la crítica especializada soltó un gran suspiro de alivio al ver el horario de hoy, en el que destacaban solo tres películas... una nimiedad si se compara con las cuatro o cinco habituales. ¿Pequeño paréntesis diseñado para recargar las pilas? Puede ser, aunque la otra teoría nos lleva directamente a hablar de la cinta estrella de esta sexta jornada. Pero antes, un breve flashback. En el año 1976, Bernardo Bertolucci pidió expresamente a la organización de Cannes que su 'Novecento' no se proyectara en la Sección Oficial a Competición. La razón era que el director italiano veía injusto que una película tan mastodóntica como la suya se viera las caras con otras que a su lado se verían irremediablemente empequeñecidas.
Una explicación similar podría aplicarse a 'El árbol de la vida', esperadísima película (quizás la que más este año en La Croisette) de ese autor tan escurridizo, que por supuesto, ni estaba... ni se le esperaba en Cannes. Terrence Malick, de quien se ha llegado a decir que directamente no existe, y que no es más que un nombre listo para ser usado por la industria para películas que se amolden a ciertas características. Como era de esperar, no ha hecho acto de presencia, lo cual no es la mejor carta de presentación de cara a ganarse el favor del Jurado... pero de ser cierto lo que cuentan de él -nunca se sabe- los premios no han figurado nunca en la lista de prioridades del cineasta detrás de joyas como 'Días del cielo' o 'La delgada línea roja'.
Casi mejor, porque, aunque éstos hayan sido posteriormente contraatacados con un caluroso aplauso, lo cierto es que hoy el Grand Théâtre Lumière ha registrado los abucheos más sonoros en lo que llevamos de festival (tan virulentos, que los críticos más furiosos han empezado a expresar su descontento antes de que se mostraran en pantalla los títulos de crédito finales). Se ha establecido pues un tenso enfrentamiento gutural entre los detractores y defensores de la película. Si me preguntan, no me lo pienso dos veces a la hora de situarme en el segundo grupo... y pónganme en primera línea, pues después de casi dos horas y media, he salido de la sala con el convencimiento de que acababa de ver una grandísima película, y eso que tocaba luchar con el siempre peligroso efecto del hype.
Largo tiempo llevaba anunciado este proyecto, y largo tiempo llevaba buena parte del sector especulando con poco futuro que le aguardaba. Mientras, algunos preferimos encender a baja intensidad el fuego de nuestras esperanzas. Esperanzas puestas en que uno de los autores más singulares que ha dado jamás el cine americano, volviera a sorprendernos una vez más. Con el lanzamiento del tráiler, hay quien dijo que había en aquellos escasos dos minutos de avance, mucho más cine del que se había visto a lo largo de todo el año 2010. Una apreciación bastante correcta. Se multiplicaban las buenas vibraciones ante un proyecto que seguía envuelto en el misterio... y que quizás por ello suscitaba todavía más interés. Ya se sabe que cuando se acude a una proyección con muchas expectativas, se suele salir decepcionado. Pues ni con estas. No hay lugar para desilusión. No con Terrence Malick, que ya apunta altísimo desde el minuto cero.
"¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, Cuando alababan todas las estrellas del alba, Y se regocijaban todos los hijos de Dios?" Esta cita bíblica extraída del libro de Job es la que da pie a la última aventura propuesta por el cineasta tejano. Aventura... o odisea, pues no cabe otro nombre para una cinta que encuentra el tiempo para llevarnos a la intimidad de una familia suburbial americana de los años 50, o a los parajes más bellos tanto de nuestro mundo como del cosmos, deteniéndose también en un efímero estudio del comportamiento de los primeros seres vivos que poblaron nuestro planeta.
Malick lleva al límite su espiritualidad y actitud contemplativa, y la jugada le sale casi redonda. Retomando los textos sagrados, este cineasta sin igual extrae de ellos una concepción bipolarizada del mundo que nos rodea. La naturaleza o la gracia divina; el aceptar y saber ver /convivir con la belleza y bondad que nos rodea, o luchar para ser dueños de nuestro propio destino; la madre o el padre. Con la entrada en escena de esta especie de dioses creadores, va a vertebrarse una narración de vitalidad y curiosidad prodigiosa. El seguimiento de la familia O'Brien será el hilo conductor de una vastísima clase de filosofía. Una reflexión magistral que emociona por su espontaneidad (perfecta, inmejorable la filmación de los primeros años de vida del primogénito) y su perfección técnica, inconcebible sin la labor titánica de Emmanuel Lubezki como director de fotografía, y de Alexandre Desplat como compositor de la banda sonora.
Los pelos se ponen de punta mientras los pequeños O'Brien, siempre vigilados por la estricta y dulce mirada de sus padres, van experimentando la pureza y la maldad, los giros crueles que a todos nos depara la fortuna... y ante todo, lo precioso y delicado de un universo que ansía ser explorado. La vida es un milagro... y el cine a veces también, ¿o acaso no lo es el que una película nos transmita la fascinación de alguien cuya retina parece que esté viendo el mundo por primera vez? Este "alguien" tiene nombre y apellidos, Terrence Frederick Malick, y con 'El árbol de la vida' ha firmado quizás no su mejor su trabajo (al que se le puede achacar un en ocasiones excesivo ensimismamiento y regodeo), pero sin duda su obra cumbre. La síntesis de su siempre fascinante forma de entender el séptimo arte. Pura poesía, una sinfonía sublime; una celebración de la vida. Sí, yo era de los que aplaudía, y esto no se hace todos los días en una sala de cine.
Obviamente, y como se ha comentado antes, hubiera sido casi una broma de mal gusto programar para hoy alguna otra película en la principal Sección del certamen, de modo que una vez más, toca recurrir a Un Certain Regard para buscar alternativas. Alternativa es como se muestra Bruno Dumont en 'Hors Satan', filme olvidable pero rico en detalles a rescatar (la mayoría de ellos en el aspecto visual), que sigue la relación entre una adolescente que vive en una zona rural francesa, y un misterioso hombre que posee poderes sobrenaturales. De ritmo lento y atmósfera enrarecida, tiene un componente fantástico (muy similar al de la marcianada de Reha Erdem titulada 'Kosmos', vista el año pasado en Sitges) que supone el principal atractivo de un conjunto de interés creciente, pero insuficiente para pasar la criba de una memoria ahora mismo ahogada por tantas películas.
Mucho más recomendable es 'Et maintenant on va où?', cinta libanesa firmada por Nadine Labaki, realizadora y guionista que se pregunta hacia dónde deben ir los habitantes de un recóndito y anclado en el pasado pueblo de su país, en el que conviven en tensa armonía cristianos y musulmanes. Con la instalación de una televisión (que nos recuerda de forma alegre el drama del iraní Bahman Ghobadi, 'Las tortugas también vuelan'), llegarán noticias de un conflicto religioso en el país que inevitablemente torpedeará la frágil paz en la que se había sentado dicha comunidad. Ingredientes más que suficientes para filmar el enésimo drama comprometido con tintes bélicos.
Nada más lejos de la realidad. Con perfecto conocimiento de causa, Labaki hace lo que parecía imposible (por la extrema seriedad de la pugna que alimenta la trama principal): hacer que de tanta pólvora surja como por arte de magia una comedia que no cae ni en la banalización ni -lo que sería peor- frivolización de los temas de los que habla, que por naturaleza y por antecedentes, deben ser tratados con el máximo respeto posible. Así, la guerra de dogmas -y de sexos- adquiere un más que bienvenido tono desenfadado, en esta comedia sobre las dificultades presentes en todo tipo de convivencia. Una auténtica muestra de valentía, madurez y sano sentido del humor por parte de Nadine Labaki.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas