Sebastián y Costa están totalmente entregados al cine. Uno de ellos como director, se ha propuesto llevar a cabo una película que gire entorno a la mítica figura de Cristóbal Colón, el descubridor del nuevo mundo. El otro, que es productor, está obsesionado con ajustar la voluntad de su amigo al ajustado presupuesto del que disponen. Es por ello que la película va a rodarse en Bolivia, un país ideal no sólo por las localizaciones que ofrece, sino también por los bajos precios a los que están dispuestos a ofrecer sus servicios la población autóctona.
Se hace algo cansino, pero en estas fechas, aquellos premios que todo el mundo en el mundo del cine anhela empiezan a monopolizar los temas de conversación en este sector. No falla. Este año, como dato poco habitual, sabíamos que fuera cual fuera la película elegida por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España para luchar por los Oscar, en ella aparecería Luís Tosar, lo cual no hace más que confirmar el excelente estado de salud por el que pasa la carrera de este actorazo. En el otro extremo, como hecho ya fastidiosamente repetitivo, sabíamos que la elección de la película que nos representará en la supuestamente más mágica noche del séptimo arte, levantaría polémica... y confusión. Un clásico. Algunos respiramos muy aliviados cuando vimos a 'Celda 211' entre las tres precandidatas, pero ni así.
Seamos honestos, hace un año, ¿quién hubiera imaginado que la que iba a convertirse en la gran triunfadora en los últimos Premio Goya no iba a llegar al otro lado del charco para optar a alguna estatuilla dorada de nuestro tío favorito? No fue así, presuntamente por problemas con la fecha de estreno y porque el último trabajo de Fernando Trueba era más representativo de nuestro país. Conózcase también como otro de los misterios que envuelven a nuestra Academia. Ni los ocho Goya conseguidos (entre los que encontramos el de Mejor Película, Mejor Dirección, y Mejor Actor) han sido suficientes para que la cinta de Daniel Monzón vaya a los Oscar. La afortunada ha sido Icíar Bollaín y su 'También la lluvia', una película que quizás haya conseguido el pasaporte a los Estados Unidos por la misma razón que la de Trueba: por la representatividad.
Este factor no se le escapa a la directora madrileña, que recordemos, se consolidó con 'Te doy mis ojos', una película que precisamente trataba sobre un tema que muy a nuestro pesar parece ser uno de los signos distintivos de nuestra sociedad: la violencia de género. Ahora, unas semanas después de que Álex de la Iglesia se riera a carcajada desfigurada, y con mayor o menor acierto de la historia reciente española, Bollaín retrocede más en el tiempo -o no- para hablarnos de otro capítulo de nuestra herencia histórica... uno que en su día enorgullecía al reino, y que ahora parece avergonzar a un estado democrático que desde no hace poco parece demasiado sentado en el cada vez más odioso lecho de lo ''políticamente correcto''.
Hablamos del colonialismo. De aquella época en la que el viejo continente se creía con legítimo derecho a poseer el mundo entero... con todas las trágicas consecuencias que esta filosofía implicó sobre todo para los pueblos ''invadidos''. Una época a la que muchos le han dado la espalda, alegando que se trata de agua pasada. Pero si algo nos ha enseñado la experiencia, es que la historia se repite. El ser humano es el único animal que tropieza infinitas veces con la misma ambición. En otras palabras: han cambiado las formas; ha cambiado el objeto de deseo... pero siguen habiendo colonizadores y colonizados. Una tesis irrefutable; fácil de poner sobre la mesa, pero muy complicada de exponer con claridad.
Si de algo puede alardear 'También la lluvia' es de sobrevivir a todas sus pretensiones, que no son pocas. Y es que para hablarnos de un tema tan complejo, Bollaín en cierta manera se disfraza de Werner Herzog, alguien que se doctoró en el más difícil todavía. Son muchos los instantes en los que parece verse clarísima la figura de uno de los buques insignia del conocido como nuevo cine alemán. La imagen inquietante (por el choque herzogiano, valga la redundancia, entre hombre y naturaleza, y por simbolizar al mismo tiempo la civilización y la barbarie implícita en su a veces forzosa imposición) de un helicóptero llevando una cruz gigante nos remite a la colosal 'Fitzcarraldo', y a aquel barco trepando por la selva peruana. El inestable personaje de Karra Elejalde recuerda al malogrado Klaus Kinski, estrella indiscutible por decreto, siempre amenazando con cargarse los preparativos de la función.
Y un larguísimo etcétera culminado por el también muy herzogiano concepto del arte y de que éste está por encima de todo. ''Esta película es más importante que tú, que yo, y que toda la gente que está aquí'', dijo el director al actor, momentos antes de amenazar con dispararle si decidía cumplir las amenazas de abandonar el set de rodaje. Primero el cine, luego ya se verá. Una visión romántica que parece no tener cabida en un enloquecido siglo XXI, de momento testigo de que en el mundo sigue existiendo la maldad, la injusticia, pero también un rincón para algunos hombres buenos. El arte y el compromiso se entrelazan en este producto metafílmico en el que, como tal, todo se mezcla. La realidad con la ficción (sirva de ejemplo la escena en la que los actores de la película maldita interactúan con algunos camareros); el pasado con el presente.
Por increíble que parezca, a Bollaín esta combinación no le explota en la cara, y consigue ensamblar con mucha eficiencia un filme ambicioso, emotivo en algún tramo, y al que sólo cabría criticarle un excesivo trascendentalismo, lo cual lo lleva a menudo a formular conjeturas demasiado obvias -por redundantes-. Todo ello seguramente fruto del altísimo grado de auto-conciencia no sólo de la directora, sino también del producto en sí. Cada escena tiene una doble lectura, cada personaje es una metáfora, cada situación es aleccionadora. Exceso ligero de densidad que no obstante no impide el disfrute limpio de una película que, frivolizando un poco, hasta podría venderse como una clásica y muy entretenida historia de aventuras... con moraleja, claro está. Si la propuesta convence al país más colonialista del último siglo, esto ya es otra cosa.
Nota:
6,8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas