'El mal no existe' - Pero el ser humano sí
Si te gustan las películas que ofrecen respuestas, entonces, 'El mal no existe' es muy probable que no sea tu tipo de película. Ryûsuke Hamaguchi no resuelve, sino que plantea y no pocas preguntas cuyas respuestas, en gran medida evidentes, quedan en manos del espectador.
A la cabeza me viene 'R.M.N.', del rumano Cristian Mungiu, con la que 'El mal no existe' comparte algunas similitudes; la más evidente, una extensa y muy elocuente reunión vecinal con representantes de una empresa, también, la mejor de la película que ahora nos ocupa.
Dicha escena condensa prácticamente todo el mensaje de esta a la postre enigmática ecoparábola: "El agua siempre fluye hacia abajo". La naturaleza es lo que es, no lo que el hombre quiera que sea, con tristes ejemplos como el del camping de Las Nieves de Biescas en 1996.
Mucho más ha llovido desde entonces, y sin embargo seguimos tropezando una y otra vez en una misma piedra que tarde o temprano se tomará la revancha. Es cuestión de lógica matemática: el planeta y sus recursos no son infinitos, y en algún momento el cántaro se acabará rompiendo...
'El mal no existe' expone a grandes rasgos como el capitalismo, el progresismo, el postureo o el buenismo tienden a socavar a una madre, la naturaleza, que ya nos ha ido dando pistas del mal negocio que como sociedad y como especie estamos haciendo con el futuro del planeta.
Ante todo con mucha calma, y con esa minimalista parsimonia estética, narrativa y expositiva asiática que parece congelada en otro tiempo en la que todo fluye con sencillez, lentitud, suavidad y delicadeza. De manera tan ambigua como concisa, tan obvia como culturalmente esquiva.
Al fin y al cabo, quien no quiera entender seguirá sin entenderlo por más que le diesen todas las respuestas y facilidades del mundo. Porque aunque "el mal no exista", el hombre seguirá siendo un lobo para el hombre mientras siga siendo rentable hacer negocio a costa de ello.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
Como dice Soprano, algunas escenas son lo suficientemente expresivas por sí mismas como para no ser enturbiadas con diálogo alguno. El Maestro no tiene prisa e intuye que el espectador que se acerca a esta experiencia está preparado y conoce o debería conocer previamente su cine no siendo, en mi opinión, la mejor puerta de entrada a él. Asako I y II, por ejemplo, es fantástica o la mil veces mencionada La Ruleta de la Fortuna y de la Fantasía deberían ser pasos previos al Mal No Existe y siempre poniéndome en la piel del espectador (porque lo fui) al que se le hace muy cuesta arriba este tipo de cine en su mayor parte contemplativo pero, sobre todo, reflexivo e introspectivo.
Hamaguchi siempre ha conseguido su propósito utilizando unos primerísimos planos que suelen ser el vehículo para llegar al espectador y que aquí sí que he echado en falta justificándolo por esa necesidad de disfrutar del bello paisaje desde cierta distancia y que el momento pedía.
Y hablando de vehículo, otro efecto que le funciona de maravilla y al que suele recurrir, son las sensacionales conversaciones en los diferentes trayectos en automóvil que pueblan su ya extenso parque cinéfilo. En este caso he notado que no ha funcionado (para mí) todo lo bien que acostumbra debido en gran medida al contenido y sustancia de lo que se hablaba. Habitualmente, opta por personajes que no se encuentran sentimental y emocionalmente en su mejor momento desencadenando auténticas tormentas de primeros planos que necesitan de poco más para cumplir con su objetivo. Aquí no se da ninguna de estas circunstancias sino más bien dos personas que no se encuentran en su mejor momento profesional y personal convirtiendo el diálogo en una serie de preguntas y respuestas en relación a su futuro más inmediato pero sin el peso ni la contundencia emocional a la que nos tiene acostumbrados y eso que cuenta con dos de las actrices Ayaka Shibutani y Hazuki Kikuchi que en Happy Hour me hicieron pasar unas extraordinarias 5 horas. Para lo que sí me ha valido es para entender mejor a un Takahashi y a su compañera.
Y llegamos a la junta vecinal que comenta Wancho. Este es sin lugar a dudas el momento Hamaguchi por antonomasia donde se dan cita los lugareños y representantes de la empresa constructora del famoso glamping para explicarles la magnitud del proyecto y así obtener su permiso y bendición para comenzar cuanto antes con su construcción. La seguridad a prueba de bombas con la que comenzarán la disertación los representantes poco a poco se irá tambaleando ante las incómodas y lógicas cuestiones que los asistentes, con su exquisita formalidad nipona tan característica del cine de Hamaguchi, irán exponiendo y para las que la impermeable "lógica" empresarial tendrá complicada, sino imposible, respuesta. Una delicia de momento que tendrá sus consecuencias provocando una reflexión en los representantes de la propia empresa tanto en Takahashi como en su compañera y que los transformará irremediablemente.
Con un final para nada esperado, Hamaguchi rubrica una buena experiencia que hay que degustar con la mente abierta, sin prisa y que desde luego no es la mejor para entender su cine.
Un 6.