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'Dos a la carta': Ruralidad a la gironina

Vía El Séptimo Arte por 20 de noviembre de 2014

Por mucho que el sucio negocio quiera convencernos de lo contrario, el cine es, y siempre ha sido, esencialmente, otro (aunque único) medio para contar historias. Como tal, su éxito depende, primordialmente, de dos variables: el "qué" y el "cómo". Ambas se refieren, por supuesto, a lo mismo, es decir, al elemento originario que, al fin y al cabo, lo sustenta todo. La historia, para entendernos. A estas alturas del cuento (no sólo del que nos habla del séptimo arte) parece que entre todos nos hayamos convencido (muy erróneamente, cabe añadir) de que ya está todo inventado, descubierto y, por ende, narrado. De ser así; de estar la cartelera mundial monopolizada por remakes, secuelas, precuelas y reeboots (y que conste que no es así) sería entonces el momento perfecto para detenernos y reflexionar profundamente sobre el valor de esa segunda variable mencionada.

Al fin y al cabo, los libros de Historia (sin importar demasiado su campo temático) vienen llenos de gente que consiguió hacer de su nombre una auténtica referencia, "simplemente" a base de contar siempre lo mismo. Nótense, por supuesto, las comillas, pues como se ha dicho, la manera de presentar un producto ya vendido puede ser tan o más importante que la propia mercancía. Prima la originalidad, claro, pero también las filigranas ornamentales del envoltorio, así como la gracia con la que el comerciante nos convence de que necesitamos repetir la experiencia. El "cómo", ya lo ven, puede constituirse en excusa suficiente para probar suerte con un libro, un álbum o, faltaría más una película. Teniendo esto en mente toca hablar de la que se ha vendido como la "comedia gerundense de la temporada".

Llámese también "gironina", por eso de no ofender sensibilidades, que suficientemente calientes llegan algunas a la cita. Esto es importante: Si "Catalonia is not Spain", no menos cierto es que "Girona is not always Catalonia", por emplear la jerga al uso, aunque mucho más importante es no olvidar que éste es un mundo cada vez más globalizado. Que no extrañe pues ver convertidos los tics más provinciales del norte catalán en una especie de poti-poti donde lo bueno y peor de la cultura occidental moderna se dan cita para, por ejemplo, darse un baño en pelota picada o, también por ejemplo, montar un restaurante rural aprovechando el exilio forzoso provocado por el acoso de la mafia rumana. No pregunten, son cosas que pasan. Aquí, allí, en Barcelona, Madrid, Florencia o en ese lugar aparentemente tan cosmopolita... pero a la práctica tan reticente a la hora de sonreírle a cualquiera que no comparta su sangre: Girona (por aquello de nombrar nuestra réplica renacentista... y permiso concedido para reírse).

Hablamos, por cierto, de la nueva película de Robert Bellsolà, comedieta de enredos varios en que las nacionalidades se cruzan con la misma facilidad con la que lo hace la genética. Elemental: "Globalización", ¿recuerdan? Chúpate ésta, Empordà. Como mandan los cánones, cuanto más intrincada (y tonta) sea la trama, más cerca estará ésta de conseguir sus objetivos, humildes donde los haya, pero no por ello despreciables. Obviamente, de lo que se trata aquí es de hacer reír al respetable o, por lo menos, hacer que éste se olvide, durante la hora y media que dura la broma, de los problemas que tan pacientemente le estarán esperando a la salida del cine. A poder ser, con una sonrisa en la cara. Y por increíble que parezca, y por mucho que la originalidad y el talento, tanto en el ''qué'' como en el ''cómo'', brillen por su ausencia, al final del recorrido, 'Dos a la carta' consigue lo que se propone. Lo más curioso es que analizado fríamente, uno no acaba de entender por qué. Volvemos al principio; volvemos al ''qué'', al ''cómo'' y a la correcta conjugación de sus carencias.

Lo primero, ya está visto. Lo segundo, es decir, todo lo que tiene que hacer que el resultado final luzca, es de un nivel tan bajo que parece que estemos flirteando constantemente con el desastre. Interpretaciones, banda sonora, montaje, dirección... es como si cada uno de estos puntos mirara más hacia el que parece ser su verdadero hábitat natural. Esto es, la pantalla pequeña. La realmente pequeña, la regional; la que poco o nada importa más allá de sus estrechísimas fronteras. Se da, no obstante, un caso muy parecido al del alumno que, sin haberse empleado a fondo en ninguno de los capítulos, consigue aprobar el examen final de la asignatura. ¿''Cómo''? Rascando puntos en cada una de las preguntas. Resultado: no se puede afirmar que sepa exactamente sobre algo (lo que sea), pero tampoco que sea un completo ignorante. Somos unos mediocres, sí, y con esto nos conformamos. Con la voluptuosidad de Carolina Bang, con comprobar que Sergi López aun no ha explotado y, claro está, con cuatro chistecillos sobre vascos, catalanes e italianos. Así nos va, y así nos quedamos, con esa sonrisilla que no llega a risa. Tan insulsa como, admitámoslo, placentera. Cosas de la simpatía... y de la auto-indulgencia, sedantes y nocivas a partes iguales. Cosas de Barcelona, Madrid, Bilbao, Girona...

Nota: 5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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