'La juventud' - Sssss, escucha
Con el italiano Paolo Sorrentino ocurre algo parecido a lo que ocurre con el norteamericano Terrence Malick. Da igual que lo que nos esté tratando de contar nos interese más o menos; o da igual que estemos yendo y viniendo continuamente de nuestras cabezas a lo largo de todo el metraje, que la belleza y poderío de sus imágenes serán más que suficientes para mantenernos expectantes; más que suficientes para que en su conjunto nos deje satisfechos; más que suficientes para que la ocasión haya merecido la pena. En resumen, más que suficientes para ser suficiente.
Después de 'La gran belleza'... después de un título como 'La gran belleza' siempre es complicado. Un paso complicado, y un momento delicado. Máxime cuando el siguiente filme se muestra tan espiritualmente conectado con el anterior. Ya no es sólo el cómo lo afronta uno mismo, sino también el cómo es apreciado por los demás. El factor sorpresa se reduce a la mitad mientras que las expectativas crecen hasta duplicarse y el reparto se puebla de (solventes) rostros amigos. Después de 'La gran belleza'... después de un título como 'La gran belleza' siempre es y será complicado. Pero, ¿y que hay que merezca la pena que no sea complicado?
Hay vida más allá de la silueta de Madalina Ghenea que adorna su cartel, y hay belleza más allá de la silueta de Madalina Ghenea que se adueña del que sin duda será su momento más recordado. También hay encanto más tras los muros de este hotel que la que había en aquel pariente lejano llamado 'Langosta'. A Sorrentino y a Malick no sólo les une su majestuoso espíritu plástico. Lo insolente, ampuloso y ostentoso se dan la mano en esta ópera barroca dónde cada pequeño gesto no es más que la punta del iceberg de un todo, se sugiere, tan condenadamente complejo como a la vez condenadamente vacío. Tan bello, tan irritante; tan frustrante, pero tan bello.
'La juventud' es bastante más irregular que 'La gran belleza', al mismo tiempo que, puestos a comparar, carece de su equilibrio y sus excesos, caprichos y ambiciones chocan más a menudo con la realidad, la pantalla y el espectador. Es en apariencia un filme más calculado, también más artificioso o cauto, y que parece obligado a reivindicar en todo momento su aparente grandeza, cualidad (o marca de fábrica) que ofrece tan buenos instantes como tan caros se cobra según que favores. Tanto monta que monta tanto, que cuando al fin por fin aparece Madalina Ghenea todos nos olvidamos por un momento de cualesquiera que sea cualquier otra cosa de este mundo.
Acto seguido, sin solución de continuidad, la que aparece en escena es Jane Fonda para devolvernos al fango definiendo así la circunscripción de lo último de Sorrentino. Este melancólico y apesadumbrado choque de opuestos, este preciosista juego de espejos de apariencia reflexiva en torno al arte, el tiempo, la vida y su puñetera madre constituye una elegante imitación de primerísimo nivel en su lujosa simpleza ornamental. Imposible de amar, de odiar; imposible dejar de mirar y no sentir con irritación un profundo respeto acompasado, en la oscuridad de una proyección que ya languidece, por la sonoridad del 'Just (After Song of Songs)' de David Lang.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
Diría que es una película donde los momentos de inspiración sobresalen por encima de su irregularidad, disfrutable sin duda más allá de la silueta de Madalina Ghenea aunque tal vez menos redonda de lo esperado.
Eso es.
Le doy un 8.
7 y que cuperpazo de Mãdãlina Ghenea.