La experiencia inmersiva en el cine de la Berlinale - 'Invasion', 'U: July 22' y 'Perturbada'
Dos películas de la sección oficial de la Berlinale en competición, 'U: July 22' y 'Perturbada' (Unsane), e 'Invasion' de la sección Panorama, nos sorprenden con su capacidad inmersiva en las historias que nos proponen. Con una técnica al servicio de la narración, hablan del terror ya sea con realismo o mediante metáforas, en unas obras artísticas que se convierten en voces críticas hacia nuestras sociedades.
'Perturbada', de Steven Soderbergh, de la que tanto se está hablando, fue, como es sabido, rodada en su totalidad con un iPhone. Una vez más, se nos demuestra que mientras la historia funcione da igual cómo esté grabada. Aunque se había hecho antes, en este caso hablamos de un director experimentado como Soderbergh ('Ocean's Eleven' (2001) y posteriores, 'Erin Brockovich' (2000), 'Sexo, mentiras y cintas de vídeo' (1989)). Después de anunciar hace años su retiro, volvió hace poco y sigue estando en plena forma: su primera película de terror es todo un éxito. La elección de grabar con un teléfono tampoco es casual: la inmersión que provoca al espectador el tipo de planos, a menudo cercanos y ópticamente tan familiares (los vemos cada vez cuando hacemos videollamadas) juega a su favor, trasladándonos fácilmente en la piel de la protagonista y por consecuente haciéndonos sentir el suspense de cerca.
Aunque técnicamente no podemos decir que sea perfecta, sus carencias son justificables y encajan dentro del formato, que lejos de buscar la belleza visual, se apoya en la buena interpretación y en la buena construcción de la historia. Y es que cuando hay un buen guión detrás, el resto es secundario. La película funciona, y nos sumerge en una metáfora de nuestro mundo, un mundo de locos donde es tan fácil vender el alma al diablo sin apenas darnos cuenta de ello.
Otra forma de lograr la sensación de inmersión en el espectador es no dejarle respirar. 'U: July 22', del director noruego Erik Poppe, experimenta con la narrativa del plano secuencia para contarnos los hechos que tuvieron lugar en 2011 en Noruega, cuando un ataque terrorista conmocionó a la población al perpetrar la explosión de una bomba en el centro de Oslo, y luego una masacre en la isla de Utøya, que acabó con la vida de 69 jóvenes que se encontraban de campamento de verano.
La historia, de ficción basada en hechos reales, parte de un punto de vista que no se separa de la protagonista, permitiéndonos de esta forma seguir la evolución del personaje a lo largo de la espiral de violencia. La cámara la sigue en su odisea de supervivencia a través de la isla, convertida en escenario hostil del que nadie puede escapar. Sin ningún tipo de edición aparente, nos agarra con tensión a la silla a lo largo de hora y media, tiempo durante el cual seremos testigos de la persecución, el desconcierto y el terror de esos niños, solos ante el peligro de muerte. A pesar de la crudeza, la película está muy bien rodada y consigue la inmersión total en la historia con las buenas imágenes y la continuidad del plano secuencia.
Y si hablamos de planos secuencia e inmersión, no podemos no hablar de la película 'Invasion', de Shahram Mokri. El director iraní, que lleva ya un tiempo experimentando con las grabaciones que no requieren de una edición posterior, nos ofrece en su tercer largometraje algo muy especial, original no sólo por su forma sino por cómo fusiona completamente la técnica con la historia.
La fantasía futurista tiene lugar en un polideportivo, en el contexto de una sociedad de la que poco conocemos pero que se nos presenta hostil, y se centra en la reconstrucción de un crimen. El propio director, en el estreno mundial en la Berlinale, nos avisa que quizás es un poco difícil de seguir. Yo diría que no, que es muy difícil de seguir, pero que, aun así, la sensación de estar viendo algo único es magnética. El desconcierto inicial sirve de introducción a un mundo narrativo con efecto de loop, y poco a poco la certeza de que llegará el momento en que entremos y todo encaje se hace palpable, hasta revelarse al final una ficción fuera de lo común.
La técnica es impecable: cuidando todos los detalles en un ejercicio visual complejo, con muchos actores y movimientos constantes a través de los espacios, Mokri logra una hora y media sin cortes, corroborada por el cámara y el actor principal, que mencionan la alta exigencia del director y cómo tuvieron que dar lo mejor de sí mismos para lograr el resultado. La estructura del guión también resulta ser redonda, o literalmente circular, en su afán logrado de explicar una historia seguida, pero mirando de romper (sin ningún tipo de edición) la línea del tiempo que avanza en una dirección hacia adelante. La repetición que ofrece distintos puntos de vista nos permite poco a poco ir encajando las piezas de la historia.
Maestro en la creación de atmósferas, el director confiesa su gran influencia del arte y las representaciones de espacios opresivos y laberínticos a la hora de concebir esta película. El polideportivo se nos presenta realmente como un laberinto de corredores sumergido en una oscuridad sin fin, con un efecto inquietante de un tiempo que mezcla pasado, presente y futuro, un tiempo suspendido en el que hemos quedado en cierta forma atrapados, y que conecta con la sensación que muchos iraníes tienen sobre sus vidas, entre los cuales el director se incluye. Con ganas de proponer algo distinto al realismo que predomina en el cine de su país, esta oscura alegoría es sin duda una de las gratas sorpresas del festival.
por Aina Riu
@ganiveta_online
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