'Vivir sin parar': La vida es maratón
''La vida es como una lenteja... o la tomas o la dejas.'' La frase, sólo al alcance de los mejores poetas de la historia de la humanidad, llegó al cerebro de DJ Pepe en un ataque inesperado de inspiración. La ocurrencia no tardó en convertirse en canción, y ésta fue inmediatamente adquirida por Radio Espantoso, mítica emisora de uno más emblemáticos videojuegos de todos los tiempos. Ciertamente, aquella ''Vice City'' tenía excusas musicales –infinitamente- mejores en su repertorio, sin embargo no era extraño ver al medio usuario caer, una y otra vez, en aquella dichosa canción. Nada mejor para inaugurar aquel deportivo recién robado, porque admitámoslo, las petardadas nos encantan. Una lista de reproducción no está completa hasta que en ella no hay, por lo menos, dos o tres representantes de tan elevada modalidad musical. Será por sus habituales ritmos pegadizos, ideales para darle al cerebro un más que merecido respiro; será por su tan cómica tendencia a lapidarnos a base de lecciones vitales de usar y tirar. Al fin y al cabo, no lo olvidemos, nuestra propia existencia tiene la misma naturaleza.
Quizás por esto seguimos nuestra insaciable búsqueda en pos de otra verdad universal; de otro slogan que bien podríamos haber encontrado en el posavasos de un tugurio de mala muerte o, lo que viene siendo lo mismo, en cualquier rima de Fito & Fitipaldis. En éstas que en un geriátrico alemán dejado de la mano de Dios (hasta aquí nos hemos tenido que arrastrar) nos cruzamos con un ancianito que destaca por encima del tono gris que desprenden no sólo las instalaciones (por mucho aire a instituto que quieran aparentar sus dinámicas), sino también todas las personas que las llenan (residentes y empleados incluidos en el mismo pack). Impera, sobre cualquier otra cosa, la tristeza. La melancolía fundida con la nostalgia más depresiva (imagínense), alimentada ésta última por el recuerdo, cada vez más tenue, de unos tiempos que, aunque no necesariamente fueran mejores, sí parecen (y con esto basta) infinitamente mejores en comparación con los que estamos viviendo ahora. Así está el panorama... Pero por suerte, el bueno de Paul, que así se llama el protagonista de la historia, no se hunde tan fácilmente. No en vano, tenemos ante nuestros mundanos ojos a una auténtica (aunque algo renqueante) divinidad. A una leyenda viva (de momento, al menos) del atletismo. Herr Averhoff, el mismo que se colgara la medalla de oro en el maratón de los Juegos Olímpicos de Melbourne, en el año 1956. El mismo que arrasara en Boston y Londres, así como en otras muchas citas, importantísimas todas ellas en el calendario de la temporada profesional de los corredores de fondo. Sabiendo esto, está por ver si es cierto aquello de que ''Quien tuvo retuvo''... y de si un hombre cuyas constantes vitales piden, a gritos, unos últimos días de reposo hasta que suceda lo que a todos nos tiene que suceder, será capaz de completar un maratón entero. 42 kilómetros (metro más, metro menos) corriendo cual mozo por las calles de Berlín, y más difícil todavía, con la firme voluntad de cruzar la línea de meta antes que nadie. ¿Alguien da más? Que no cunda el pánico, éste es uno de los muchos casos de esa agradabilísima ficción cinematográfica, tan desvinculada con la realidad (al punto de partida nos remitimos) que es prácticamente imposible que alguien salga perjudicado... ¿O quizás sí debería sonar alguna señal de alarma? Preguntémonos, ¿y si el director Kilian Riedhof se apoya en una invención para hablarnos de algo tan real como la vida misma? Hablando de esto último, Paul Averhoff está en el comedor del centro donde reside ahora mismo. Ahí, antes de meterse en la boca otra cucharada de la misma bazofia que le sirven cada día, el eterno deportista se dirige a su compañero de mesa y le dice: ''Mira, la vida es como un maratón.'' Llegado este punto, el DJ Pepe que llevamos dentro clama una rima fácil (a ser posible, algo picantilla) que garantice un nuevo disco de platino, pero cosa rara en nosotros, decidimos callar y seguir escuchando, pues el señor todavía tiene algo que añadir: ''Verás, al principio avanzas de forma dubitativa, después coges ritmo y le coges el punto a las exigencias del recorrido... al final, cada paso es un suplicio.'' Pues sí. Podríamos poner la sentencia directamente en el cajón de metáforas rancias, pero no por esto vamos a quitarle al pobre hombre la razón que tiene. 'Vivir sin parar' se dedica a condensar todas las sensaciones ahora expuestas, y efectivamente es como un maratón. El riesgo de convertirse en agonía es demasiado latente, especialmente en sus últimos compases. La distancia importa, claro, y en una película también lo hace la cantidad de metraje. Elemental. El que Kilian Riedhof se tome casi dos horas para hacer lo que al fin y al cabo no pretende ser más que una feel good movie sobre los factores que determinan la edad, así como sobre la capacidad / posibilidad perenne de realizar nuestros sueños, se antoja, ya sobre el papel, como un exceso. A la práctica sucede lo mismo. Ya se sabe, la vida, y a veces el cine, es maratón. El trayecto que une el punto A con el B no es una línea recta... y ni mucho menos corto. ¿Apasionante? Por desgracia, no. En el mejor de los casos, entrañable (a pesar de la cursilería y descaro con los que el filme se hace querer); en el peor (cuando el conjunto pierde la noción de las proporciones adecuadas que requiere de ligereza y trascendencia), casi desesperante. Una vez más: ''Al principio avanzas de forma dubitativa, después coges ritmo y le coges el punto a las exigencias del recorrido... al final, cada paso es un suplicio.'' Está claro, 42 kilómetros equivalen a 114 minutos fílmicos. Quizás agradables de ver en un primer visionado, pero con pocos argumentos ofrecidos para repetir. Nota: 5 / 10por Víctor Esquirol Molinas