'A cambio de nada' - Por si preguntan
Desde que hace dos semanas se hiciera con la Biznaga de Oro, el postureo a la hora de hablar de 'A cambio de nada' se define añadiendo la coletilla "la gran triunfadora del Festival de Málaga". Como si eso lo dijera todo cuando, como bien sabemos los que hemos estado por ahí, eso no tiene por qué significar gran cosa. Porque no es que lo tuviera precisamente difícil a poco que hubiera hecho los deberes... como lo has hecho, con un Daniel Guzmán muy aplicado que supera este primer parcial de las oposiciones, en un modélico ejemplo de cine social de amplio espectro que, a cambio de tan poca cosa como una entrada de cine, combina entretenimiento y conciencia en igual medida. Por si preguntan.
Cada vez es más frecuente que los actores den el salto al otro lado de la cámara. Es algo comprensible cuando se llevan varios años en un mundillo como el del cine y te presentas como actor pero, sin embargo, pocos aciertan a recordar alguno de tus trabajos.... como perfectamente le puede haber pasado a Daniel Guzman. En cualquier industria, más en una como la española que sigue siendo una presunción antes que una realidad, la inercia te deja sentado en casa viendo los Goya por televisión. No sólo está en juego la supervivencia dentro de lo que conocemos como capitalismo, también el orgullo y la dignidad que se le presupone a cualquier persona mínimamente creativa.
Mucho se jugaba el ¿ex? actor Daniel Guzmán con este proyecto en el que, dicen, se ha dejado la piel; como también dicen que quien no juega nunca gana. O como quién se queda en casa comentando los Goya por Twitter. El "proyecto de" se cruza entre Fernando León de Aranoa y Alberto Rodríguez para centrar el foco en la realidad social del momento... o de una realidad global que, pase lo que pase, por desgracia siempre seguirá siendo "del momento": 'A cambio de nada' sigue a un joven "conflictivo" que hace lo que puede por seguir adelante fiel a sus principios. Una historia que no destaca por su originalidad pero que tiene algo que no todas sus coetáneas tienen: alma, personalidad, orgullo.
También tiene otra cosa tan importante como es una historia y unos personajes unidos por un guión que les da una razón para ser al margen del postureo. Una película que retrata con verosimilitud, sin forzar el drama e intentando huir de los clichés, la historia de varios personajes de distintas generaciones unidos por su capacidad para sobrevivir en una realidad deshumanizada y sin honor. Un drama sobre todo creíble y construido con mimo en el que tampoco faltan las sonrisas o un poso de esperanza, porque no todo está perdido... ni lo estará siempre que le pongamos ganas. Y ahí es dónde destaca sobremanera el debut de Daniel Guzmán, en sus ganas contagiosas de (sobre)vivir con muchísima dignidad.
Nota: 7,0
Por Juan Pairet Iglesias & Diego Sánchez Izquierdo
@Wanchopex / @DSaniz
Y la película es una maravilla. Amén.
"Yo no quiero volver a mi casa", en cualquier lugar antes que el infierno discursivo de hogar en el que vivo, peleas, discusiones e incesante mal rollo, y yo en medio, harto y perdido porque ambos son mis padres, a los dos quiero y no puedo elegir ni decantarme a favor de ninguno, de modo que, mejor me largo y busco mi camino.
Accedentada y pedregosa adolescencia con la que lidiar donde, a falta de familia unida y protectora, se busca refugio acogedor donde sea, en la dureza de la calle cuya lección marca y deja huella, supervivencia extrema de cogerse a lo que venga, de aceptar lo que aparezca e inventarse lo que no esté al alcance, sagaz pillería de quien tiene empuje, sonrisa y labia para lograr premio, picaresca de quien encuentra recurso de subsistencia para vivir una aventura de golfillo avispado que narrar a los nietos en la vejez o relatar, en el presente, a las tías para camerlarlas y que algo caiga.
Porque, para este verano, no tan azul -aquella pandilla veraniega, que se lanzaba a las calles, era más virginal e inocente- se nos presenta el quijotesco imitador de el vaquilla, que tiene problemas parentales de comunicación nula, pocas ganas de estudiar y muchas de mentir y buscarse el papeo, con su más fiel escudero, un calcadito Sancho Panza; dueto entretenido, que no cautivador ni fascinante, que se lanzan a la aventura, por la vís rápida y efectiva, disponible ¡ya!, del hurto a pequeña escala para pasar a delito mayor cuando se de el caso, y todo a cambio de nada pues parece fácil, al abasto de la mano, sin consecuencias que lamentar, rutina de ese nuevo costumbrismo por el que los chavales, reforzados por la excusa de la marginalidad, no afrontan los problemas, prefieren atajar y directamente ser millonarios dentro de esa fantasía de montaje que llevan en la cabeza pues, no hay otra forma de esquivar la cutre realidad.
Daniel Guzmán escribe, produce y dirige, se implica durante años, en la configuración final de un relato callejero, de la vida, común entre esa juventud anexa a la ciudadanía media que no les llega, diálogos veraces, de ras de suelo, de ese lenguaje conocido que se absorbe con conocimiento sabido, como dos colegas de clase que hacen peña y luego fardan de sus correrías, el público de la clase les sigue con interés y curiosidad de la siguiente torpeza y tontería a realizar, pasos desmadrados que intercalan en viviendas y lugares varios, huyendo de la propia, para acabar en peor muestra.
La rebeldía generacional proveniente de conflictos domésticos, de falta de apoyo, comprensión y cariño expuesto de forma humana, cercana y empírica aunque sin insistir en los temas propuestos, superficialidad de visita que expone pero no incide, deja concisos planos de montaje acertado y muy logrado, realismo argumental, empatía visual y magnífica elección de los intérpretes pero no supera el estandarte tópico de un relato sobre adolescentes metidos a delincuentes, por aburrimiento y queja de unos padres divorciados, que disputan sin parar, y colocan al hijo en la encrucijada de optar por uno u otro.
Buenas intenciones, agradecida acogida por su esforzada voluntad, simpática y cordial, se deja ver con la frescura de sus lozanos movimientos pero se echa en falta más contundencia, atrevimiento y firmeza, una circulación más arriesgada y potente y no un simple viaje, corriente, cómodo, que no ofrece nada nuevo.
"Yo, soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha tratado con amor, porque nadie me ha querido nunca oír", Jeanette era cándida y suave, Darío es más chulesco y osado, misma pena y sufrimiento, queja protesta que no explota todos sus recursos, posee convicción, que no enérgica andadura y contundente resolución.
Válida experiencia para primer trabajo de este novato, talentoso en la dirección y escritura, a la espera de frutos venideros cuando coja recorrido, destreza y veteranía; a cambio, el respeto y aplauso del público, que nada, precisamente ¡no es!
Pd: Para mí la película se merecería un goya.
Nota: 7,5