Acciones y reacciones
Vía El Séptimo Arte
por reporter 15 de febrero de 2012
Causa y consecuencia. Cada acción tiene su reacción. Este principio universal de la física rige todos nuestros actos, que por nimia que sea su huella en el mundo que nos rodea, van a tener resultados, algunas veces buenos, y otras malos. Por ejemplo, cuando el gobierno, contagiado de este miedo pandémico a la recesión económica, aprueba el nuevo paquete de recortes presupuestarios, su índice de popularidad baja (o debería bajar) vertiginosamente, del mismo modo que si un artista muere antes de que su edad haya alcanzado el umbral de la esperanza de vida, la cosa se convierte en un drama a escala mundial. Es macabro, pero es así. Causa y consecuencia... acción y reacción. En la nevada capital de Alemania no hay sitio para la excepción.
Poniéndonos británicos, el hecho de que el tiempo esté tan empecinado en no concedernos una maldita tregua, hace que a todo berlinés -permanente u ocasional- le entren unas ganas irrefrenables de implicarse activamente en la Berlinale. Más que para probar suerte con el programa, porque sabe que en las salas de cine siempre se aplica aquella frase tras la que se escudan los más pequeños cuando se sienten heridos en el orgullo: "el mundo al revés". Por lo menos en lo que a temperatura se refiere. En verano, el aire acondicionado hace que para ver una película se tenga que ir como si se estuviera a punto de conquistar la cima del Everest. En invierno en cambio se puede -o debe- entrar en manga corta. En este sentido, es de agradecer que la organización no se haya planteado apretarse el cinturón en lo que se refiere a crear microclimas en sus salas de proyección.
Sí lo ha hecho en otras partidas presupuestarias tan o incluso más importantes. De hecho, nadie sabe si se trata de otra -y van...- medida de austeridad o de si simplemente no se ha llegado a ningún acuerdo con ninguna empresa, pero el caso es que la ausencia de café (este sano y salvador vicio que los demás festivales del mundo tienen la amabilidad de servir de forma gratuita a los miembros de la prensa acreditada) se está notando cada día más. Y es que una vez pasado el ecuador de esta 62ª edición del Festival de Berlín, uno se ve en tierra de nadie, lejos tanto de la salida como de la línea de meta. En momentos como este, una pequeña ayuda externa es más que bienvenida. Pues va a ser que no. La organización ha cortado el grifo de la cafeína -acción- y en las butacas del Berlinale Palast hay que probar con las posturas más incómodas para no caer en los brazos de Morfeo -reacción-.
Algunos lo llevan peor que otros, pero lo importante es que el espectáculo en el gallinero es por lo menos gracioso. No puede decirse lo mismo del mostrado en la gran pantalla, en la que hoy han concurrido dos directores a los que hay que coger con las pilas a tope... y como ya se ha dicho, éste no es el caso. El primero en hacer acto de presencia ha sido el alemán Hans-Christian Schmid, el mismo que en el año 2006 se hiciera con el Premio a la Mejor Película en Sitges (galardón discutible no por la calidad de la cinta, sino más bien por la de sus rivales, entre los que figuraban joyas del calibre de 'The Host', de Bong Joon-ho, 'Brick', de Rian Johnson, 'La ciencia del sueño', de Michel Gondry o 'Time', de Kim Ki-duk), además del Oso de Plata a la Mejor Dirección en este mismo escenario.
En esta ocasión ha presentado 'Was bleibt (Home For The Weekend)', filme que al igual que el que tanta fama le reportó, trata sobre verdades subyacentes en una capa de mentiras, a la que llamamos, cómo no, familia. Aquí no hay posesiones satánicas, lo cual no significa que todo el mundo esté a salvo, pues el infierno adopta muchas facetas. Una de ellas la proporcionan nuestros seres amados, haciéndose así realidad, una vez más, el viejo axioma de quien más te quiere más te hará sufrir. La tragedia llama a la puerta del protagonista de esta historia cuando éste llama a la puerta de casa de sus padres, en la que va a tener lugar una esperada reunión familiar. Papá, mamá, hijo, hermano, cuñada... todos han acudido a la llamada.
Hans-Christian Schmid coloca meticulosamente las piezas en el tablero y las mueve con serenidad y firmeza, desenterrando poco a poco las mentiras con las que se ha ido construyendo a lo largo de los años una convivencia que camina por la cuerda floja. El resultado no es tan tormentoso como había pronosticado el parte del tiempo, lo cual es bueno para no caer en las trampas sentimentales que acostumbran a encontrarse en este tipo de productos. Por el contrario, la frialdad (más bien gelidez) de director y guionista no es precisamente la mejor aliada para encarar un drama familiar pausado cuya hora y media de metraje se hace más larga de lo que debería, a causa sobre todo de una recta final no rematada a tiempo. De este modo, el personal estilo de Schmid -acción- sirve para acercarse de una forma distinta a un tema muy sobado... pero tampoco ayuda a sacar las legañas de los ojos del público -efecto-.
Por su parte, el portugués Miguel Gomes pide que para la presentación de su película, la pantalla adopte una forma cuadrada, dejándose así de lado el ahora típico formato panorámico. Con la -deliciosa- experiencia de 'The Artist' todavía presente, algunos ya nos olemos la jugada... y efectivamente. Se apagan las luces del Palast y aparece ante nosotros una secuencia en añejo blanco y negro (y de narrativa reconociblemente muda), en la que un explorador/colonizador del viejo continente se enfrenta a los peligros de la sabana africana, como si de una cinta del Tarzán clásico se tratara. Los tiros no van por aquí, pero el color no aparece en las casi dos horas de película. El título de la obra en cuestión es 'Tabu', y al igual que el último gran legado de mismo título del legendario Murnau (con la todavía a día de hoy más que discutida colaboración del pionero Robert J. Flaherty), nos presenta las causas y consecuencias de una historia de amor imposible que nace en un lugar exótico; paradisíaco.
Cineasta declaradamente contrario a las convenciones, Gomes divide su película en capítulos desordenados en los que, para colmo, reina el desorden. Un magnífico "nonsense" que cristaliza a veces tímidamente y otras de forma vigorosa, en escenas o imágenes como la de un teléfono móvil sonando en el interior de una nevera, o la de la decrépita protagonista justificando sus defectos a través del relato de un sueño perturbador. El problema, festivalero donde los haya, se da cuando el espectador se da cuenta de que si la broma se alarga demasiado, va a acabar con el cerebro licuado. Efectivamente, las típicas rachas de inspiración con las que se alimenta el director (la mayoría de las cuales mostrando un amor envidiable al séptimo arte) no son suficientes para mantener un interés continuado en la proyección. Es por esto que, después de tanta poesía de altura -acción- uno sale de la sala cine con la extraña necesidad de marcarse un maratón de campeonato de películas de, por ejemplo, Michael Bay -reacción-, ni que sea para recordar que la vida no siempre es tan complicada ni desde luego, tan elevada.
El resto de esta sexta jornada ha pasado precisamente como una buena película de tito Bay: volando, entre dos propuestas documentales y dos de ficción. Empezando por la no-ficción, nos topamos para empezar con un Keanu Reeves que con 'Side by Side' se las da de estudioso del séptimo arte (en otro "papel" en el que sencillamente, no cuela), entrevistándose con peces gordísimos de la industria cinematográfica (Martin Scorsese, Georges Lucas, James Cameron, David Fincher, Christopher Nolan, los hermanos Wachowsky, Steven Soderbergh, David Lynch, Richard Linklater, entre muchos otros) para averiguar cómo ha cambiado -y cómo cambiará- la tecnología digital (que en esta función interpreta a la vez el papel de acción y reacción) el negocio que incomprensiblemente lleva tantos alimentándole. Por mucho que gesticule, dudo que Mr. Reeves se entere de la misa de la mitad, además, el documental de Chris Kenneally desprende un olor a teletienda que echa para atrás. A pesar de todo ello, siempre es un placer ver reunidas a tantas autoridades para hablar y discutir sobre lo que mejor conocen: un espectáculo que cada día que pasa se muestra, tanto en sentido positivo como negativo, más democrático, más líquido... más digital.
El otro documental, 'The Summit', hace que nuestra memoria se remonte más de una década, concretamente aquel sangriento julio de 2001 en el que representantes de los países más poderosos del mundo se reunieron en la ciudad italiana de Génova. Los directores Franco Fracassi y Massimo Lauria reaccionan virulentamente ante las deplorables acciones perpetuadas aquellos días por unas fuerzas de seguridad que se cobraban más y más víctimas en una escalada de tensión con los manifestantes anti-globalización que terminó con el tristemente famoso tiro en la cabeza de Carlo Giulani. Es tal la indignación de los responsables de este ambicioso proyecto, que el resultado final se resiente, en lo que acaba degenerando en una vorágine sensacionalista emperrada en producir un enfado que ya surgiría de forma natural con el -necesario- repaso de los sucesos. Más allá de este comprensible traspié, toca aplaudir la inmensa labor de investigación estrictamente periodística llevada a cabo por la dupla de directores, concibiéndose así una especie de 'J.F.K' contemporánea, que le va como anillo al dedo a la actual ola de indignación generalizada.
Pasando a la ficción, el hecho de habernos ahorrado un revisionado de la peligrosísima 'La dama de hierro' (desafortunada elección para la entrega de una merecidísimo Oso de Oro a la gran Meryl Streep) probando suerte con la en estas tierras esperadísima 'Bliss', ha sido lo mismo que salir del Congreso para ir al Senado, con el objetivo de encontrar un organismo legislativo útil y eficiente. Salir del fuego para caer en las brasas. En el infame día de San Valentín -cuando sino- debíamos toparnos con la propuesta más azucaradamente insoportable de todo el festival. Historia de una joven que huye de los horrores de la guerra para terminar en Alemania, donde se enamorará de un vagabundo mientras practica la profesión más antigua del mundo. El último filme de Doris Dörrie se descubre como la el plan perfecto para todos los enamorados a los que ya no les quede más maneras de celebrar su empalagosidad. Este videoclip (cuyo único punto positivo es un breve apunte a pie de página de temática gore) alargado se recubre de falsa amargura una historia dulcísima -acción- que producirá una indigestión letal -reacción- para todos aquellos que sepan que la vida en pareja no es un requisito imprescindible para encontrar la felicidad.
Para no faltar a la tradición, la sorpresa agradable del día la hemos encontrado en... Panorama. Como no podía ser de otra manera. Proveniente de Japón, 'Rentaneko' (cuya traducción al lenguaje occidental sería "Rent-a-Cat") es una película que nos presenta a una versión orientalizada de la archiconocida Amélie Poulain. En este caso, se trata de una muchacha (encantadora Mikako Ichikaw) que cuenta con el poder de atraer a los gatos... solo a los gatos, con lo que lleva la palabra "solterona" tatuada en la frente. Lejos de desanimarse, usará su don para montar un negocio de alquiler de felinos domésticos, que resultan ser el instrumento ideal para rellenar el agujero (sin malpensar) de la soledad. Planteada a fuera de la repetición de capítulos (o reencarnaciones), la cineasta Naoko Ogigam proporciona una muy efectiva comedia entre freak y tierna que por tono recuerda al Takeshi Kitano en estado de gracia de 'El verano de Kikujiro' (parecido razonable en el que tiene mucho que ver la partitura de Kosuke It, que bien habría podrido componer el mismísimo Joe Hisaishi). Un divertimento a su manera impecable, que mostrando los actos de esta peculiar emprendedora, ha provocado la reacción positiva de un público al que ya no le pesaban los párpados de los ojos.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas