En un caluroso día de julio de 1987, con la ciudad de Madrid vacía, Miguel un veterano articulista, temido y respetado a partes iguales, se cita en un café con Ángela, una joven y entusiasta estudiante de periodismo, dispuesta a hacer lo que haga falta -o esto cree ella- para hacerse un nombre en la profesión. Entre ellos, desde el primer instante, se desarrolla un duelo desigual entre el deseo, la inspiración, el talento y las perspectivas profesionales. Obligados a convivir en una jornada muy particular, envuelta por circunstancias que nadie hubiera podido prever ambos tratarán de sobrevivir al roce emocional.
El irregular David Trueba, a quien no obstante no hay que dejar de reconocerle un más que encomiable gusto por el riesgo, nos lleva de lleno a un escenario de lo más claustrofóbico, en el que encontramos una imagen por lo menos inquietante. Un periodista veterano y una joven estudiante encerrados en un cuarto de baño en el que el vapor lo empaña todo. Ni falta hace decir que tanto uno como la otra están desnudos. ¿Cómo han llegado a esta situación? Poco importa, ya que la prioridad es salir de la habitación, o mejor aún, conocer mejor a la persona con la que se comparte tan reducido espacio. Este es el modo que tiene Trueba para hacer avanzar su nuevo proyecto 'Madrid, 1987'. ¿Por qué esta fecha?
Por ser el año en el que el cineasta entró en la universidad, y por ser el año en el que España culminó la transición (su última hasta la fecha). Momento sin lugar a dudas confuso (¡Jesús Gil y Gil era el nuevo gurú del mundo del fútbol!), en el que los jóvenes se preguntaban ''¿Y ahora qué?'' y los viejos ''¿Y a mí qué?''. Habemus choque generacional. Un tema sobadísimo, pero que si se exprime bien, todavía da jugo, y desde luego mucho juego. Más aún si la propuesta está tan bien escrita y los actores están tan entonados, especialmente un José Sacristán que a ratos se come la pantalla echando mano de frases lapidarias y de un curioso y muy contagioso (da buena cuenta de ello la buena acogida de la cintas en su presentación oficial en nuestro país en el marco del Festival de San Sebastián) sentido de la comicidad.
El problema en esta cita planeada en circunstancias inesperadas está precisamente en el arma de doble filo que es la perfección de su texto, o mejor dicho, la búsqueda descarada de ésta. Es un claro caso en el que el autor se sabe inspirado, y lejos de querer ocultarlo (¿quién diablos lo haría?) se regodea en este estado de iluminación mental que si bien nos regala numerosos destellos de bienvenida brillantez, no menos cierto es que repercute en la naturalidad del resultado final. Esto es, una batalla dialéctica prolongada a lo largo de más de hora y media (tiempo en el que por supuesto a efectos prácticos tan solo aparecen dos personajes) cuyo propósito en demasiadas ocasiones parece ser única y exclusivamente el determinar quién de los dos contendientes tiene el intelecto más agudo, más allá de intercambiar sabiduría.
A pesar de todo, no faltan en esta obra ciertamente teatralizada toneladas de la mencionada sabiduría, tan típica del veterano en el crepúsculo de su carrera, como de la adolescente que no ha hecho más que salir del caparazón. La acidez y cinismo de uno se compensan a la perfección con la dulzura e ingenuidad (no exenta de mala leche) de la otra. Dos formas de entender el mundo; la vida (y yendo a un plano más regional, dos maneras también de entender este país de locos llamado España, bipolar donde los haya) aparentemente antagónicas pero que contra todo pronóstico se complementan para dar a luz a una nueva concepción, sin lugar a dudas más atractiva y enriquecedora que la original.
'Madrid, 1987' se trata pues de una velada tan atípica (al igual que la extraña pareja que nos la presenta) como divertida y con su correspondiente carga metafórica. Una guerra no-declarada a cargo de dos testigos de excepción de una época que marcó el presente en el que, para bien o para mal, estamos viviendo. Porque lo que aquí conocimos como ''la transición'' fue en realidad la constatación de lo convulso; del cambio; de las posiciones enfrentadas (una vez más el relevo generacional se descubre como el tema perfecto para alimentar la reflexión) como herramientas valiosísimas para mirar hacia delante. La confrontación entre el ''¿Y ahora qué?'' y el ''¿Y a mí qué?'' sirve también para construir (ya sea en un concurrido bar como en un hermético y andrajoso piso) un futuro siempre incierto, pero esperanzador, y captar algo tan complicado como un estado de ánimo en un lugar concreto, en un momento preciso.
Nota:
6,7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas