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'Joy' - Un cuento sobre la alegría artificial

Vía El Séptimo Arte por 08 de enero de 2016
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Vino tinto en el parquet del salón, vómitos de mocosos esparcidos por la mesa de la cocina, gritos aquí y allá; en el piso de arriba y en el sótano. Arriba seguro que está la hermanastra, y está claro que nada bueno estará tramando. Allí abajo, el padre reaparecido se pelea a muerte con el ex-marido. Se llevan a parir, básicamente porque el viejo odia a casi todo el que, directamente, no sea él mismo. A la que más detesta sigue siendo cómo no, a la que se tradujo en su primer matrimonio fallido. Allí está, tendida en la cama, que al mismo tiempo está dispuesta en una especie de pasillo mal convertido en habitación donde se proyectan, 24/7, los Greatest Hits de un culebrón que lleva aposentado en la franja del prime time desde hará ya casi treinta años. Nada parece cambiar, sobre todo lo malo. Todo sigue igual de jodido que siempre. A Joy esto se lo han marcado a fuego, y en toda la frente. ''No hay magia, no hay sueños... no hay alegría''.

Quizás hubo algo de esto tiempo atrás, pero ya hace tanto que los recuerdos se han desvanecido en una especie de regusto amargo en el paladar. De todas aquellas promesas sólo queda el intento de una sensación semi-desagradable. La vida, admitámoslo, es así de perra. Y más puede serlo cuando notas que algo se te clava en la nuca. Con un poco de suerte, serán los dientes de una serpiente. Ojalá sea de aquellas muy venenosas, a ver si todo se acaba rápido... Pero no, haces unos palpamientos rápidos y notas que allí detrás no hay ni reptil ni arácnido alguno. ¿Entonces...? Claro. La abuela. Ahí ha estado todo el rato. Cual estatua de mármol. Sin abrir la boca, sin mover un pelo... pero siguiendo todo este caos con su mirada. Estos ojos... que tanto hablan; que tanto pesan. Y ahí siguen, desde aquel rincón, atravesándote la carne, los huesos, el alma. Entonces tiras de telepatía: ''¿Qué? ¿Qué he hecho ahora?'', a lo que ella te responde: ''¿En serio lo has olvidado?''.

''Despierta Joy, ¡espabila! ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Qué te pasa? ¿No te acuerdas de lo que te conté una y otra vez cuando eras pequeña? ¿Acaso has olvidado que siempre has estado destinada a hacer algo grande?'' Y así, entre esperanzas rotas, despertares agrios y posibilidades (remotas) de final feliz (no malpiensen... o sí, qué coño) transcurren otras dos horas del cine David O. Russell, ese profeta en su tierra; ese farsante en el extranjero. De contrastes simplones (y la mar de agradables) va la cosa, ya lo ven. De esto, y de historias basadas en otras muchas (pero especialmente, en una sola) que encuentran su origen en la realidad... supuestamente. Hablemos pues, de ese pilar fundamental de todo a lo que se le pueda poner el pre/sufijo de ''Americano''. Hablemos de hombres y mujeres hechos a sí mismos, de imponerse a la -aplastante- lógica naturalista... de ese Gran Sueño, aquello en lo que tanto se cree allá... y aquello a lo que tantos esfuerzos dedicamos aquí para hacer ver que no, que de ninguna manera existe. Más madera.

Digamos que por todo ello (y algo más), 'Joy' se mueve constantemente entre la candidez del cuento de hadas y el mal rollo impostado de la soap opera. A efectos prácticos, no es una cosa ni la otra, sino ambas a la vez, predominando una cara u otra dependiendo de cómo le toque la luz. Al fin y al cabo, está moviendo los hilos alguien que ha dado consistencia a su carrera, y que vivan las paradojas, asentándose en la inestabilidad (en todos sus niveles y dimensiones que nos vengan a la cabeza), concepto híper-ilustrador de los tiempos que nos ha tocado vivir. Pues bien, para bien y/o para mal, el nuevo trabajo de O. Russell se empapa (más bien se contagia) de esto mismo. Será por un conocimiento extremo de causa (llámese autoconsciencia), será por aquello de la potencia sin control o por, quién sabe, cierto agotamiento de la fórmula patentada, pero la película adolece de una falta de continuidad (más allá del solidísimo e inquebrantable trabajo de Jennifer Lawrence) que obviamente pone demasiado en riesgo la calidad del producto final.

Lo mismo que comprar el más flamante y prometedor producto de la teletienda, recibirlo... y darse cuenta, ipso facto, que determinados errores en la cadena de montaje harán que tu nueva adquisición no sea tan fantástica como te prometió la caja tonta. Es como si el director (y co-guionista) no acabara de creer en el potencial del material de base (más o menos real) con el que trabaja, o si opinara que éste carece del factor distintivo, decidiendo, por consecuente, adornarlo hasta hacer de él algo decididamente diferente (que no nuevo, cuidado). Como era de esperar, la confusión se impone a unas virtudes que, siendo justos, tampoco quedan del todo eclipsadas. O. Russell se siente cómodo picoteando en los formatos que cree más convenientes, alambicando (pero sin pasarse) la narración y tirando, en general, de la pirotecnia marca de la casa (esos movimientos de cámara, ese uso de la voz en off, ese constante coqueteo con la música...), resultando de dicho proceso una especie de regalo de navidad altamente atractivo en lo que a envoltorio se refiere, pero pobre cuando toca ceñirse al contenido.

El problema no está en una historia que, a efectos prácticos, nos han contado mil veces antes; tampoco está en la manera de abordarla (todo lo contrario, el acercamiento oscuro a la en principio ultra-gratificante conquista de la auto-superación, es seguramente el principal encanto de la propuesta), sino en la fe desmesurada de O. Russell en sus chispazos de inspiración, sin duda esenciales para que el filme se haga insultantemente llevadero, pero insuficientes a la hora de ahorrarnos el engorro del avance a trompicones; de la sospecha de que por el camino quedan demasiados cabos por atar... Aunque claro, en este mismo trayecto se nos ofrece un goteo constante de pequeños/grandes placeres que, obedezcan o no a un propósito mayor (¿acérrima defensa de lo artificial como algo legítimamente maravilloso? ¿Se puede ser más (anti-)americano?), siguen confirmando a su autor como uno de los más potentes definidores del encanto del cine (ya sea éste yankee o no) en tiempos ciertamente inestables.

Digamos que todas aquellas luces, nieve y música celestial eran falsas. Digamos, directamente, que si algo te gusta, es porque tiene truco... ¿Y qué? Bienvenido al mundo (no diremos ''real'', por aquello de mostrar un mínimo de respeto). Digamos, ya puestos, que en la tierra de las oportunidades, para aprovechar una, hay que haberla cagado antes en otras dos; que por cada sonrisa cosechada, se han recogido también tres o cuatro broncas... que para el final feliz (ahora sí, malpiensen, sin miedo) hay que pagar. Mucho. De modo que pongamos que tras otro día de mierda en su miserable vida, a alguien le da por agarrar la escopeta más grande, pesada y potente que le pueda ofrecer el mercado negro... y que con ella, se ponga a disparar al aire. ¿Se habrá resuelto con ello alguno de sus muchos problemas? Desde luego que no, pero al menos habrá encontrado algunos momentos impagables de rápida, efectiva e inofensiva (?) alegría. En inglés, ''Joy''. Y colorín, colorado...

 

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol

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