'Jimmy’s Hall': Juntos, revueltos, cargantes
Y una vez más, salió a relucir el contundente humor de los programadores de Cannes. En LE festival, estas cosas también pasan. Especialmente ahí. La particularidad está en que estas ''internal-jokes'' a veces van dirigidas a los artistas que vienen hasta aquí para presentar su nuevo trabajo. ¿Alimentamos el cachondeo? ¿Les dejamos en evidencia? Que empiecen las comparativas. Cuanto más sangrantes, mejor. Para dejarlo claro: ¿fue casual que en una misma jornada coincidieran un título tan triste como 'Jimmy’s Hall' con otro tan rotundo como 'Leviathan'? De hecho, ¿cómo demonios puede ser que una película como 'Jimmy’s Hall' se colara en la pugna por la Palma de Oro? Fácil, porque venía firmada por Ken Loach. ¿Razón suficiente? No (o no debería serlo), pero si a la candidatura se le añadía la amenaza (más bien ''bendición'') de que ésa iba a ser el último filme del -incomprensiblemente- venerado cineasta británico, pues entonces no habría (ni la hubo) organización en el mundo (tampoco la de Cannes, por supuesto), que se resistiera a tamaña tentación.
Total, si ya pasó el año anterior con el improbabilísimo último trabajo de Steven Soderbergh (y en este caso sí que hay talento), ¿cómo no iba a darse lo mismo con el -vergonzoso- vencedor en 2006 del máximo galardón del cine de autor? Afortunadamente, el de Nuneaton gozó de pocos números (y efectivamente) para repetir hazaña (por mucho que después en la rueda de prensa se haya medio retractado de este supuesto adiós final). Al fin y al cabo, 'Jimmy’s Hall' es otro triste ejemplo de la tristeza en la que Mr. Loach lleva revolcándose desde hace tanto tiempo. Su nueva (no diremos ''última'') película es tan desangelada que hasta consigue lo imposible: que en una historia que transcurre en Irlanda, ni los viejos pendencieros de pueblo prueben una sola gota de cerveza. A lo mejor esto hubiera sido desmitificar a su amadísima clase obrera, y claro, hay que ser muy Margaret Thatcher para rebajarse a tales jugarretas. Pues nada, a abrir coca-colas y fantas para la fiesta de adultos... y ya verá usted lo bien que se lo pasan. En otras palabras, Loach ahora carga (nunca mejor dicho) con una especie de biopic dedicado a James Gralton, líder comunista irlandés que a la larga se convertiría en el único deportado político de dicho país. La cosa empieza como empiezan la mayor parte de grandes malentendidos: con un buen rollo que se diluye a la velocidad de la luz. Cuando el jazz se consolida como fenómeno de masas al otro lado del charco, en Isla Esmeralda hay un puñado de ilusos que creen que la idea cuajará igual de bien en su propia tierra... Y muy equivocados no andan, pues parece que la gente sí ve en este tipo de música esa vía de escape que el cuerpo le pide a gritos. Todo -mínimamente- bien hasta que aparece el aguafiestas de siempre. En la ficción fílmica, es un sacerdote que ve demasiada poca represión religiosa en estos nuevos planes nocturnos... aunque en realidad, una vez más, el culpable es el director, quien seguramente hasta entonces no debía haber visto demasiados argumentos para creer en su propia película. Al ataque el equipo Loach & Laverty. Una vez más. Con la táctica de siempre. Una vez más, claro que sí. Lo que hasta aquel momento era un tonto pero simpático divertimento de época, se transforma en el monstruo habitual. Una vez más, y perdón si me contagio de la pesadez. Vuelta al martillo pilón; vuelta a la retahíla interminable de discursos, tan planos; tan cerrados a contra-argumentos (y no precisamente por solidez de los suyos propios). Mientras, ni rastro de la trama, de los personajes, del mimo por la narración o técnica cinematográfica... La obviedad bidimensional, así como el esquematismo más tramposamente negligente también piden paso: ''El colectivo es bueno; el individualismo es malo.'' Lo sabemos. Lo sabíamos. Por increíble que parezca, esta argumentación tan pobre (tan triste, exacto) se alarga durante dos horas... de hecho, como casi siempre con Loach. Y así seguirá, seguro. En el futuro, sí. Qué paradójico, ¿verdad? Nota: 4 / 10por Víctor Esquirol Molinas