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'Zootrópolis' - De cazadores y cazados

Vía El Séptimo Arte por 12 de febrero de 2016

El mundo está definitivamente dividido en dos. Llámense mitades, hemisferios o simplemente, que a esto vamos, ''categorías''. Eastwood tenía razón: los hay quienes empuñan un arma, y los hay quienes cavan. El caso concreto puede ser un pelín demasiado específico, pero la dicotomía es sin lugar a dudas universal. Se pueden encontrar, pues, otros mil ejemplos válidos. Los hay quienes se sienten atraídos por el cine de animación, y los hay quienes siguen pensando que esto es una cosa sólo para críos. Los hay quienes se las apañan para mostrarse siempre como el ser racional que le dijeron que tenía que ser, y los hay quienes no pueden o no quieren evitar desatar, de vez en cuando, a la bestia que llevan dentro. Los hay quienes pagan religiosamente el dinero que cuesta una entrada de cine (¡increíble!), y los hay quienes se forran a su costa. Los hay quienes aman a la Disney y los hay quienes, directamente, la odian. Depende todo, ya lo ven, del lado del cañón / pantalla / cámara en que se encuentre uno.

En el reino animal, tres cuartos de lo mismo. Están los que comen y los que son comidos; los depredadores y las presas. Depende todo, está claro, de la posición ocupada en la cadena trófica. La nueva película de Byron Howard nos mete de lleno, ya desde su primera escena, en esta concepción bicéfala del ecosistema en el que vivimos. En una de estas funciones de teatro de escuela primaria que los adultos ya no saben cómo evitar, unos chavales nos dan una lección express de Historia, porque sí, resulta que en el mágico universo de 'Zootropolis', herbívoros y carnívoros han aparcado sus -evidentes- diferencias sobre gustos culinarios para vivir juntos y en armonía. Así, no es de extrañar ver imágenes tan chocantes y potencialmente peligrosas como un conejo pasando las horas de recreo junto a un zorro, un corderito debatiendo pacíficamente con un león sobre temas de política municipal y, por qué no, una gacela estrella del pop cantando junto a su inseparable séquito de tigres bailarines.

La voz de este último personaje la pone, por cierto, la mismísima Shakira. Por aquello de recordarnos que sigue existiendo, por la insensatez aquella de cobrar (seguramente) por los servicios prestados y para darle una alegría, ya puestos, a sus hijos. La mamá, no digamos ya el papá, mola. El dato, anecdótico a simple vista, adquiere el estado de diagnóstico cuando sale a relucir el nombre de la todopoderosa productora del film. Estamos en los dominios de la Disney, y esto, antes que ser una película, tiene todos los números para ser un producto. El cine también se divide entre estas dos maneras de ver el arte, el negocio... o lo que diablos sea esto. El mero hecho de pertenecer a uno u otro grupo, no debe comportar valoración precipitada alguna (de prejuicios también va la cosa), pero por lo menos sí debe tenerse en cuenta a la hora de analizar el objeto. En el caso que ahora nos ocupa, éste debe ser visto al menos desde dos puntos de vista distintos. Estaba escrito. La naturaleza animal, simplemente es así.

Volviendo al tema central, resulta que no todo es de color de rosa en 'Zootrópolis'. Resulta que las apariencias engañan (hablamos de la Disney, no lo olvidemos), y que bajo la superficie de cordialidad y buen rollo generalizados, laten unas tensiones que están a punto de estallar en forma de seísmo que pondrá patas arriba toda la urbe, así como, claro está, la comunidad que en ella habita. Una serie de misteriosas desapariciones pondrá en jaque a la policía local, así como a las más altas (y turbias) esferas del poder. De paso, servirá para que el destino una a la extraña pareja de turno, (bi-)elemento imprescindible para que la trama avance a base de las risas de los más jóvenes... y del beneplácito del público adulto, que es, no lo olvidemos, quien paga los dos tickets. Él, viejo zorro más por experiencia que por edad; ella, entregada agente de policía convertida, cada dos por tres, en plato principal en potencia de las primeras fauces voraces con las que se cruce. A partir de ahí, a aplicar el manual de la buddy movie clásica: cuando la historia haga el amago de estancarse, se sacan rencillas de mayor o menor trascendencia... hasta llegar a la hora y media de rigor. ¿Con ello se tira demasiado del gag y del referencialismo? Seguramente sí, pero nunca sin llegar a cargar.

Con un oficio y un sentido del deber igualmente encomiables, pero con un brillo que irónicamente brilla por su ausencia. Ahí va otro recordatorio, por ejemplo, de que a estas alturas, la técnica, más que un activo, es un mínimo exigible. Byron Howard, co-director de las notables 'Bolt' y 'Enredados', (y por ello uno de los responsables principales del paulatino recorte de distancias entre Pixar y Disney en la escena del cine de animación) se enfrenta a esta su primera aventura en solitario con una actitud demasiado conservadora (los mejores chistes, entre ellos la brillante píldora de los funcionarios ''perezosos'', no se dejan para el más-allá del tráiler), pero sin duda jugando bien con los activos que hicieron destacar sus anteriores trabajos. Esto es, una brillante gestión del ritmo, sumado a una muy buena comprensión de la materia prima que le ofrece la historia tratada. En este caso, si bien 'Zootrópolis' no destaca en nada, entendida estrictamente como producto (¿lo ven?) de entretenimiento, sí que, por el contrario, gana -y mucho- en interés cuando se descubre como fábula rica en segundas lecturas sobre los miedos y odios raciales. Para más información, miren lo que está pasando en las calles de Estados Unidos (por ejemplo) y busquen las diferencias. Suerte con ello, y bendita la valentía de la multinacional, las cosas como son.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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