Juraba Park Doo-Man (AKA Song Kang-Ho) en la magistral 'Memories of Murder (Crónica de un asesino en serie)' que había una creencia (seguramente inventada para la ocasión por el propio personaje, con tal de justificar sus métodos poco... ortodoxos) que afirmaba que los detectives de la vieja escuela surcoreana usaban los pies para el buen cumplimiento de su deber. Su país era tan minúsculo que a poco que anduvieran por sus caminos, no habría crimen que se les resistiera. Los detectives norteamericanos venían de un contexto totalmente diferente. El territorio a cubrir era tan exageradamente inmenso que no había piernas que pudieran dar abasto. La verdad detrás de cada crimen tenía infinitos rincones en los que esconderse, de modo que no quedaba otro remedio aparte de poner en juego todo el ingenio imaginable. Quedaba pues establecida la diferencia entre aquellos que usan el músculo, y aquellos otros que se valen del cerebro, para alcanzar los mismos fines.
Siguiendo con la doctrina Bong Joon-ho, el hecho de pertenecer a un grupo u otro lo determina no sólo la forma de ser del individuo, sino también el lugar donde éste desarrolla su profesión. Los Angeles, la mayor perla de la west-coast estadounidense es una ciudad que no destaca por los rascacielos de su downtown, sino por la bastísima extensión en la que se convierte su inabarcable aglomeración de edificios de apenas dos pisos. Para ponernos en situación, la distancia que uniría a Barcelona con Girona está ahí cubierta de asfalto, con todos los callejones, casas, jardines, sótanos y almacenes implícitos en los que el mal puede ir urdiendo sus temibles planes. Salta a la vista pues que ni el mejor atleta podría servirse solamente de sus piernas para hacerse cargo del trabajo que le ha sido encomendado a todo buen agente de la ley. En Los Angeles, que durante largo tiempo se ha jactado de tener el mejor cuerpo policial del mundo, salta a la vista que para mantener el orden hay que tener un cerebro excepcional.
... o quizás no. Hay carreras de cineastas estrictamente ligadas a un sitio. Por ejemplo, no se puede entender completamente la obra de Woody Allen sin Nueva York; lo mismo con la de John Waters y Baltimore. El legado artístico de David Ayer es indisociable de la mega-urbe californiana. Sus trabajos (ya sea como director, ya sea como guionista, ya sea como productor) han tenido siempre el mismo escenario, visto además desde la misma óptica: la de los policías que se enfrentan día sí, día también a lo peor de la sociedad... y de paso se empapan un poco del conocido como lado oscuro. Decía el filósofo que de tanto mirar al abismo, éste le devolvió la mirada. Los personajes en los filmes de Ayer, por razones obvias, se ven obligados a compartir espacio y tiempo con malas influencias, y claro está, la convivencia puede ser dañina. El bien contra el mal; los pies contra la cabeza, los debates están servidos.
En 'Sin tregua' (incomprensible traducción del original 'End of Watch') repite el conjunto de conflictos primarios como principal motor narrativo. Los dos protagonistas de la cinta, aprendices de cowboy tirador-e-interrogador-a-posteriori, que hacen sus rondas con más bebida energética en el cuerpo que no sangre, se entregan en cuerpo y alma a la causa... lo cual no implica que se pongan siempre del lado del más necesitado; mucho menos que no patrullen por las calles de la ciudad como si fuesen sus amos. Capitalizan la acción, una vez más, personajes lejos de la tradicional definición de héroe... pero también a años luz de la de villano. La ambigüedad persiste en los personajes de Jake Gyllenhaal y Michael Peña, quienes protagonizan esta peculiar buddy movie con pareja lo suficientemente carismática, pero que nunca llega a caer del todo bien.
El resto es de un simplismo y de una ingenuidad que casi asustan, pero al mismo tiempo se descubren imprescindibles para la construcción de una película tan atacable como disfrutable en tanto a producto de entretenimiento alejado en la justa medida del mainstream. Los buenos son una panda de macarras, pero de buen corazón todos ellos, además, y siempre basándonos en la perspectiva ofrecida por el autor, no debe haber mejor destino laboral en todo el mundo que el legendario L.A.P.D. Le entran a uno unas ganas irrefrenables de alistarse a las filas de tan ilustre cuerpo. Por su parte, los malos malísimos son tan malvados que sobra cada momento en el que abren la boca, pues sus actos (asesinatos, narcotráfico, violencia verbal y corporal, etc.), totalmente definitorios, hablan por sí solos.
Los bandos, así como los rasgos distintivos entre ambos, quedan clarísimos. Lo mismo sucede con la elección del formato found footage + cámara al hombro, cuya justificación pone, en este sentido, a la propuesta al mismo nivel intelectual de títulos de culto teen como lo son 'Chronicle' o 'Project X'. El que un policía decida un buen día dejar constancia audiovisual de toda su vida debe admitirse por el simple antojo de llevar a cabo un proyecto. Al igual que el niño que un día se despierta y decide que quiere ser bombero. En contrapartida a tamaña estupidez (en la línea de 'S.W.A.T', infame remake de la televisiva 'Los hombres de Harrelson', co-escrito por el autor que ahora nos concierne), Ayer se acerca al estilo de maestros urbanitas como Michael Mann para ofrecernos una suerte de neo-western en el que dos intrépidos vaqueros se las tienen con la más peligrosa panda de bandidos de todo el condado, en el habitual tejido ''gangsta'' de tensiones interraciales.
Mucho más cercana en lo que a tono se refiere al porno light noir de su ópera prima 'Harsh Times (Vidas al límite)' que no a la impecabilidad del guión de 'Training Day', firmado por el mismo cineasta, 'Sin tregua' es para bien o para mal, un thriller ilustrativo de nuestra era, lo cual le da ya de entrada un extraño valor añadido a tener muy en cuenta. Rabioso, sucio, feo, adictivo, tramposo cuando se lo propone, e incluso peligroso en su condescendiente, incluso cariñosa visión de la brutalidad ejercida por las fuerzas del orden, el último trabajo de David Ayer como director es una cinta de acción única. Que la presentación no engañe, no es -ni pretende ser- cinéma vérité, en realidad es la semi-ensoñación pulp erótico-violenta de alguien que ha jugado demasiadas horas al GTA (y que por ello no vaga por las calles de Los Angeles, sino más bien por las de Los Santos, ciudad ficticia del también mítico e inventado, por obra y gracia de Rockstar Games, estado de San Andreas); de alguien que para la ocasión ha decidido, siendo plenamente consciente de ello, y quizás empapándose de los tiempos que corren, tirar más de pies que de cerebro.
Nota:
6 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas