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'The Skeleton Twins': Dos hermanos colgados de un árbol

Vía El Séptimo Arte por 13 de noviembre de 2014

Con el maldito chiste topamos una vez más. La pregunta lanzada al aire era, ya de por sí, muy inquietante. Decía así: ''¿Qué es más gracioso que un niño colgado de un árbol?'' Auch. Pausa para recobrar el aliento y... Respuesta: ''Un niño colgado de un árbol vestido de payaso.'' Pausa para la carcajada... o para escandalizarse (ambas opciones, tan comprensibles como válidas). Dependiendo del sadismo del narrador, la coña (por así llamarla) podía alargarse. ''¿Y qué es más gracioso que un niño vestido de payaso y colgado de un árbol? Pues dos niños vestidos de payaso y colgados de un árbol.'' Basta ya. Bueno, pero antes, otra pequeña concesión al humor macabro. ¿Qué es más gracioso que un hombre suicidándose en la soledad de su apartamento? Pues que en ese mismo instante, en la otra punta del país, su hermana (y seguramente alma-) gemela esté intentando hacer exactamente lo mismo.

Ahora, con la cabeza fría, podemos preguntarnos si esto es realmente gracioso. La razón y la conciencia (malditas sean) nos dicen que no, aunque claro, la risa, que es así de natural y espontánea, ya se ha hecho notar. Lo que sí está claro es que el punto de partida es impactante. Mucho. Entendido. Siguiente cuestión: ¿Se puede mantener el pulso tras haber empezado con tanta contundencia? Con estas dudas rondando la cabeza comenzó una de las últimas jornadas (como si se tratara de una bonus track para aquellos empeñados en seguir recolectando perlas hasta, precisamente, ultimísima hora) de aquella 30ª edición del Festival de Cine de Sundance. Con 'The Skeleton Twins', vaya, uno de los títulos más queridos (sobre todo por parte del público) y aplaudidos en esa ocasión en Park City y que además consiguió alzarse con el Premio al Mejor Guión de dicha cita.

El segundo largo de Craig Johnson (después de la interesante y muy mumblecoriana 'True Adolescents') es sin duda una consecuencia directa de aquel terremoto de la empatía, aún palpable (aquí tenemos las pruebas), que supuso, hará ya ocho años, 'Pequeña Miss Sunshine'. Tanto, que uno de sus personajes centrales parece directamente salido de aquella aclamada ópera prima (para ser más concretos, parece que en ocasiones estemos tratando con el spin-off semi-oficial de aquel literato frustrado encarnado por Steve Carell). Las tendencias suicidas en el seno de una familia (el árbol compartido del que penden los ''chiquillos'') en estado ruinoso se confirman el día en que sus dos miembros más jóvenes (eso sí, a punto de afrontar la temida crisis de los cuarenta), intentan quitarse la vida. Hablamos de él (estupendo Bill Hader) y de ella (ídem Kristen Wiig), dos gemelos que han perdido el contacto mutuo (así como con los sueños y la ilusión de sus años más tiernos) y vuelven a reunirse para darse mutuamente el apoyo que tanto necesitan y que tanto se niegan a recibir.

Analizada fríamente, la película es sin duda un drama de pañuelo; de estos que deja al organismo seco de lágrimas. No obstante, las sonrisas y, a veces, las carcajadas (antológica coreografía del ''Nothing’s Gonna Stop Us Now'', de los Starship, a cargo de la pareja protagonista), se convierten en el hilo conductor del relato. El talento (tragi)cómico está pues al servicio de una tragedia ''agradable'', dentro de lo que cabe, alimentada por el carisma de sus personajes, así como por el encanto inherente en cada una de sus relaciones. Lo amargo se recubre, pues, de sonrisas. No por cobardía, sino por encomiable y muy respetable filosofía de vida (recordemos, tal y como pasara con el famoso chiste, ésta última acostumbra a ser una puta mierda, pero no por ello deja de tener su gracia). El resultado final es un más-que-correcto (en lo que al cumplimiento de objetivos se refiere) drama cómico (y viceversa) sobre la fragilidad (y el valor incalculable) de los lazos fraternales. La dupla protagonista nada en todos los registros como pez en el agua, y tira de química a la hora de dar continuidad e intensidad al discurso del director y co-guionista Craig Johnson, quien se enfrenta a los obstáculos de la vida a veces con posado serio y otras con una sonrisa de oreja a oreja, cambiando de chip con una coherencia que desarma. Lo mismo -casi- que en la ópera prima de Jonathan Dayton y Valerie Faris, se acuerdan, ¿verdad? ¿Y quién no? Ahí está tanto el mayor punto a favor como el principal inconveniente de la cinta.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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