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'Nunca es demasiado tarde': Blanco y en botella

Vía El Séptimo Arte por 20 de noviembre de 2014

John May (el siempre solvente Eddie Marsan) es un funcionario de la administración local que se ocupa de localizar a los parientes más próximos de aquellos que han muerto solos. Muy meticuloso, organizado hasta lo obsesivo, John va más allá del cumplimiento del deber en cada uno de sus trabajos. John disfruta tanto con su trabajo que éste se ha convertido en toda su vida: no tiene familia ni amigos. Lleva una vida sana, tranquila y ordenada, en la que todo es como siempre ha sido día tras día. Hasta que su jefe le da una noticia devastadora: su departamento va a ser objeto de una reducción de plantilla, un recorte destinado a reducir gastos, y John va a ser despedido. ¿Y ahora qué hará él sin su trabajo, sin su rutina?

Pero por el momento lo que más le preocupa es su último caso, y por lo tanto suplica a su jefe que le dé unos días más para terminarlo. Más perseverante que nunca, poco a poco John arma el rompecabezas de la fracturada vida de un tal Billy Stoke a través de todo el país, conociendo a las personas que formaban parte de su pasado e invitándolas al funeral -entre ellas la hija a la que aquel abandonó cuando era pequeña-, de paso que empieza a liberarse de las rutinas que hasta ahora han gobernado su vida y empieza a vivir, por fin, aquello que en teoría llamamos la vida: prueba otra clase de comidas, pide chocolate en vez de té, se pone un jersey distinto, va al pub, queda con dicha hija en una cafetería...

Leer su título; revisar su argumento; mirar su cartel; reparar en su nacionalidad; o fijarse en la frase "Si tienes algo que decir a alguien, no dejes de hacerlo"; cinco cosas que cualquier espectador despistado puede hacer en la puerta de un cine mientras decide en qué sala jugársela. Prácticamente por inercia surge en cualquier cabeza racional una suposición sobre lo que cabe esperar. Y sí, es muy posible que se acerque a la realidad de un filme que, en cierto sentido, se define en las distancias cortas a través de esa misma rutina con la que se ha desarrollado la vida de John May. Ahora bien, a pesar de que es algo que asociado a un filme casi siempre adquiere un tono peyorativo, lo cierto es que no tiene por qué ser así.

Como por ejemplo ocurre en el caso de 'Nunca es demasiado tarde', un filme que ya sea por sugestión, ya sea por resultados, ya sea por ambas cosas hace gala de una rutina que, lejos de perjudicarla, realza lo equilibrado de su propuesta, y con ello, dota de firmeza a un mensaje que no le pesa ni a la propia película ni al espectador. Porque como ocurre en cualquier ámbito la rutina del día a día no tiene por qué repercutir en un mal trabajo, como no lo hace en esta la segunda película de Uberto Pasolini, productor antes que director quien desempeña la labor con la mesura y firmeza, la de un funcionario que sabe cuál es el procedimiento a seguir para con la instancia solicitada.

Leer su título; revisar su argumento; mirar su cartel; reparar en su nacionalidad; o fijarse en la frase "Si tienes algo que decir a alguien, no dejes de hacerlo"; cinco cosas que cualquier espectador despistado puede hacer en la puerta de un cine mientras decide en qué sala jugársela. Y sí, es muy posible que se acerque a la realidad de un filme que, en cierto sentido, se define en las distancias largas a través de esa misma garantía: la que ofrece una sensibilidad tan predefinida y legislada en donde, cuando el trámite se resuelve con sencillez y discreción como es el caso, la falta de emoción se compensa con la satisfacción de un trabajo bien hecho equivalente a realizar una gestión en vez de a perder toda la mañana.

Nota: 6,5

Por Juan Pairet Iglesias


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