Antes del catastrófico paso del
súper tifón Haiyan, Filipinas era, para muchos de nosotros, poco más que un exótico archipiélago del sudeste asiático cuya relevancia en la escena internacional iba poco más allá de las preocupantes irregularidades jurídicas registradas en su territorio, o de algún que otro dato macroeconómico que venía a confirmar que la globalización, por si alguien se lo preguntaba, sigue llevando a cabo su implacable tarea. Aproximadamente un año antes de que las provincias de Leyte y Sámar quedaran literalmente borradas del mapa, un cineasta británico, siguiendo los pasos recientes de otros compatriotas suyos, hizo las maletas y abandonó su tierra natal para probar suerte en la otra punta del mundo. Diez meses antes de que la naturaleza mostrara su ira más incontenible, los frutos de aquel viaje tomaron cuerpo en un remoto rincón de Utah: 'Metro Manila' acababa de conquistar el Premio del Público en la Sección World Cinema de Sundance.
La carrera por el Oscar (Reino Unido la seleccionaría para competir en la categoría de Mejor Película de Habla No-Inglesa) estaba inaugurada, así como la andadura oficial de una película que, sin lugar a dudas, merece nuestra atención. Sean Ellis, su máximo responsable, allá por el año 2004, empezó a darse a conocer con 'Cashback', singular cortometraje sobre las ensoñaciones de un empleado de súper-mercado a lo largo los turnos de noche, que posteriormente evolucionaría en largo y que, de paso, dejaría entrever el talento (así como las carencias) de
una de las voces potencialmente más interesantes del cine británico más moderno. El caso es que, en la transición de un formato a otro, no se tocó ni un solo fotograma del trabajo original... y dio la sensación, a pesar de todas las buenas sensaciones recogidas, de que
las intenciones de Mr. Ellis tenían mejor cabida en el escaso cuarto de hora inicial, antes que en la hora y media posterior.
Digamos que hay artistas que funcionan mejor en las distancias cortas. Que
hay directores que dan lo mejor de sí cuando el cronómetro les obliga a darse prisa. En este sentido, el que 'Metro Manila' consiga superar el aparente handicap (teniendo en cuenta los antecedentes) de tener un metraje que llega a las dos horas, es principalmente porque, si se analiza fríamente, es el resultado de la suma más sencilla de todas. Uno más uno son dos, y
la unión de dos películas breves puede dar una más larga que en ningún momento se antoja como tal. Entre el thriller criminal y el drama social-familiar, Sean Ellis parece dar mayor sentido a sus arrebatos estéticos e hilvana una
historia cuya naturaleza bicéfala no parece artificial, sino todo lo contrario, como necesaria.
Como si de un 'Training Day' a la asiática se tratase, 'Metro Manila' se descubre, poco a poco, como un
oscuro relato donde el ineludible sustento de las señas de identidad del heist contemporáneo permiten que se filtren, cada vez con más contundencia, pinceladas de denuncia que causan auténtico terror. Antes (y después) del súper tifón Haiyan, el infierno se hallaba en la extensa área metropolitana compuesta por las ciudades de Quezón y Manila. Su monstruoso poder de atracción atrajo a sus inmundas calles a una familia que descubriría, de la peor manera posible, que
el factor humano puede ser la maldición más terrible que le puedan echar a uno encima. Y la metrópolis se convirtió en el más letal e invencible de los enemigos. En un pozo sin fondo donde la honradez y la honestidad penalizan al pobre diablo que hace bandera de ellas, y donde la prostitución (tanto a nivel físico como espiritual) se convierte en el único camino para, un día más, volver vivo a casa.
El montaje nervioso y el alto ritmo narrativo, si bien dotan al relato de tensión y nervio, por el otro lado también impiden que éste pueda ser tomado totalmente en serio. No obstante, queda la sensación de que, más allá de cualquier frivolité entre géneros, Sean Ellis ha dado con la tecla adecuada para encontrar la
solidez y personalidad que a tantos otros compañeros de profesión se les escapa. Su nueva película no precisa de desastre natural alguno al haber encontrado (y sabido retratar) algo mucho peor:
el horror de la supervivencia en la jungla convertido en elemento indisociable de la cotidianeidad. En algún momento del camino, se perdió la moral, la decencia y la ética... como si de un segundo juego de llaves hablásemos. Nunca más apareció. Quedó engullida por las cloacas que rigen un sistema del cual no hay escapatoria posible.
Debería venir en la portada de todos los periódicos. En mayúsculas y tinta roja, para que a nadie le pasara por alto, pero claro, no todos los días cae del cielo un súper tifón. Lo otro, sí.
Nota:
6 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas