Puede que algunos aún la recuerden: El año pasado se estrenó 'Cómo sobrevivir a una despedida', el debut como realizadora de largometrajes de Manuela Moreno. Y precisamente, tal vez, quizá, por si aún hay quién se acuerda de ella, algo que posiblemente no sea para bien -dadas las circunstancias-, la directora firma su segunda película rebautizada para la ocasión como Manuela Burló Moreno. Para marcar distancias. Distancias que por cierto existen. No tanto como para hablar de la noche y el día. Pero sí lo suficiente como para que se haga la luz.

Por lo pronto 'Rumbos', respecto a esa pesada losa llamada 'Cómo sobrevivir a una despedida', presenta una credibilidad considerablemente mayor como película, así como una en igual medida mayor dignidad como producción. Y sí, también pone tan a huevo en nuestras cabezas lo de ser una especie de revisión de 'Crash' a la española que no se lo vamos a discutir. Que no hay necesidad. Y aunque situar el nivel en torno a la popularmente impopular cinta de Paul Haggis resulte tan malicioso para cualquiera de las dos. Posiblemente, o es posible.

Ya que vamos de buenas, tampoco vamos a discutir que la segunda película de Manuela Burló Moreno pueda servir para restituir el maltrecho honor de la susodicha. Al fin y al cabo todo el mundo tiene derecho a cometer errores si se aprende de ellos. Y al fin y al cabo, también, siempre hay margen del que sacar provecho cuando, como mínimo, podemos dejarnos llevar desde nuestra butaca sin temer por nuestra supervivencia cual sala de cine asolada por los 'Demons' de Lamberto Bava. Tregua firmada, y que de momento reine la paz.

'Rumbos' es una película que además también se disfruta como tal a lo largo de un visionado que resulta de lo más llevadero, aleccionado por su buena apariencia, no menos elegante factura y el buen hacer general de un reparto inmaculado. Más, como a menudo ocurre con las historias de "vidas cruzadas", el poso final no se corresponde del todo con las buenas sensaciones que ha ido dejando el camino en forma de cápsulas, instantes o destellos sutiles quizá no tan sutiles. Porque igual no se trata de sensaciones, sino de intenciones.

Intenciones con las que, en parte, no se acierta a dar una apariencia homogénea a la suma de relatos, no lo suficiente como para que no parezcan una relación fortuita. E intenciones, igualmente, con las que no se logra dar un discurso realmente concluyente que permita que lo vivido aporte un bagaje vital que no pueda aportar un titular del 20 Minutos. Y así, tras de sí, nos queda la sensación relativamente agridulce de ser una bonita solución de compromiso para cinco cortometrajes a los que un largometraje por cabeza les quedaba grande.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex