"Todo es cárcel menos lo que hay en tu cabeza". Es una frase que dice Wesley Snipes a través de su personaje Georce 'Iceman' Chambers, el protagonista de 'Invicto'. Chambers, enviado a prisión por un delito del que se declara inocente, acaba comprendiendo que la cárcel no es un lugar físico, sino una actitud en la que se vive psicológicamente. Quizá eso es lo que pensó (o piensa) el director austríaco Sebastian Meise, con su nueva película, 'Great Freedom (Gran libertad)'.

La cinta juega con la narración fracturada por tiempos para diagnosticar que los homosexuales eran criminales no hace mucho y que la única prisión real es la de la existencia. Con una evidente cadencia que va de menos a más, la película estudia las relaciones esporádicas bajo rejas pero situando la prisión como un enemigo mental más allá de la condena geográfica que supone socialmente.

A ratos explícita y con mucho retardo a la hora de arrancar, 'Great Freedom (Gran libertad)' usa el género carcelario para marcar conducta humana y sobre todo orientación sexual desde la más absoluta espontaneidad y desde el más triste de los miedos. Es una película que depende casi incondicionalmente del estado de su reparto, por situarse en un mismo espacio y por no tener demasiado trabajo de maquillaje y peluquería. Franz Rogowski sale triunfante del reto de ser el alma, la sangre y el cerebro del relato, firmando un papel admirable y elogiable.

Ganadora del Giraldillo de Oro en el pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde Rogowski también ganó el premio al Mejor Actor, la película de Meise inunda la pantalla de una tristeza vital que nunca exagera la desgracia ni se recrea en el amargo tiempo que se vivía en la Alemania de la posguerra. La historia diserta con franqueza y sin pudor sobre encajar en la hostilidad del medio y entre las ruinas de un mundo que no esperaba a todos por igual.

Por Jesús Sánchez Aguilar
@JesAg_