'El corredor del laberinto: La cura mortal' - Corre, hijo, pero corre con estilo
Tirando de hemeroteca, compruebo que en su momento me referí a las dos entregas previas de 'El corredor del laberinto' en términos muy parecidos. Para un servidor, algo así como sendos "relatos de aventuras dónde hay poco margen para todo lo que no sea un movimiento que nunca mejor dicho, se demuestra corriendo. Una versión light de un mundo post-apocalíptico a lo 'Mad Max', con la sempiterna lucha de "los buenos" contra una maligna corporación como cuestión principal y dónde la falta de factor sorpresa, o de una historia con auténtico misterio, se compensa con una trepidante y, a menudo, elegante frontalidad".
La frase de cabecera en ambos casos, que conste: Corre hijo, corre todo lo que puedas...
"Sí, claro, por supuesto, 'El corredor del laberinto' supedita su radio de acción como película, franquicia y sobre todo producto al ámbito del cine comercial, con vocación de humilde distracción ligera y para un público claramente adolescente y poco exigente", seguimos reciclando para bingo lo escrito en el pasado. "Una narrativa estilizada que simplifica su ciencia para estimular la ficción dónde parece que siempre está ocurriendo algo, con un ejemplar aprovechamiento de los recursos a su alcance para aparentar ser la gran producción que, en realidad, tanto en esencia como en vocación, nunca pretende ser".
Me gustó bastante 'El corredor del laberinto', y me gustó un poco menos su primera secuela, 'Las pruebas'.
Podríamos decir muchas cosas de ambas que da igual, en cualquier caso toda conversación en torno a cualquiera de ellas debería de terminar con un veredicto equivalente a "resultón", al menos, a efectos prácticos. Porque ambas lo eran en gran medida, aún más en comparación con este decepcionante capítulo final que no acierta a gestionar sus posibilidades con la misma eficacia. A efectos prácticos, 'La cura mortal' sufre del mal de muchos llamados blockbusters que sus antecesoras habían logrado sortear previamente: Dos horas muy largas de metraje con mucho movimiento pero poquísima emoción.
Es curioso en ese sentido como, desconociendo por completo la obra original, esta tercera entrega admite, por su potencial inherente, la posibilidad de hacer aquello que a 'La saga Divergente' le costó la vida: Dividirse en dos. La sensación, manifiesta, es que 'El corredor del laberinto: La cura mortal' es demasiado larga para lo poco que cuenta pero demasiado corta para lo mucho que abarca. La principal víctima, el entretenimiento ofrecido de las dos anteriores deja paso a un cierto hartazgo debido a una deriva que, por más que el entusiasmo del realizador Wes Ball siga siendo el mismo, conduce a un punto tan muerto como a la vez, impersonal.
Y es que el guión da demasiadas vueltas para el poco partido que les saca a las mismas, dando una falsa sensación de querer contar algo cuando, a la hora de la verdad, no deja de ser la excusa de una acción reformulada como opio para el pueblo hasta un final por defecto. O sea, se entretiene sugiriendo detalles que ni quiere ni pretende explorar, a pesar del enorme potencial que, a la tercera, muestra esta franquicia que acaba allí dónde podría haber nacido... si la intención, claro está, no fuera la de conformarse con ser un decente, a nivel formal, relleno de multisalas en plena temporada de premios, #Metoo's y #SoWhite's.
Una reducción a lo esquemático, a una escala de grises donde entre el blanco y el negro sólo está Teresa (y con pinzas), unido a la esclavitud inherente que supone dirigirse hacia un punto final Made In Hollywood. Todo ello ya fuera del "laberinto" de su título, fuera ya de cualquier valor auténtico y diferenciador, dejando que esta conclusión caiga en el terreno de la resolución forzada, de un episodio a la semana, que tienden a confundirla con cualquier otra saga de su especie, género o condición. El bueno contra el malo (y los demás al fondo, de comparsas salvo para el oportuno momento "de la lagrimita").
Tras dos entregas muy apreciables y distraídas, este capítulo final deja un sabor amargo al ser incapaz de darle sentido, fundamento, valor al viaje que debería suponer una trilogía como esta. Al final todo se resume a una vendetta personal, Thomas vs. Janson, mientras que el mundo que los rodea se nos muestra tan vagamente que, como a sus propios protagonistas, nos la pela. Egoísmo puro, y duro, a lo largo de dos horas muy largas de metraje que parece que estemos atrapados bajo la nieve en la AP-6, y con la misma cara de indignado de quién se queja de aquellos que no tomaron las precauciones que él tampoco tomó.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex