'Yves Saint Laurent': La chancleta mecánica
Voy a ser breve, y además de verdad de la buena. Defina usted de forma concisa el término "correctísimo biopic mécanico resuelto sin nervio ni gracia". En tres palabras, 'Yves Saint Laurent'. Y van unos cuantos.
París, 1957. Con apenas 21 años, Yves Saint-Laurent es llamado inesperadamente a supervisar la gran casa de la moda fundada por el recientemente fallecido Christian Dior. Todos los ojos se vuelven hacia este joven asistente cuando presenta su primera colección de alta costura para Dior. Durante el rompedor y exitoso desfile, Yves Saint-Laurent conoce a Pierre Bergé, quien no sólo se convertirá en su socio, sino también el gran amor de su vida. Tres años después, se crea la Empresa Yves Saint-Laurent, que de la noche a la mañana se convierte en una de las marcas mundiales más famosas de la moda y el lujo. Pero plagado de dudas y demonios, Saint-Laurent acabará librando una amarga batalla consigo mismo y contra numerosos factores externos en su cruzada por darle la vuelta al inmovilista mundo de la moda y convertirse en uno de los mayores iconos del siglo XX.
Lo que han leído en esta su sinopsis oficial pegada aquí con descaro es lo que se encontrarán en 'Yves Saint Laurent', ni más ni posiblemente tampoco de menos. Lo que vendría a ser el nuevo trabajo de Jalil Lespert -no hace falta que se aprendan el nombre- es lo que ya han leído en la introducción, un "correctísimo biopic mécanico resuelto sin nervio ni gracia". Esto es, un filme sumamente plano y superficial que se limita a recorrer fríamente con actitud telegráfica los eventos de una gran vida a la que hace sumamente pequeña; peor, una vida mayúscula a la que vuelve minúscula. Y por supuesto, aburrida ante la falta de atractivo, pasión o nervio de la hueca y elegante nadería en la que se desenvuelve la sucesión de escenas. Increíble, pero falso. Y a ser posible, sin llamar la atención.
El enésimo biopic que se limita a pasear un nombre en vez de a darle vida, y en dónde si acaso, sólo si acaso, destaca la presencia del intérprete que da vida al centro de atención, en este caso un joven Pierre Niney, protagonista de '20 años no importan' cuyo nombre pueden apuntarse y que posee un sorprendente parecido con el Yves Saint-Laurent, detalle este que se erige como en lo único descarado de una función nada descarada. Por lo demás 'Yves Saint-Laurent', la película, adopta una actitud diametralmente opuesta a la de la persona cuyo nombre le da algo que mendigar: discreta, irrelevante, cobarde, vulgar. Sin más capacidad de sugestión que la que podamos encontrar en una imitación de baja calidad incapaz de aguantar el tipo casi, casi, casi, ni desde el fondo de la sala.
Nota: 4,0
Por Juan Pairet Iglesias