En su momento salí de ver 'Los Increíbles' con una sonrisa de oreja a oreja. Con ese entusiasmo vital que puede llegar a proporcionar una película así, sobra decir, a la altura de las expectativas generadas tanto por el ya en aquel entonces buen nombre de Pixar como por 'El gigante de hierro', estupenda película que el tiempo, y el sentido común, ha ido colocando en el lugar prominente y privilegiado que merecía desde el principio.

El tiempo, que pasa al tiempo que nos ofrece una perspectiva. El tiempo, que igual nos arregla lo que igual nos estropea un poco más. Han pasado 14 años desde la ahora primera entrega. 14 años, más que suficientes como para que de cara a una secuela como esta, los pueda cargar el mismísimo diablo. 14 años, más que suficientes como para convertir el culto en una religión, y el respeto en obstinada negación.

Para la hemeroteca, para el recuerdo, para mi configuración como persona de ahora en adelante: Salí de ver 'Los Increíbles 2' tan contento, alegre y feliz como lo hice a finales de 2004 de ver 'Los Increíbles'. Como si hubiera sido ayer, como si no hubiera pasado el tiempo; como si aún siguiera siendo aquel chaval al que la vida aún no había dejado en mal lugar. De nuevo esa sonrisa de oreja a oreja.

De nuevo esa alegría, incontenible, acompasada por la melodía, una vez más, retumbando insistentemente, de un Michael Giacchino que estás en los cielos, santificado sea tu nombre y nuestros oídos. De nuevo esa sonrisa en la cara al rememorar aquel visionado que ocurrió hace ya mes y medio, toda una vida en una sociedad digital parapetada tras un teléfono móvil y el "gol de Señor" como mantra.

En aquel entonces no se me ocurría mejor halago posible: Su capacidad para reeditar esa misma sensación, tantos años después y con un poderío arrollador virtualmente idéntico. De lograrlo de tal manera que parezca que no ha pasado el tiempo para la familia Parr como si lo ha hecho para el resto de los mortales. Ahora, que mes y medio después la alegría residual de su visionado sigue estando muy presente.

Da lo mismo que esta o cualquier otra secuela sea mejor o peor que la película que la antecede mientras las prestaciones sean virtualmente las mismas. Es un debate tan absurdo cómo elegir una sola película cuando como hace Tom Cruise, se puede elegir el cine por encima de cualquiera de ellas. Cuando como sucede con películas como 'Los Increíbles' (uno o dos), el paso del tiempo no supone el olvido.

La familia Parr arraigó en nuestros corazones antes de que muchos de los poderes de Jack-Jack se pusieran de moda y Marvel Studios reescribiese las normas del género a su gusto. Y 'Los Increíbles 2', al igual que las sucesivas entregas de 'Toy Story', no hace sino reverdecer ese recuerdo, esa cálida gratitud; ese respeto de un público adulto igualmente entregado y sin vergüenza por ir solo o sin niños a ver "una de dibus".

El bien se vuelve a imponer al mal, por supuesto, y también, las ganas de volver a verla que surgen inmediatamente después a cualquier mínima cascarrabieta de un sujeto de laboratorio que nunca tuvo infancia. 'Los Increíbles 2' es esa misma sonrisa agilipollada; esa misma alegría instintiva infantil; ese mismo espíritu festivo del siente todos, coño, que aquí se viene a disfrutar de hace 14 años. O de hace mes y medio.

Tan sencillo, práctico y rotundo como eso.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex