Blanco y en botella: 'Pequeñas mentiras para estar juntos' es la secuela de aquellas 'Pequeñas mentiras sin importancia' que tan buen sabor de boca nos dejaron en su momento. Entre ocho y diez años después de aquello el mismo grupo de intérpretes vuelven a reunirse para más, para más de lo mismo.

Más, pero a su vez, algo menos. Como suele ocurrir con muchas otras secuelas, como en la reciente de 'Bienvenidos a Zombieland', el "más de lo mismo" queda supeditado a esos ocho, nueve o diez años transcurridos desde la primera vez. No son las expectativas, digamos que más bien es la inflación.

Llueve sobre mojado, y cuando uno es pobre no es que quiera de más: Lo que no quiere es de menos. Lo cierto es que 'Pequeñas mentiras para estar juntos' no supera en nada a 'Pequeñas mentiras sin importancia' siendo a su vez, como película y como secuela, una producción que está más "cogida por alfileres".

Quiero decir, que la primera al menos tenía al personaje de Ludo como hilo conductor. Ni era una gran película ni iba a ninguna parte especial, pero tenía una cierta solidez apoyada, indudablemente, en la ausencia de una película anterior que le hubiera hecho el trabajo sucio... como ocurre con su secuela.

Si bien 'Pequeñas mentiras para estar juntos' se deja ver con el debido agrado, resulta evidente que no tiene a dónde ir. Es, en esencia, una secuela que se aprovecha de su original para estirar el chicle apoyado, o respaldado, o justificado por el indudable encanto de los actores que dan la cara por ella.

Es lo mismo, pero menos. Una réplica menos lograda en todos los sentidos, facilona, descuidada y a la que se le notan mucho más las costuras. Las de una película que, pongo la mano en el fuego, se ha hecho más de cara a que un grupo de amigos se reúna en un set de rodaje que en una sala de cine.

Quien tuvo, retuvo. Pero retener, no es tener.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex