La justicia divina (y esto no es un consuelo, es la realidad) existe, lo que pasa es que (y esto no es solamente es la constatación de un amargado, es también la realidad) ésta no siempre está al tanto. Tarde o temprano, las obras de arte acaban ocupando el sitio que les corresponde en la historia... mientras esto no sucede, con el consuelo de dicha perspectiva nos quedamos los que creemos en ellas. 'Una familia de Tokio', nuevo trabajo del veterano de
Yôji Yamada parece que rápidamente va ocupando la posición de privilegio que sus méritos deberían otorgarle... lo cual no quita que empezara con mal pie su andadura por este loco y caprichoso mundillo. En su favor, decir que la poca volada que adquirió en su puesta de largo oficial fue única y exclusivamente debida a factores externos. A saber, en un momento de la historia de la humanidad, alguien seguramente llevado por un estudio empírico poco contrastado afirmó:
''¡Segundas partes nunca fueron buenas!'' Y coló.
En el pack entran, obviamente, precuelas, spin-offs, reboots y, faltaría más,
remakes. Cualquier producto cinematográfico que se presente bajo esta etiqueta, lo tiene crudo. Especialmente en plazas donde supuestamente se premia la excelencia artística. En muchas -demasiadas- ocasiones, pura fachada. Pregunten sino a José Padilha, quien después de conquistar en 2008 el Oso de Oro en Berlín con 'Tropa de Élite', vio como la esperadísima (y a la postre aclamada) segunda parte de dicha película se tenía que conformar con arrasar en Panorama, sección paralela (normalmente potentísima, pero paralela al fin y al cabo) a la Oficial en dicho certamen. Para colmo de males, no fueron pocos los que, al hacer las maletas para volver a casa, tuvieron claro que lo mejor que habían visto en aquella edición fue la mencionada 'Tropa de Élite 2'. Ese maldito número al final del título... ya se sabe, ''¡Segundas partes nunca fueron buenas!'', y hay que guardar las apariencias.
Volviendo a la última víctima de dicha política, si 'Una familia de Tokio' no ha hecho más ruido hasta ahora (y suerte de Valladolid...) es porque a un genio de la Berlinale se le ocurrió castigarla y mandarla al rincón de pensar. En este caso, la sección designada a tales efectos fue Berlinale Special, especie de cementerio de elefantes presidido en aquella 63ª edición por ilustres viejas glorias como Ken Loach, Giuseppe Tornatore o Jeremy Irons. Ciertamente, no parecía ésta la mejor tropa de cara a levantar los ánimos del personal. Dicho esto, y a toro pasado, ¿por qué demonios mostró la organización tan poca confianza en Yamada? ¿Por tener éste más de ochenta años? Posible pero improbable. ¿Porque su último trabajo, en cierto modo, ya lo habíamos visto? Lo dicho, ''¡Segundas partes nunca fueron buenas!'', y no se hable más. Y poco más se supo.
Más cierto que todo esto es que los responsables de privar a 'Una familia de Tokio' de cualquier posibilidad de estar en el palmarés,
no supieron interpretar debidamente su condición de remake. De modo que mientras unos no quisieron ver más allá de una resucitación que podía herir sensibilidades, otros intentaron dotar a su producto de un
(no es casual que en más de una escena podamos ver los carteles promocionales de la propia película) que transmitiese las ganas de éste a la hora de dialogar, precisamente, con el tiempo. De acuerdo, Yamada cometió la insensatez de profanar (?) uno de los mitos más intocables de la historia del cine, pero no menos cierto es que el mismísimo Yasujiro Ozu, desde su merecidísimo trono en el Olimpo del séptimo arte, debe estar aplaudiendo a rabiar esta revisión, sesenta años después, de la eterna 'Cuentos de Tokio'. Hablando de calendarios, Yôji-San, cuando tuvo ocasión de ver tamaña obra maestra, no debía llegar a la treintena. Toda la vida por delante... y ahora que la tiene casi toda atrás, no es de extrañar que no sólo no se arrugue ante el reto de no dejarse engullir por la sombra del maestro, sino que además se las ingenie para reverenciarle... reverenciándose a sí mismo con este imprescindible compendio de ''renovado''- clasicismo fílmico nipón.
La familia como eje vertebrador se reivindica de nuevo en el país del sol naciente para brindarnos una sesión non-stop (que afortunadamente
dura tanto como dos horas largas... y ojalá fueran más) sobre cómo los lazos de sangre constituyen uno de los mejores catalizadores conocidos a la hora de despertar, tanto en los afectados en primera persona como en los que eventualmente se detienen a ver el espectáculo,
las amarguras y alegrías más puras; más naturalmente catárticas. Para que esto se produzca no tiene por qué mediar manipulación sentimental alguna (y no hablamos de la enésima partitura-para-el-recuerdo de Joe Hisaishi)... mucho menos los alaridos de cualquier director con ganas de imponerse por encima del material sagrado sobre el que está poniendo las manos. Yamada, claro exponente de la intachable y casi centenaria tradición de cine familiar japonés, da buena cuenta de ello en cada escena, en cada situación, en cada enfrentamiento y en cada reconciliación. Pide que se le trate como a maestro, más que como alumno aventajado, y lo hace de la única manera posible en estas lides: con
la pausa, el temple y la paciencia del más veterano de los observadores. El resto lo provee, cómo no, la familia. Una delicia.
El retrato familiar clásico (tanto a nivel espiritual como a nivel de composición más estrictamente superficial)
trasciende el individuo para alcanzar un colectivo que, para mayor carambola (más redonda aún si tenemos en cuenta la herencia de Ozu)
nos habla de una nación entera, de su complejo de haber perdido las raíces, así como sus eternos conflictos para tratar de conciliar las expectativas de lo viejo con las decepciones de lo nuevo... ¿o era al revés? Por cierto, ¿hablábamos de 1953 o de 2013? ¿De Yasujiro o de Yôji? ¿De la familia o del cuento? De esto último, seguramente. De cómo
nunca acaba, porque siempre habrá un pasado y un futuro con los que enfadarse, y en los que sentirse como en casa, porque cada generación seguramente necesite su ''propia'' versión, y porque está en manos de los clásicos, igualmente eternos. Tanto Ozu como Yamada (que, por si no había quedado claro,
no están en versus, sino en armoniosa complementación) ostentan dicho estatus, y así debería hacerlo su manera de contar historias.
Sincera, noble, certera, pura y bondadosa con unos personajes que en realidad son personas. El corazón de este cine no cabe en un solo cuerpo, por esto tiene que compartirse con la familia (por supuesto), y con cualquiera que, ahora mismo y aquí, esté tan vivo como tú.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas