'Steve Jobs' - Desmontando a Steve
A poco menos de media hora para el momento más importante de tu vida, parece que nada esté en su sitio; que nadie sepa exactamente cuál es su maldito cometido. Estás de los nervios, y te debates (porque no te queda otra) entre el asesinato en masa y el más escandaloso de los suicidios. Los dioses ancestrales (tú, entre ellos) están sedientos de sangre, y las circunstancias, dramáticas donde las hayan, exigen sacrificios. Esto es un desastre. El barco se hunde y ponerse ahora a achicar agua se antoja como una decisión, en el mejor de los casos, estúpida. ''¿Pa' qué?'' Pues eso. Y pierdes los papeles, en el sentido figurado y en el literal. Todo en uno... Y te ves a ti mismo de cuatro patas, buscando esos malditos apuntes que no aparecen, perdiendo en el proceso la poca dignidad que habías conseguido conservar. Y es justo en este momento cuando recuerdas cuánto te va la marcha; cuánto necesitas el stress; cuánto te gusta mandar a tomar por culo a todo el mundo... para que salga lo mejor de ti. ¿Será que se te da bien lo de trabajar bajo presión? Será, sí. ¿Será que eres una terrible persona? También, también. Y será también que el reloj indica que acaba de pasar un cuarto de hora valiosísimo. Joder si lo ha sido. Y rápido, y duro, y tempestuoso, e intenso...
De modo que te queda otro... tiempo de sobra para pensar, por ejemplo, en aquella profecía lanzada por Arthur C. Clarke, allá por la década de los 70. Algún día, esto que llamamos ordenadores serán una herramienta imprescindible de nuestro día a día. A la frase no le pones comillas porque ya no te acuerdas muy bien de cómo iba exactamente... y porque qué coño, estás a un pelo de apropiártela. Porque tú crees en lo mismo, porque tú eres uno de los mayores arquitectos de esa utopía... porque tú lo vales. Así de fácil. Y parpadeas, y después de haberle destrozado la vida a cuatro personas más, descubres que han pasado otros diez minutos. Qué drama... Entonces, ¿qué vas a hacer? Pues lo mismo que has estado haciendo desde que empezó la cuenta atrás: reclinarte para comprobar que quien tiene que escuchar sigue haciéndolo, seguir buscando, acto seguido, la posición más cómoda que pueda ofrecerte el diván... y por supuesto, hablar. Hablar por los codos, pero siempre con todo el sentido del mundo. Con tu mejor amigo, con tu némesis, con tu hija, con aquella otra... con ella. Con quien sea que esté realmente interesado en descubrir al ser humano que decidiste esconder detrás del producto.
Porque sólo hablando se consigue excavar hasta llegar a la verdad, o al menos hasta lo que más importa. Ni falta hace decirlo, pero quien manda aquí es el de la máquina de escribir. Aaron Sorkin, ese monstruo del diálogo quien réplica tras réplica sigue incidiendo, como solamente él sabe, en el alma de esos personajes, más o menos notorios, bajo cuya batuta se ha ido configurando el mundo en el que nos ha tocado vivir. En esta ocasión, quien se sienta al otro lado del confesionario es ni más ni menos que Steve Jobs, esa rock star geek convertida en divinidad de los amos del universo (un respeto para el departamento de marketing, por favor)... y de quienes, de forma muy ridícula, aspiran al mismo status. Y por si el egómoetro no estaba ya por las nubes, se pone detrás de las cámaras un tal Danny Boyle, esa eterna (y fascinante) víctima de su propio pasado y, ya puestos, de él mismo. Imprevisible en la temática (no tanto en el estilo, y aquí está el qué), uno no sabe si enfrentarse a un nuevo proyecto suyo si con las expectativas que merece un probable nuevo triunfo, o por el contrario, con el temor de otra decepción más que anunciada.
Porque por mucho que mande Sorkin (y desde luego, lo hace) y por mucho que Jobs pese (y sí, desde luego), la responsabilidad final no es de los músicos, sino del director de orquesta. Si éste último no está por lo que debe estar, la armonía buscada se desvirtúa hasta matar la posibilidad de la música. Esas voces que tanto hablan corren el riesgo de quedarse en poco más que ruido, borrándose, de paso, la imagen general tan ansiada. No lo olviden, al igual que con 'La guerra de Charlie Wilson', 'Moneyball' o 'La red social', esto no es una película sobre un hombre, sino sobre el universo que habitan y que, de paso, intentan modelar a su imagen y semejanza. Olvidémonos pues de 'jOBS', aquella oda bobalicona al self-made-man de Joshua Michael Stern y Ashton Kutcher y recordemos, que nunca está de más, que el biopic es un género mucho más flexible de lo que la mediocridad generalizada nos ha querido hacer creer. El 'Steve Jobs' de Boyle/Sorkin, de hecho, podría hasta no ser un film biográfico, pues coge a la persona y la desnuda hasta convertirla en personaje, de una manera tan descarada que nos hace dudar de que lo que estamos viendo haya tenido alguna vez cualquier parecido con la realidad.
Es legítimo (esto es cine) y aún más importante, tiene un sentido. También es teatro, y del bueno, de modo que no tendría que temblarnos el pulso a la hora de usar calificativos como, pongamos, ''shakespeariano''. Deformando a más no poder el tiempo, la película se construye a través de tres actos entre bambalinas que basculan constantemente entre la crónica y la disección más despiadada. Sorkin convierte la pluma en bisturí no por morbo, sino para hacernos ver que debajo de la piel no hay entrañas, sino el geist de una era maravillosa y aterradora en sus constantes cambios de humor. En otras palabras, no hace falta molestarse en separar al genio del gilipollas, más que nada porque ambos son caras de una misma moneda. Hagan la comparativa: Kutcher en un lado; Fassbender (brutal, como siempre) en el otro. ¿Qué valor tiene el parecido físico? Exacto, ninguno. El barroquismo sensorial marca de la casa Boyle a ratos da claros síntomas de comprensión de las -formidables- tesis del texto, y en otras parece querer imponerse (muy torpemente, cabe añadir) a él. Es cuando el director deja el narcisismo de lado para dejar paso al de los demás (es decir, y para ser justos, en la mayor parte del tiempo), que la banda suena a las mil maravillas. Es cuando cada secundario (Kate Winslet, Jeff Daniels, Seth Rogen...) se niega a respetar las asignaciones iniciales de protagonismo. Es cuando el montaje de Elliot Graham nos lleva a la omnipresencia más clarividente (¿de esto iba y va todo, no?) que 'Steve Jobs' muestra su mejor cara. Milagro, hemos pasado de la esclavitud más insumisa hacia la celebridad, a la conversión de ésta en excusa extraordinaria. Hemos pasado de la máquina clonadora del biopic a la mesa de operaciones en la que un loco iluminado ha desparramado la mismísima condición humana. Por cierto, y con la broma, ya sólo faltan treinta minutos para el próximo momento más importante de tu vida...
Nota: 7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol