Imaginen que están viendo un partido de fútbol en la tele y de pronto cruza por en medio del campo algún espontáneo, de esos que casi siempre son recibidos con una sonrisa que tarda en desaparecer lo que tardan en retirar de la vista al susodicho. Da igual lo que pueda reivindicar, si es que quiere reivindicar algo, que la mayoría de la gente no habrá visto más que un tío y/o una tía corriendo, generalmente, con buena parte de su cuerpo a la intemperie. 'Pussy Riot. Una plegaria punk' vendría a ser algo parecido a realizar un documental hinchado con anabolizantes sobre uno de ellos. Y si no lo es peor aún, es lo que parece. Y lo que parece en un mundo de apariencias... es.
Tras ver 'Pussy Riot. Una plegaria punk' me vi obligado a investigar un poquito sobre el tema, pero no por ampliar... sino para saber de qué iba el tema. Ese es sin duda el peor insulto que se le puede hacer a un documental, y ese es sin duda el peor insulto que un documental puede hacer hacia el género. Y así es esta pieza, de una simpleza sensacionalista muy a lo Michael Moore que, cual paradigma malicioso, da una visión harto simplista de un tema que, como cualquier otro, merecería ser tratado como se merece. O al menos intentarlo. Sin embargo 'Pussy Riot. Una plegaria punk' apenas intenta desviarse de lo que vendría a ser su proclama, siquiera para dotarla de consistencia, textura o dimensión (humana o política). Siquiera para dar volumen a unas palabras que suenan a molesto e impertinente ruido, sencillamente.
El para entendernos quejica siendo víctima de su queja, con un discurso plano y cerrado que, en apariencia de forma premeditada, tiende a una confusión manifiestamente condescendiente con el vil propósito de arrinconar los pensamientos del espectador. Es, en realidad, lo mismo que se le puede achacar a esas odas de amor hacia Justin Bieber y Alejandro Jodorowsky que son 'Never Say Never' o 'Jodorowsky's Dune', respectivamente, si bien el posicionamiento cerrado en favor o en contra de sus figuras situará, a los obtusos de mollera, en un punto en donde sólo hay una única verdad. Y ese es, posiblemente, la madre de todos los errores, pues muy posiblemente cerrarse a cualquier comentario sea peor que abrazar cualquier comentario como una verdad irrefutable.
Recién concluyen unas elecciones baste dar una imagen del ganador para transmitir alegría, baste una del perdedor para hacer lo propio con la tristeza. Ambas son en verdad dos caras de una misma moneda para quien pueda asistir, se puede dar el caso, de manera neutral a las mismas. Partes indivisibles de una misma verdad que no siempre se antoja disponible ante nosotros si, por otro lado, no hacemos un esfuerzo por saber de ella. 'Pussy Riot. Una plegaria punk' viene a ser un lado de la moneda, si bien incluso como descarada plegaria en favor de ese lado falla estrepitosamente, un tono hueco y baldío de ensalzamiento de una "presunta" verdad que, en el presunto, se muestra tan falsa como lo puede ser, por qué no, aquella maltrecha realidad que se critica mediante las acciones puestas de relieve, con oportunos realces en oro, durante la función.
Es, o lo parece. Y no se equivoquen, que en nada tiene que ver con la ideología. O sí, pero para mal cuando esta pesa en contra a la hora de emitir un veredicto sin contemplar, sopesar y analizar los hechos. No se trata de oír a unos e ignorar a otros, ni mucho menos de escuchar sólo lo que queremos escuchar o nos resulta beneficioso escuchar. Se trata de que todo mensaje requiere de un mensajero que no tiene por qué ejercer, voluntaria o involuntariamente, como justo conductor de la información. Se trata de que 'Pussy Riot. Una plegaria punk' no explica ni se explica, tan sólo salta sobre la pantalla como un espontáneo en esto del cine. Y eso es lo que se recordará, una lástima cuando, posiblemente, aquello que pretendía, pudiera o debería de contar sea bastante más interesante que la anécdota de una chica gritando delante de un altar.
Nota:
2.5
por Juan Pairet Iglesias
No hace falta comparar para darse cuenta que no aguanta... y ya. Tan condescendiente que espanta.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?