'El sustituto' es un buen thriller de suspense de corte dramático que a pesar de algunos pesares funciona a la medida de su relativa imperfección. Veinticinco años después de 'Atolladero', Óscar Aibar demuestra una vez más su solvencia a la hora de mirar hacia atrás (en lugar de hacia adelante, como en aquella). Del responsable de 'El gran Vázquez' cabía esperar algo, como mínimo, tan curioso y de claro sabor local: Una película de cine negro muy deudora de 'El crack' y ambientada en pleno mundial de fútbol de 1982. Mal bicho nunca muere. Sólo se transforma con la venia de quien no hace lo correcto para poder vivir convenientemente (y sobre todo, en paz).

Destaca la presencia de Ricardo Gómez, dejando atrás a Carlitos Alcántara y consolidándose como un actor de presente (y futuro). Él es el alma de esta película a la que no obstante le falta ver más allá de su línea editorial. La historia puede ser fascinante, pero todo lo que la rodea resulta accesorio y trivial. Aibar apenas juega con los márgenes de un relato que aunque de sobra efectivo, daba para además formar una pequeña parte de una realidad mayor, limitándose a repasar las claves de su sinopsis sin salirse de una senda con un croma de fondo, y con un reparto desperdiciado en tareas de apoyo y sujeto a una caricatura demasiado fácil.

No se confundan: Como decía en la primera frase, 'El sustituto' es un buen thriller que funciona a la medida de su relativa imperfección. El problema está en nuestra ambición como espectadores, que al menos en este caso se nos anima a que sea mayor que la de los responsables de una propuesta en cualquier caso, eficaz y muy respetable. En la oportunidad desaprovechada en una historia de amor, entre otras cosas, y a la postre tan importante como una investigación no coronada que podría haber servido para desarrollar una obra mucho más redonda, o mucho más compleja, o mucho más incómoda y que fuera capaz de ejercer como perverso titular.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex