Sé que me repito, pero es que la mayoría de las veces que veo un thriller español no puedo dejar de pensar en lo mismo: En España cuesta encontrar a un director que realmente entienda el género. Sucede también con el cine de terror, en donde la mayoría de los presentes se dedican a filmar un guión como si fuera una sucesión de escenas intercambiables en lugar de pequeñas partes de un todo más grande. No es tanto lo que cuentas, sino la manera en la que lo arropas y juegas con ello. La creación de una realidad paralela antes que la lectura en voz alta de un guión.

Incluso en casos como el de 'El sustituto', un buen thriller que a pesar de los pesares, funciona a la perfección. Veinticinco años después de 'Atolladero', Óscar Aibar demuestra una vez más su solvencia a la hora de mirar hacia atrás (en lugar de hacia adelante, como en aquella). De Aibar cabía esperar algo como mínimo curioso y claro sabor local: Una película de cine negro muy deudora de 'El crack' ambientada en pleno mundial de 1982. Mal bicho nunca muere, sólo se transforma con la venia de quien no hace lo correcto para poder vivir convenientemente (y en paz).

Destaca la presencia de Ricardo Gómez, dejando atrás a Carlitos Alcántara y consolidándose como un actor de presente (y futuro). Él es el alma de esta película a la que le falta ver más allá de su línea editorial. La historia puede ser fascinante, pero todo lo que la rodea resulta accesorio y trivial. Aibar apenas juega con los márgenes de una historia que daba para parecer real, limitándose a repasar las claves de su sinopsis sin salirse de una senda con un croma de fondo, y con un reparto desperdiciado en tareas de apoyo y sujeto a una caricatura demasiado fácil.

El caso de 'La casa del caracol' es algo distinto. Aibar lo cuenta a medias, pero al menos tiene claro qué quiere contar. Sin embargo la ópera prima de Macarena Astorga parece de esas películas que primero se ruedan, y a las que luego se las busca en montaje. La esperanza, encontrar algo que pudiera parecer haber sido escrito por Stephen King de haber estado Maine en España. Ni si ni no: Como todo thriller "con truco" está supeditado a la eficacia y credibilidad de un giro que como suele ser habitual, se muestra como algo más efectista y artificioso que orgánico.

No deja de ser... una película que se sabe es tan sólo... una película. Aunque la citada Macarena Astorga se acuerde tan solo en momentos muy puntuales, con un trabajo de cámara casi siempre a verlas venir. También, por un guión que "encorre" la historia cual encierro de San Fermín en lugar de darle tiempo a ponerse a tono. Y es que la película demandaba, aún más que en cualquier otro tipo de thriller la creación de una atmósfera. De hecho una historia como esta, tan deudora de Stephen King, prácticamente nace de atmósfera antes que de la concatenación de unos hechos.

No hay más que pensar en una novela. En cómo exploran un argumento de un folio a lo largo de cientos de páginas creando y generando sensaciones. Lo que nos agarra por los huevos. Las que no llega a generar 'La casa del caracol', una cinta distraída y curiosa que, como todo thriller "con truco", fía su vida a lanzar una moneda al aire. Un castillo de naipes filmado como un telediario, y un llamativo titular que no llegará vivo a la sobremesa como tema de conversación. Porque entre medias han sido los deportes. Y ahí es donde Óscar Aibar demuestra su veteranía.

Porque España no es ni un país de derechas ni de izquierdas: Es un país de fútbol.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex