Buscador

Twitter Facebook RSS

'Magical Girl': El estado de la ''cosa''

Vía El Séptimo Arte por 17 de octubre de 2014

Casi una década después, ya no hay dudas al respecto. España, ese país que ''iba bien'', es ahora el lugar donde ''la cosa está muy mal''. La cosa. Como quien habla de un superhéroe de las viñetas. La cosa, que cuando los profesores de lengua todavía tenían la dignidad suficiente como para al menos mirar a sus estudiantes a la cara, era la primera palabra prohibida del diccionario. Era la indefinición, la prueba más hiriente de la falta de léxico (o peor, ideas) por parte de quien estaba hablando / escribiendo. Hasta que todo se fue a la mierda. Por culpa de los de arriba, quienes sin pudor alguno siguen cargando toda la culpa a los de abajo, quienes al mismo tiempo se ven obligados a comerse ''la cosa'' día tras día. Se siente, para entenderlo hay que vivirlo. Se tiene que haber pasado, muchas veces, por el aro de ''Es que la cosa está muy mal...'', que más que una -cansina- constatación, se ha convertido en la excusa más cobarde de todas.

No te pago, te ignoro, te cierro la puerta en toda la cara... ''Porque la cosa está muy mal''. Ya. Quien no quiera darse cuenta, que al menos sea feliz en su -falsísima- burbuja. A los demás, nos quedan las opciones de siempre: maldecir o directamente blasfemar en arameo, tirarnos de los pelos hasta quedarnos calvos, subirnos por las paredes... La desesperación lo exige. Solo que a veces los tópicos son ciertos, y parece que aquello de que la crisis agudiza el ingenio no se dijo porque sí. La carrera cinematográfica de Carlos Vermut (dígase ya, encarnación de uno de los mayores hallazgos fílmicos españoles de los últimos tiempos) ha nacido y crecido de momento siempre bajo la sombra de ese tremendísimo bache multidimensional por el cual pasa (y no sale) nuestro país. Desde sus inicios en el cortometraje hasta llegar a la película que ahora nos concierne, este cineasta madrileño parece tener el propio concepto de la crisis tatuado en la mismísima frente. Como una herida (auto-infligida o no) cuya cicatriz no se borra.

Solo que el recorrido lógico (por así llamarlo) que nos dejan las pistas no nos llevan al punto que esperábamos. Qué quieren, al fin y al cabo dos más dos no siempre fueron cuatro. Pregunten, sino, a Monsieur Bonaparte, quien algo tuvo que ver con todo de esto. Una vez más, se siente (mentira), pero para entenderlo hay que vivirlo. A rebufo de esta idea avanza la verdadera trama de 'Magical Girl', película recubierta magistralmente con infinidad de capas, cada una de ellas distinta tanto a la anterior como a la posterior, pero al mismo tiempo de una complementariedad irrefutable dentro de un conjunto que, milagros de las matemáticas, y cuando parecía que no, acaba siempre sumando ''cuatro''. Y de nuevo, para entenderlo... ya me siguen, ¿no? Y si no es así, ahí va un relato cualquiera, de unos personajes cualquiera... que se ven envueltos en situaciones alejadísimas de lo que los cortos de mira entendemos por ''normal''.

Una niña acosada por la muerte (una constante en la corta pero intensísima carrera de Vermut) tiene un último deseo antes de irse. Su padre, por mucho que esté acosado por una situación financiera dramática (y desgraciadamente muy reconocible), se ve incapaz de negárselo... y a partir de ahí, se dispara un intrincadísimo (e híper-perverso) mecanismo de vidas cruzadas. Quedarse ahí sería, por supuesto, escarbar la superficie de la manera más inofensiva. Como si de un puzle se tratara, el director y guionista plantea el desarrollo de su nueva historia de forma artificialmente caótica, pero sin alejarse jamás de un tono que se descubre, a todas luces, revelador. 'Magical Girl', brutal consagración de aquel imprevisible talento que empezó a estallar con 'Diamond Flash', es, se mire como se mire, rara. Extraña, si se prefiere. Pero en su versión más gloriosamente coherente, porque no lo olvidemos, el objeto de estudio (basta de enigmas: hablamos de España) es igualmente raro (por triplicado, como no podía ser de otra manera).

Bienvenidos al lugar donde la cultura se valora a peso, y donde el status de la gente se define tanto por el tamaño de su deuda como, sobre todo, por el titular de ésta. La magia, fría y negra donde las haya, cae por su propio peso. La violencia lo invade todo (estaba escrito), concretándose así un brillante y modernísimo ejercicio de tauromaquia cinematográfica. El producto es, para bien y para mal, completamente nuestro (fruto de cada uno de nosotros, vaya), pero por su alquímica mezcla entre razón y pasión, sobrado de potencial para cautivar más allá de nuestras reducidísimas fronteras. Porque sí, habla de esa ''cosa'' llamada España, pero también de esa oscuridad tan -trágicamente- universal en el ser humano. Es un retrato de la crisis (económica, política, moral...), pero también una , que al mismo tiempo nos lleva, por puro ''2+2=4'', al de género (el neonoir, el thriller más clásico, el comic...) más raro, sí, pero a la vez más tóxicamente comprensible y, por ende, admirable.

Nota: 8 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

< Anterior
Siguiente >