'Asesinato en el Orient Express' es una digna producción hollywoodiense. Y a su vez, una digna producción de Ridley Scott. En ambos casos venimos a hablar de lo mismo: Una producción con muy buena apariencia, caras conocidas y una narrativa correcta que sin embargo carece de alma. El gran y lujoso Hollywood. Esto es, lo que también cabe esperar de un artesano como lo es un Kenneth Branagh que lejos de la figura de William Shakespeare ha brillado más bien poco.

Esta nueva adaptación de una novela de Agatha Christie está más o menos a la altura de las restantes adaptaciones, dónde de entre las que no han sido olvidadas (por razones evidentes) no encontramos ninguna que sea especialmente recordada. Al menos en lo que respecta a un servidor, quién a bote pronto no encuentra ninguna de ellas a la altura de la brillantez de títulos como 'Cluedo', posiblemente la mejor en su especie (como ya lo es en mi cabeza y en mi corazón).

No se trata de brillar, sino de cumplir. No se trata de cine, sino de Hollywood. Y 'Asesinato en el Orient Express' cumple como todo buen profesional: Es entretenida antes que emocionante, bonita antes que incisiva. Y ante la duda, distracción y un gran bigote. Como si le hubieran lavado la cara de igual manera que a la 'Liga de la Justicia' pero de buena gana, y por iniciativa propia. Como si este tren lo hubieran atornillado a un tiovivo en el que dar vueltas y vueltas y más vueltas.

¿Y a quién no le gustan los tiovivos? Llegado el caso lo importante es no sentir que hemos perdido el tiempo o tirado el dinero a la basura, y 'Asesinato en el Orient Express' consigue eso con la conveniencia habitual de cualquier industria. Salvo el bigote de Hércules Poirot, no hay nada en ella que nos vayamos a llevar a la cama, mucho menos que despierte a nuestro lado al día siguiente. Pero luce bien, no aburre y salen algunas caras conocidas. La gran y lujosa fachada de Hollywood.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex