La triste 62ª edición de la Berlinale (al Oso de Oro nos remitimos) empezó con unas declaraciones que dieron que hablar. El gran Mike Leigh, quien para la ocasión ejercía de Presidente del Jurado, dio a conocer su odio absoluto al cine hollywoodiense. Tanto asco le producía (y le sigue produciendo, se entiende) que por poco se le olvida guardarse unas pocas buenas palabras para el festival que estaba acogiéndole, el que, obviamente, era un oasis con respecto a la ''basura'' proveniente del otro lado del charco. Y así, más o menos, discurrió el resto del certamen: más alimentado por las malas vibraciones que por cualquier otra cosa... y jugando peligrosamente a olvidar todo lo bueno de la cosecha. Véase el caso de Ursula Meier, cuyo segundo y esperado largometraje, una de las sorpresas más agradables aquel año en la Sección Oficial, tuvo que contentarse con una Mención Especial (y gracias) en el Palmarés.
La que en 2008 se diera a conocer con aquel
inquietante y muy sugerente cuento titulado 'Home, ¿dulce hogar?', sobre una familia que veía cómo la construcción de una autopista destruía su peculiar modo de vida, tenía una buena preparada. Cuatro años después volvió a la carga con 'L'enfant d'en haut' (''el niño de arriba''), título que, de cara a su distribución internacional, mutaría en un desafortunado (ya entenderán por qué) 'Sister', decisión que cabe achacar a la más que probable voluntad de dar más peso a la presencia de la ahora mucho más notoria Léa Seydoux, quien a pesar de llevar ya tres años ejerciendo -muy correctamente- de musa del cine francés, le faltaba tal vez un título con la repercusión suficiente (en este sentido, 'La vida de Adèle' ha cumplido a todos los niveles) como para que su nombre fuera suficiente para que sus trabajos pasaran las fronteras que hagan falta.
En cualquier caso, y con o sin polémicas de vedettes fuera del plató, el peso de 'Sister' recae en la pequeña espalda de un mocoso... desubicado. En plena temporada de esquí, se pasea por las pistas como si buscara un desnivel ideal para deslizarse, o como si buscara la mano perdida de algún adulto. Pero no. Su propósito es bien distinto; es rapiñar todo lo que pueda para sobrevivir, un día más, junto a su hermana mayor, con quien comparte un piso minúsculo en una localidad cuya actividad está, en su práctica totalidad, dedicada a satisfacer los antojos de deportes de invierno por parte de los más favorecidos. El
abismo social, ya lo ven, a unos pocos metros de altura de diferencia o, para emplear la jerga al uso,
a cinco minutos -o menos- en teleférico.
Pero éste es sólo uno de los muchos frentes abiertos con los que trabaja Meier. Se diría incluso que es minúsculo con respecto a los que realmente capitalizan el desarrollo de la trama. Y es que una buena manera para tratar de entender lo que nos propone la directora franco-helvética es estableciendo una -odiosa- comparación con otra película no demasiado alejada en el tiempo y de título -original- ligeramente similar: 'El niño de la bicicleta', de los hermanos Dardenne, solo que en este caso las emociones fuertes están más al uso... así como el
dinamismo, y por encima de todo, la
empatía con los personajes. Desde la primera escena, uno no puede evitar encariñarse con este principito ladrón de doce años (quien por físico y aptitudes podría ser familiar directo del entrañable Eric Per ''Dewey'' Sullivan, de la no menos entrañable 'Malcolm in the Middle'), abanderado de la picaresca, que consigue coronarse como rey del cotarro allá donde va.
Por su parte, y también desde la primera escena, Ursula Meier vuelve a reivindicarse primero como autora que muy inteligentemente sabe colocarse donde más le conviene, es decir, donde mejor rinde (para entendernos, entre los dos extremos a los que hizo referencia Mr. Leigh) y después como
talentosa creadora de cuentos modernos, en los que la
habilidad narrativa está al servicio de un conjunto que, entendido como una sucesión de aventuras ''lazarillescas'', funciona como un reloj suizo, nunca mejor dicho, y que además de depararnos alguna que otra sorpresa (la constatación de que Gillian Anderson está viva, por ejemplo), es
rico en segundas -y profundas- lecturas. Al fin y al cabo, 'Sister' nos habla de forma tierna y a veces terrible sobre el
abandono (familiar, afectivo...), posibilitando el que el mensaje entre con una facilidad pasmosa... y lo que es aún mejor, que deje poso.
Por el camino, se intuye (aunque no de forma tan contundente como en 'Home, ¿dulce hogar?') el realismo mágico de los grandes maestros, pero sobre todo, la capacidad, también mágica, para cautivar, a lo grande, con un producto de apariencia pequeñísima; con un
filme que se comporta como la misma infancia a la que rinde tributo: capta la atención del espectador sin aparente esfuerzo, por su carácter imprevisible, pero también porque de sus actos van a derivarse unas consecuencias apasionantes en su análisis. Esa maravillosa (pero potencialmente terrible) etapa vital, analizada, en definitiva, por
un ser maduro que todavía no ha perdido los vínculos que le unen al chaval que lleva dentro. Busquen otros casos... y desespérense con el raquítico recuento final.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas