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Desubicados, y a mucha honra

Vía El Séptimo Arte por 14 de febrero de 2012
Saber estar en el sitio adecuado en el momento adecuado es tener medio ganada la batalla. Es un don; una bendición escurridiza que solo se muestra ante los más astutos... o afortunados. En el otro lado de la balanza, estar en el sitio equivocado en el momento equivocado, significa perder toda esperanza sin siquiera haberse presentado el jugador en el terreno de juego. Lo aprendieron a malas, por citar un ejemplo, los cuatro de Guildford, cuyo vía crucis carcelario fue el fruto de unas circunstancias tan crueles como lejos de su control: eran irlandeses del norte con historiales no precisamente inmaculados, y que además se encontraron cerca del lugar donde se dio un sangriento atentado. Para la justicia británica no hicieron falta más evidencias. Sobra decir que cualquier intento para eludir el -injusto- encarcelamiento fue fútil.

Moraleja: el estudio de campo previo al asalto es la clave para no salir innecesariamente mal parado de cualquier lucha/competición/situación. Saber dónde y cuándo entrar en escena, así como tener claro qué terrenos no deben pisarse, acercan al sujeto a la victoria, o simplemente le impiden hacer el ridículo, que también cuenta. Así, del mismo modo que un culé no debería esperar una bienvenida agradable si decide entonar el himno del club de sus amores llevando una camiseta azulgrana mientras se baña en la Cibeles, hoy Billy Bob Thornton no podía tener mejores perspectivas en su horizonte. Para empezar, el hecho de que su espectacular ex-mujer (junto a su espectacular pareja actual) fuera la protagonista indiscutible (más para mal que para bien, pero protagonista al fin y al cabo) estos últimos días en Berlín, ya podía ser visto como un mal augurio.

Además, la declaración de intenciones a manos de Mike Leigh, Presidente del Jurado este año de la Berlinale, durante la rueda de prensa de apertura del certamen, en la que repudiaba de forma abierta el cine hollywoodiense, precisamente no le allanaba el terreno al autor de la horrible 'Todos los caballos bellos', fallida adaptación de tono culebresco de una novela Cormac McCarthy, en la que unos desubicados Matt Damon y Penélope Cruz perdían la dignidad en la frontera entre los Estados Unidos y México. Así que, a pesar de todo, este cineasta americano de pura cepa se ha plantado en la capital alemana con su nuevo trabajo (que a diferencia del citado, está basado en material de cosecha propia), y -sorpresa- sale aplaudido del Berlinale Palast. Los milagros existen.

Este en concreto lleva por título 'Jayne Masnfield's Car', y arranca en el verano del 69, en la cálida y sudorosa Alabama, con la muerte de la ex-esposa del patriarca de la familia Caldwell. Como resulta que después de la ruptura matrimonial, la mujer (de una fertilidad envidiable) rehizo su vida en el Reino Unido, construyendo así una nueva familia, el trágico anuncio de su fallecimiento va a propiciar el encuentro de dos linajes que a priori poco o nada tienen que ver el uno con el otro. Yankees de la américa interior más tradicional contra brits de la City; hombres contra mujeres; jóvenes contra viejos; rígidos anti-comunistas contra andrajosos pacifistas... los duelos están servidos, y la verdad es que son todos una delicia.

Con un reparto espectacular en el que encontramos a un soberbio Robert Duvall que lleva de un sitio para otro a un no menos grande John Hurt, mientras lidia con los dolores de cabeza que le dan, entre muchos otros, un melenudo Kevin Bacon, o el propio Billy Bob Thornton, que le da a la función un toque freak y de bien racionado patetismo. El director, actor y guionista de Arkansas recupera la buena senda de 'El otro lado de la vida', su prometedora ópera prima en la que miraba con tristeza el corazón oscuro de la nación que le vio crecer. Ahora en cambio prepara un cóctel en el que Tennessee Williams y cualquier obra del género vodevilesco se dan de la mano. Sí, la combinación parece imposible de tragar, pero no es así. Ni mucho menos.

La razón está en un texto brillante, del que no debería cambiarse ni una sola coma, y que hace de la política de no fijarse ninguna meta concreta, una vía para llegar a muchas a la vez (las tensiones generacionales, los desengaños y frustraciones familiares, el retrato de un país que ha vivido siempre bajo la sombra del fantasma de la guerra...). Billy Bob Thornton se descubre como una voz genuinamente convencional (que no tiene por qué ser algo malo) y auténticamente americana, un Eastwood en potencia que sabe de lo que habla, y que por esto es un placer sentarse a escucharle. Este hallazgo (confirmación dirán otros) se ha dado, no lo olvidemos, en un escenario en el que Thornton presuntamente estaba desubicado, pero ya se sabe, el buen y clásico cine americano no entiende de fronteras.

Por si fuera poco, la Sección Oficial a Competición ha seguido totalmente enrachada, siendo ésta -y de largo- su mejor jornada hasta ahora. La responsable de que no se perdieran las buenas vibraciones ha sido la cineasta franco-suiza Ursula Meier, la que en 2008 se diera a conocer con aquel inquietante y muy sugerente cuento titulado 'Home, ¿dulce hogar?', sobre una familia que veía como la construcción de una autopista destruía su peculiar modo de vida. Cuatro años después vuelve a la carga con 'L'enfant d'en haut', que nos presenta a un mocoso... desubicado. En plena temporada de ski, se pasea por las pistas como si buscara un desnivel ideal para deslizarse. Pero no. Su propósito es bien distinto; es rapiñar todo lo que pueda para sobrevivir, un día más, junto a su hermana mayor (interpretada por una Léa Seydoux que repite en esta Berlinale, tras 'Les adieux à la reine').

La mejor manera de definir el nuevo filme de Ursula Meier es comparándolo con otro no demasiado alejado en el tiempo y de título ligeramente similar: 'El niño de la bicicleta', de los hermanos Dardenne, solo que en este caso las emociones fuertes están más al uso... así como el dinamismo, y por encima de todo, la empatía con los personajes. Desde la primera escena, uno no puede evitar encariñarse con este principito ladrón de doce años, abanderado de la picaresca, que consigue coronarse como rey del cotarro allá donde va. En el festival de Berlín, de momento la corona se la ponemos a Meier, que con otro cuento con su sello personal (rozando los terrenos del realismo mágico, aunque no tanto como en su anterior largometraje) ha cautivado a un Palast que antes de mostrar su aprobación, ha reído y contenido el aliento a partes iguales con una historia que nos habla de forma tierna y a veces terrible sobre el abandono, dejando que el mensaje entre con una facilidad pasmosa... y lo que es aún mejor, que deje poso.

Siguiendo con nuestro particular recorrido de personajes desubicados, nos encontramos con dos grandes nombres de la escena cinematográfica actual. El primero, el eterno Zhang Yimou, que se pone a cargo de la última superproducción de la factoría China. 'The Flowers of War' relata la escalofriante invasión nipona de Nanjing durante la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación imperial, un americano a quien se le viene encima el conflicto (interpretado por un Christian Bale que, por ir a medio gas o pasarse de frenada, nunca le encuentra el punto a su personaje) y que intentará mediar en la salvación de una treintena de niñas y mujeres chinas refugiadas en una iglesia. Dejando un poco a parte sus obsesiones estético-cromáticas (y desgraciadamente su inmenso talento para el retrato femenino), el híper productivo cineasta chino se muestra pletórico como artesano (faceta en la que sobresale gracias a unas escenas bélicas espectaculares) pero torpe como artista, al inflar con demasiada épica (que obviamente se antoja excesiva) una historia que además cae en demasiadas obviedades y tiempos muertos.

El segundo nombre con luz propia es el de Jason Reitman... a pesar de todo, uno de los hombres más listos dentro de la industria fílmica. "A pesar de todo" porque con 'Young Adult' ha firmado la que puede considerarse como la primera película decepcionante de su carrera. Decepcionante porque simplemente no cumple con las expectativas, teniendo en cuenta que con este proyecto se repite la dupla con la guionista Diablo Cody, que ya dio como resultado al fenómeno 'Juno'. Esta cinta es prima-hermana de la ahora citada, al ser su protagonista (desubicada donde las haya en su pueblo natal) una réplica con aún más mala baba que aquella desternillante -y algo repelente- estudiante de instituto embarazada.

Mavis Gary, interpretada por una convincente Charlize Theron, es una versión quiero-no-puedo de Paris Hilton, que a la espera de la fama y la fortuna, se conforma con ser la escritora en la sombra de una saga de libros juveniles en decadencia. Prepotente, egocéntrica, narcisista... y harpía desalmada con el síndrome de la "Prom Queen", aquel pez gordo de pecera que siempre consigue lo que quiere... y lo que quiere acostumbra a ser lo que otros tienen. El personaje central es genial, y la mayoría de secundarios también. Entonces, ¿dónde falla la propuesta? La verdad es que no lo hace, pero se queda a medio camino de todo. A la hora de definir su propósito, a la hora de darle continuidad a los fogonazos de inspiración de Diablo Cody, y lo que es peor, a la hora de sacar aquella garra o calidez made in Reitman.

Por último, nuestra visita de rigor a Panorama, que al igual que Reitman, nos ha descolocado ligeramente, no por la calidad de la película programada, sino por el altísimo nivel al que nos había (mal)acostumbrado. El caso es que hoy 'L'âge atomique', de Héléna Klotz, no ha estado al nivel de esta potentísima sección, aunque la parte buena es que, una vez más, para nada se trata de una mala película. Más teniendo en cuenta de que de lo que se trata aquí es de encargarse de la complicadísima misión de plasmar fidedignamente lo que significa ser adolescente. Para ello, una muestra. Una noche narrada a base pequeños átomos, que empieza en un tren en el que suena el "In the Ghetto" de Elvis, y que lleva a una discoteca de corazones rotos, cuya salida de atrás lleva a un callejón donde hay unos pijos con ganas de pelea... y así sucesivamente. El estilo de Klotz es fresco e hipnótico, y el descubrimiento de la pareja protagonista Eliott Paquet, Dominik Wojcik de buen seguro justificará para algunos el visionado de una película que en sus poco más de sesenta minutos de metraje tiene tiempo de todo, incluso a desinflarse más que un mozuelo cuando se le pasa el efecto de la sustancia ilegal que se ha tomado unas horas antes.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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