Curtis Laforche, dedicado marido y padre de clase obrera, lucha por controlar su miedo, fruto de una serie de aterradoras pesadillas apocalípticas. Para Curtis estos sueños solamente pueden significar dos cosas: el presagio de una tormenta sobrenatural con tintes apocalípticos o los primeros síntomas de algo que ha temido a lo largo de toda su vida. La reacción inmediata de Curtis es proteger a su familia, a Samantha, su mujer, y a Hannah, su hija de seis años, que está sufriendo una rápida degeneración de sus capacidades auditivas. Pero le asalta una duda: ¿de qué las está protegiendo? ¿De la tormenta o de sí mismo?
En el apogeo de su civilización, cuando las garras de su imperio se extendían por todo el mundo conocido, ¿a quién temían los locos de los romanos? A los galos. Es sabido. Pero no a todos, sino solamente a un pequeño -minúsculo- reducto que aguantaba impertérritamente en una recóndita aldea (merced al empujoncito que les daba cierto brebaje que en la actualidad a buen seguro hubiera propiciado alguna que otra acalorada discusión ''deportiva'' entre países vecinos) sobre la cual no había forma de poner una X en el mapa imperial. ¿Se habían topado los todopoderosos romanos con unos seres invencibles que no mostraban miedo ante nada? Más o menos, porque aunque sus bigotudos y trenzados amigos repartieran mamporros a diestro y siniestro, había algo que les quitaba el sueño.
No era una formación militar, ni el último grito en la ingeniería de asedio, ni mucho menos el general ambicioso de turno. Lo único que conseguía desvelar a los dichosos galos era que el cielo se les cayera encima. Nada de lo que avergonzarse, pues todo el mundo tiene miedo de algo. De hecho, ¿quién no mira con recelo al cielo cada vez que oye un trueno en la lejanía? Veintidós siglos después (cincuenta y dos años en la cronología real) un obrero norteamericano de clase media-baja deja de hablar con su compañero porque siente una repentina punzada en el cogote. Tras asegurarse de que nada le ha golpeado, se quita el casco que el reglamento le obliga a llevar mientras trabaja, y mira arriba. Inquieto; desconcertado, porque donde esperaba ver un nubarrón negro de proporciones épicas, solo ve un cielo azul, más propio de un cálido y apacible día de verano.
¿Trata 'Take Shelter' sobre lo intrincado de la intrincadísima ciencia de la meteorología? Podría ser a simple vista, pero de lo que nos habla el director y guionista Jeff Nichols en su segundo largometraje es de algo más profundo, y desde luego, mucho más escalofriante. Porque resulta que algo huele a podrido en la nación más poderosa a todos los niveles que haya dado jamás la historia de la humanidad. Los síntomas de que algo va mal no se perciben fácilmente, no obstante es evidente que, en la aparente perfección que se nos quiere vender, no debería percibirse ese tufillo. En la fachada principal todo está en orden, pero en el patio de atrás empiezan a brotar imágenes que no hacen más que alimentar nuestras dudas.
Un perro con el pelo erizado nos muestra los diente en pose amenazante; los desperdicios de una barbacoa que ha terminado como el rosario de la aurora, intoxican el césped; una pareja antaño bien avenida hace aumentar en sobremanera los decibelios del vecindario... Más al fondo, un montículo de tierra húmeda delata un agujero en el que asoma una estructura metálica que gana enteros para postularse en el papel de huevo de serpiente monstruoso, aunque otros opinen que solo se trata de la punta del iceberg. Sea como fuere, el bueno de Curtis Laforche, protagonista de la película, además de involuntario e icónico héroe (¿?) americano, ve como todo lo bueno de su vida se lo lleva el viento. Y Jeff Nichols sabe por qué.
La razón difícilmente podría plasmarse en un par de parágrafos, pero ciertamente cabe en dos horas de metraje que representan lo mejor de lo que puede dar de sí el cine genuinamente indie, y que de paso se descubren como uno de los diagnósticos más acertados e hirientes sobre estado actual de los presuntamente invencibles Estados Unidos. 'Take Shelter' responde a unas inquietudes y necesidades muy similares a las que en su día alimentaron la ópera prima de Nichols. 'Shotgun Stories' suponía un duro acercamiento a la cara más fea de una nación que podía llegar a ser muy desagradable... en el sentido más hostil de la palabra (en definitiva, los mismos derroteros que frecuenta Debra Granik, por ejemplo). A través de las atávicas -y absurdas- disputas entre dos familias, el cineasta de Arkansas dejaba claro que la primera potencia mundial quizás no era el lugar ideal para vivir.
Para su segundo largometraje, ahonda en el mismo discurso, evidenciando de paso una madurez como autor (en la escritura, en la dirección de actores, en la puesta en escena, etc.) más que envidiable. El resultado de la combinación de estos activos nos da no solo una película, impecable en el plano técnico (geniales interpretaciones de la no menos genial pareja Shannon & Chastain; impresionantes efectos visuales; sobrecogedora banda sonora), sino también un sesudo ensayo sobre los temores más enraizados de la sociedad yankee, que resultan ser muchos de los pilares en los que se ha erigido su modo de vida. Ahí está el miedo a perder el trabajo; también el miedo a que un sistema sanitario precario no responda en el momento de máxima necesidad. Hay sitio para el miedo a que la familia y los principios más inamovibles se desvanezcan. Cómo no, sería imperdonable no mencionar el miedo a ser atacado.
Recibir daño a manos de un enemigo invisible; indefinido podría decirse, pero igualmente letal. Llámese banda terrorista, llámese loco armado hasta los dientes, llámese nueva cepa vírica, llámese castigo divino... llámese tempestad que cierto presentador de telenoticias no dudaría en tildar de ''dantesca / apocalíptica''. Una anomalía climatológica fruto del choque de varias corrientes de aire y vientos huracanados. Y es que cuando el drama social se une al familiar y de alguna manera se refuerza con el fantastique y el terror (en términos cinéfilos, la mezcla estaría compuesta por el Michael Moore de 'Bowling for Columbine' y el Shyamalan de 'El bosque'), crea aquello que los hombres del tiempo esperan ver al menos una vez a lo largo de su carrera: la tormenta perfecta.
Mientras, el pobre Curtis, devoto marido, padre y trabajador, se prepara para lo peor, cayendo en una espiral en la que el remedio alimenta la enfermedad... y viceversa. Y mientras, Jeff Nichols se las ha ingeniado para que su deliciosa melée de géneros en forma de perturbador, paranoide e híper-estimulante cuento fantástico, en el que nada es casualidad (y aun mejor, en el que nada se antoja forzado) penetre en lo más profundo de un refugio donde el aire es irrespirable, por toda la mierda que tanto tiempo lleva encerrada allí. Porque si 'Shotgun Stories' reflejaba una comunidad canibalizada por el odio; 'Take Shelter', desde el principio hasta un polémico final que de buen seguro alimentará más de un debate (como debe ser), pone el dedo en la herida incurable de una América esquizofrénica, bunkerizada en sus propios miedos. Ya se sabe, quien siembra vientos, recoge tempestades.
Nota:
7,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas