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Postales del mundo

Vía El Séptimo Arte por 16 de febrero de 2012
Las palabras tienen el poder que nosotros, los hablantes, les damos... o no. En un lado de la balanza tenemos las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, especialmente un popurrí lingüístico que a punto estuvo de costarle (no solo a ella sino también al lector), un paro repentino de las funciones cerebrales. El caso es que, todos los objetos que la rodeaban, con los que estaba familiarizada desde hacía mucho tiempo, habían perdido su sentido. Ahora éste estaba en manos de un maníaco que se sabía controlador de la situación. De la misma manera, hay términos que por razones de la actualidad o de necesidades a cortísimo plazo, se manifiestan con una fuerza extraordinaria, y parecen que absolutamente todo deba entenderse a través de ellos. Por ejemplo: "demagogia", la palabrota definitiva para zanjar cualquier discusión. Poquísima gente que la emplea sabe su verdadero significado -hagan la prueba-, aun así, nadie le quita su condición de arma dialéctica definitiva.

En el otro lado de la balanza, y vamos ya al grano, ¿se acuerda alguien de aquel gran hallazgo de la sociología llamado "globalización"? Hará diez años, no pasaba un solo día sin que algún telediario lo empleara para referirse a unas manifestaciones, o para explicar el intercambio cultural, o las fluctuaciones del mercado de valores, o para comentar las maniobras militares de cierto país... poco importaba el concepto, pues dicho fenómeno se adaptaba a todas las materias imaginables. Pero la globalización cayó en desuso lingüístico, bien porque se interiorizó el proceso, bien porque se adoptó algún anglicismo para referirse a lo mismo. ¿Significa esto que ya no vivimos en un mundo globalizado? No, al igual que -y volviendo a la época comentada- el chapapote no desapareció de las costas gallegas cuando la televisión decidió ir a buscar carne más fresca. Quedamos de acuerdo en que, a pesar de ya no lo oigamos tanto, seguimos viviendo en un mundo globalizado.

El desarrollo de los medios de transporte así como el hecho de que por fin sean accesibles a todas las clases sociales; la revolución 2.0, enésimo síntoma del auge de las telecomunicaciones, también al alcance de todo el mundo; la flexibilización de las fronteras internacionales... Un cúmulo de conquistas que nos da la sensación de que en este planeta ya no queda nada para ser descubierto. Ya está todo visto. O tal vez no. Porque actualmente, aunque estemos a un par de clicks de ratón de cualquier rincón o período histórico, ¿sabemos cómo vivió una comunidad de campesinos chinos la última transición de régimen de su país? ¿Sabemos cómo se ganan la vida las mujeres de una pequeña aldea rural colombiana? ¿Sabemos realmente lo que se cuece en un zoológico de Jakarta? ¿Le importa a alguien? Puede que no, pero lo que sí que sin duda es más interesante es ver cómo las distintas cinematografías del mundo (que por mucha globalización que haya, que la hay, siguen conservando sus rasgos distintivos) dan respuesta a dichas preguntas.

Para saciar inquietudes como estas existen en parte los festivales de cine, que en ocasiones hacen del exotismo su única razón de ser. En su caso, la 62ª Berlinale nos ha proporcionado hoy un recorrido por este mundo globalizado (sea cual sea el significado de la dichosa palabra), a través de distintas postales, algunas más típicas que otras. La primera de ellas llevaba por título 'Postcards From The Zoo' (que en nuestra lengua sería precisamente "postales del zoo"). El cineasta de Indonesia Edwin (no ha trascendido apellido alguno... cosas de los artistas) sorprende con una película sencilla, cuyo mayor mérito es permitir lecturas ligeras y densas (al gusto del consumidor), a través de la historia de una cuidadora de animales de un zoológico de Jakarta, amante empedernida de las jirafas, y que va a tener que aprender a buscarse la vida en una típica jungla urbana del sudeste asiático.

Uno de los muchos consejos que Alfred Hitchcock se decidió a compartir con todo aquel que algún día decidiera ponerse detrás de una cámara para rodar, fue que, de ser posible, se evitara trabajar con niños y animales... y con Charles Laughton. Del tercer elemento ya no puede disponerse por razones obvias, pero Edwin se atreve con los dos primeros al principio de su película. Una chiquilla perdida en un recinto abarrotado de bestias. La cámara sigue sus pasos y se permite el lujo de perderse por su propia cuenta, en un espacio que a pesar de sus caminos, jaulas y zanjas, desprende cierto caos hipnótico. Llegados a este punto, no estamos demasiado lejos del cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul, siempre en busca de un fantastique oculto, solo perceptible para aquellos dispuestos a abrir algo más que sus ojos.

Pero Edwin afortunadamente (o por desgracia, depende de cómo se mire) no es Weerasethakul, con lo que permite que en su propuesta se cuelen concesiones al espectador medio, sin perder nunca su personalidad. Así, esta primera postal nos muestra, entre otras imágenes, a una chica que aprende el muy respetable oficio del masaje con final feliz, a un cowboy mago o a un peluquero a tiempo parcial impartiendo clases de historia magistrales. Con este mosaico habrá quien simplemente se divierta... y habrá quien, a parte de esto, vea un interesante trampolín para empezar a reflexionar sobre, por ejemplo, las diferencias -si es que las hay- entre la condición humana y la animal. En cualquier caso, prevalece un muy disfrutable y atractivo surrealismo.

La siguiente postal se hizo hace muchos años, pero se conserva en perfecto estado. En ella se ve una puerta de madera en medio de un camino, que sirve para señalizar que a partir de ahí empiezan los dominios de unas ancestrales familias de tradición campesina. Estamos en China, en el año 1912, punto de partida usado por el director Wang Quan'an para su nueva película, que lleva por título el nombre de la región donde se ubica la acción: 'The White Deer Plain' ("la Llanura del Ciervo Blanco"). Lo mismo hubiera dado que se titulara 'Érase una vez en China', pues lo que hace aquí el cineasta nacido en Shanxi es coger la siempre arriesgado y peligroso esquema de las películas río, para filmar el que de largo es el proyecto más ambicioso (a todos los niveles) de su carrera.

Así lo atestiguan tres horas de metraje, suficientes para propiciar durante la proyección huidas con el rabo entre las piernas, para localizar a terroristas de ronquidos, e incluso para dejar medio groguis a los valientes que han aguantado la vertical durante todos los asaltos, que obviamente no son pocos. Todas ellas son reacciones que se han dado hoy en el Palast, y todas ellas son -al entender de este cronista- igualmente injustificadas, al haber argumentos de sobra para considerar que hemos estado ante una de las mejores películas la Competición de esta Berlinale. Con el recuerdo todavía fresco de la a grandes rasgos fallida 'The Flowers of War', la industria china ha logrado limpiar su imagen con otra superproducción (cada vez nos van a llegar más de estas latitudes, seguro) que muestra lo mejor de dicha cinematografía. Muestra que poniendo los medios necesarios (que de nuevo, van a ser cada vez más) en las manos adecuadas, se pueden lograr grandísimas obras.

En este caso, a una factura técnica rozando la perfección en todos sus apartados (sonido, diseño de producción, una fotografía que lo inunda todo de oro y cobre batidos), se le suma la sabia mano de Wang Quan'an, que ha su consabido dominio de las historias de cariz intimista (véase 'La boda de Tuya') le suma el reto titánico de hablar con propiedad y en términos "macro", en el sí de una nación ya de por sí gigantesca. De 1912 a 1938 al director le da tiempo para subir y bajar incontables veces de su atalaya particular, para retratar sin atajos ni trampas, ni épica de mercadillo, pasiones y traiciones, la transición del feudalismo al comunismo, el peso de la religión y las tradiciones, las guerras entre clanes, así como de las fratricidas en el seno de ciertas familias, de la más humilde a la más poderosa. La comedia, el drama, el romance y el documental se funden a fuego lentísimo, y con un clasicismo nada cargante, en este complejísimo monumento faraónico a un país, a un pueblo... a un arte.

En un tono mucho más light y desde luego mucho más desenfadado, se presenta uno de los directores que mejor se mueve entre lo comercial i lo indie; un cineasta actualmente con tantos trabajos en su agenda que, si por energías fuera, podría presentar película(s) en cada uno de los festivales cinematográficos importantes. En ello está. Ladies and Gentlemen, Mr. Steven Soderbergh, que viene acompañado por Michael Douglas, Ewan McGregor, Michael Fassbender, Mathiey Kassovitz, Bill Paxton, Channing Tatum... incluso por Antonio Banderas. Dicho elenco de ensueño es el que encontramos en 'Haywire (Indomable)', especie de versión femenina a la saga Bourne. De modo que cabe atenerse a una historia de espionaje (que al igual que 'Kill Bill', se reduce al "chica-se-venga-de-todos-después-de-haber-sido-engañada"), en la que por supuesto no faltarán las persecuciones, los mamporros y otras frivolidades.

Cómo no, tampoco faltan las postales de los diversos sitios en los que se da la trama, y entre los que encontramos Nuevo México, Dublin, Mallorca (en inglés, Majorca) o Barcelona, con un logrado juego del gato y el ratón en el barrio Gótico incluido. Al final de la proyección los aplausos se han mezclado con los abucheos. ¿Por qué? Porque Soderbergh no es ni Doug Liman ni mucho menos Paul Greengrass, y aunque su gusto por la destrucción sea desternillante y su estilo retro-videoclipero siga funcionando, su acción no tiene el punch del espía amnésico, ni acierta con la elección de Gina Carano como protagonista de la función (un apartado que últimamente se parece demasiado a una ruleta rusa, ¿se acuerdan de la estrella del porno Sasha Grey? pues lo mismo), por no hablar de un guión que una vez más redefine lo que significa e implica el cachondeo entre amiguetes (¿se acuerdan de 'Ocean's 12'? pues lo mismo). Si el texto de 'Avatar' fue escrito en una semana, el de esta simpaticona tontería no debió requerir más de un par de horas.

Las dos últimas postales de la jornada nos llegan de Panorama, sección que hoy nos ha dado una de cal y otra de arena. La mala experiencia viene de una ciudad fotogénica donde las haya, Nueva York. Allí nos espera Ira Sachs con 'Keep the Lights On' para narrarnos y agotarnos con una historia de amor homosexual entre un director de documentales y un prometedor jurista. Filmada con buen pulso pero con poca alma, se trata de una demostración de lo perjudiciales que pueden llegar a ser las relaciones de pareja... en este caso, tanto para los protagonistas como para el espectador. La postal que recibimos con más ilusión es una que llega de Colombia. Viene firmada por Jhonny Hendrix y lleva por título Chocó, en referencia a su país de origen, y al nombre de la protagonista de la historia, una madre de dos hijos que se embarca en una odisea para conseguir una tarta de cumpleaños. Jhonny Hendrix (emocionado al presentar su trabajo) se nutre de una paleta de colores exquisita para adentrarse en una cotidianidad plasmada con naturalidad, y en la que se van filtrando apuntes (algunos de ellos esperanzadores y otros escalofriantes) sobre la Colombia negra y el papel que juega la mujer en ella.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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