Cuidado con Dinamarca, pero sobre todo cuidado con los habitantes de ese pequeño país nórdico. Lo que hacen la mayoría de seres humanos cuando tienen un mal día, es desfogarse con trivialidades -más o menos agresivas- que deben servir de válvula de escape. Cualquier tontería vale para dicho propósito: patear la primera farola con la que nos crucemos cuando vayamos por la calle, despotricar de algún famoso, ver un partido de nuestro deporte favorito, coger un mando de videoconsola hasta que los pulgares se queden planos, etc. Lo que hace un danés cuando está deprimido, es volcarse en cuerpo y alma en el mundo del arte. Novelas, obras de teatro, películas... todas las respuestas son correctas, mientras al receptor de dichas obras le entren unas ganas irreprimibles de cortarse las venas. Subamos ahora un peldaño, y asegúrense de que los niños no miren. Cuando Lars Von Trier se siente alicaído, concibe 'Anticristo'... y el público le recomienda el ingreso inmediato a un manicomio.
¿Y cuando está melancólico? Hace 'Melancolía'. Elemental. Dice la Real Academia Española de dicho término que es una "Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada." El típico estado anímico que experimenta Lars cada vez que toca reunirse con la familia. Hay degenerados que siguen pensando que encontrarse con los seres queridos (a razón de una boda, por ejemplo) es motivo de alegría. Pero en realidad, cada ser humano es un saco de egoísmo y malas intenciones, y hará todo lo posible para amargar la existencia a los que estén a su lado. No hay 'Celebración' posible, solo hay un caldo de cultivo putrefacto, del que no puede salir nada bueno. Primer ingrediente.
Lo que casi nadie sabe es que el concepto que da título a la película se atribuye también a un inmenso planeta azul, que atraviesa a toda velocidad el Sistema Solar... y que amenaza con colisionar contra la Tierra. El apocalipsis. Segundo ingrediente. Ya está todo listo para, tal y como la ha definido el propio director y guionista, "Una preciosa película sobre el fin del mundo." Lo nunca visto hasta la fecha en el cine de Von Trier ha conseguido un discreto aplauso en su presentación en sociedad en Cannes... y a un servidor le provocó algo que ninguna otra película de este genial autor había conseguido: frialdad absoluta. A ritmo de Tristán e Isolda, arranca esta ultra-pretenciosa y grandilocuente obra. Lo hace con un compendio de imágenes de brutal poder visual, que por estética y por temática (la relación del hombre con la naturaleza, la fantasía, la muerte...) bien podría ser una exposición de las one-frame-movies del fotógrafo Gregory Crewdson.
Se palpa algo grande en ese prodigioso prólogo, pero pronto empiezan a diluirse las buenas sensaciones. Dividida en dos capítulos (tan autónomos como dependientes el uno del otro), es imposible no pensar al principio en la ópera prima de Thomas Vinterberg, y filme fundacional del movimiento Dogma. Como era de esperar, la reunión familiar es la ocasión perfecta para que salgan a la superficie los conflictos entre los miembros. Lo que debía ser la noche más feliz en la vida de la joven y atractiva Justine (muy acertada Kirsten Dunst, que se ha revelado como una acertada alternativa a una Penélope Cruz que dio plantón a Von Trier, pero que no obstante ocupa el primer lugar en el apartado de "Agradecimientos Especiales" de los títulos de crédito... no lo descartemos como puñal envenenado por parte del danés), se torna en pesadilla asfixiante, merced a una madre que reniega del "feliz" enlace, de un padre inmaduro, de un cuñado irritante... Un sinfín de tormentos planteados de forma demasiado rápida y poco sólida, razón por la cual no dan todo el jugo que podría habérseles extraído en otras condiciones.
Se palpa demasiado la prisa en la sucesión de eventos. Quizás porque tiene que abrirse otro capítulo, con un argumento que aparentemente no tiene nada que ver con lo visto hasta el momento. Pero en realidad, el drama familiar ha servido para crear una atmósfera; un ambiente idóneo para hablar sobre un posible fin del mundo motivado por un cataclismo cósmico. Si antes nada escapaba al ojo clínico de Von Trier, ahora nos situamos en una atalaya bajísima -intimismo al poder-, para presenciar un espectáculo terrible de proporciones globales. Si antes había demasiada velocidad en el planteamiento de problemáticas, ahora hay demasiada pausa.
Es un juego de perspectivas enfrentadas brillante en el aspecto formal, pero débil en el emocional. El mundo al revés, si repasamos las obras maestras de este cineasta. El barroquismo visual y el aprovechamiento de la música son deslumbrantes. Nada que recriminar al empaque. No puede decirse lo mismo de un contenido marcado por un guión al que le cuesta marcar el tempo de una historia que promete, pero que no explota -metafóricamente- el poder destructivo con el que amenazaba este fin del mundo planteado de dentro hacia fuera. El punch tan característico de Lars, se quedó en una infame rueda de prensa en la que hasta hubo tiempo para simpatizar con Hitler. En ese escenario sí que nunca falla.
Nota:
6/ 10
Por Víctor Esquirol Molinas