Esta es la historia de un hombre que sube hasta lo más alto de un edificio y, una vez allí, se arroja al vacío. Las razones de este acto aparentemente suicida no quedan claras o, al menos, no se desvelan hasta bien llegado el tramo final. Allá nos dirigimos, y para ello nos centramos, como no podía ser de otra manera, en la caída. Mientras ésta dura, tanto al señor como a nosotros nos sobra el tiempo para llegar a varias conclusiones. La primera es que la distancia (en el caso que ahora nos concierne, 400 metros) no sólo se rige por aquello que dictamina el Sistema Internacional, sino que también puede medirse por segundos (los 30 que transcurrirán antes de que el protagonista se convierta en puré) o por pisos (tres cuartos de lo mismo, pero con 102). La segunda, y seguramente la más importante, es que los momentos que preceden a la más que probable muerte pueden alargarse hasta convertirse en una especie de limbo infinito en el que a la mente le dé hasta para auto-engañarse... Hasta llegar al mantra de Kassovitz:
''Hasta ahora, todo va bien... Hasta ahora todo va bien...'' Hasta que... eso mismo.
Para seguir explotando la historia, y antes de llegar a la moraleja, tracemos una simple analogía.
El señor que escala para librarse a su atracción hacia el vacío es el sistema financiero (de Estados Unidos, de occidente, del mundo...), y por muy mal que pueda llegar a caernos (perdón), sabemos que su muerte va a ser una auténtica catástrofe. Porque va a dejar la calzada hecha un pringue, cierto, pero también porque va a aterrizar sobre un montón de peatones inocentes. Con todo esto en mente, rebobinemos de nuevo esa centena de pisos y miremos alrededor. Ralentizando la acción, nos damos cuenta de que esta escena de terror vertiginoso en estado puro la están presenciando, con total atención e impasibilidad, un centenar de ojos. Éstos corresponden a los de los agentes de policía, a los bomberos, a los representantes de los servicios sanitarios... a todos aquellos, en resumen, que en primer lugar deberían haber evitado que el tipo se tirara. ¿Y dónde estaban cuando esto sucedió? Ya se ha dicho, estaban justo ahí. Mirando. Entonces, ¿se puede saber por qué diablos no hicieron nada al respecto? Bueno, pues...
Porque al principio quizás pensaron que se trataba todo de una broma. A ver, el hombre gozaba de un estado de salud (física y mental) envidiable, y jamás había dado ni manifestado ningún tipo de problema. ¿Por qué iba a romper ahora la dinámica? Porque vaya, a la hora de la verdad no iba hacer nada... ¿no? Vale, pues nada. Inmediatamente después tocó auto-convencerse de que alguna buena razón debía haber detrás de aquella locura... Porque en el fondo, muy en el fondo, los cien ojos creían que al final algún tipo de intervención divina iba a evitar la desgracia. Como dijo el genio, ''Lo que nos mete en problemas no es lo que sabemos, es lo que sabemos con seguridad pero que no es así.'' Y así fue. En la última milésima de segundo, sólo hubo tiempo para empezar a gritar… y para recordar que tiempo ha, cuando el puré humanoide ni siquiera se había subido al ascensor, un puñado de imbéciles lo apostaron todo a que el individuo acabaría como, efectivamente, acabó.
Qué risas aquellas, cuando se oyó por primera vez dicha predicción… qué fácil fue, en aquel entonces, subirse al carro de la ludopatía… Y qué cara de tontos se nos quedó a todos después.
Ahora sí, las moralejas. La primera de ellas la reciclamos del documental más imprescindible del año 2010, 'Inside Job': perdámosle, de una vez por todas, el miedo a los logaritmos, a las fluctuaciones de divisas y a los índices de las borsas. La economía es mucho más sencilla de lo que quiere aparentar. Tanto que el funcionamiento de sus mecanismos supuestamente más complejos podría comprenderse hasta siendo explicados por Margot Robbie... mientras se baña en un jacuzzi (
en serio, qué risas... y qué incomodidad). ¿Que no? ¿Doblamos la apuesta y confiamos ahora en las aptitudes pedagógicas de Selena Gomez... jugando al blackjack? Hagámoslo. Juguemos. Al fin y al cabo, y por muy surrealista que haya podido sonar, la historia del principio se ha entendido a la perfección, ¿no? Pues entonces no habrá ningún problema en seguir a Adam McKay (y por consiguiente, ya no deberían quedar dudas existenciales concerniendo al maldito estallido de la burbuja de las hipotecas subprime) en
'La gran apuesta', que dígase ya, es una de las mejores comedias del año pasado. ¿La mejor? A saber. ¿La más importante? Sin duda.
No sólo por el tema tratado (insistamos, ni más ni menos que radiografiar las bases de la crisis en la que hará ya casi diez años que estamos sumidos) sino sobre todo por la forma de abordarlo. Se impone, ante todo, la conciencia de causa, y claro, con esta actitud,
manda la más clarividente de las locuras. ¿Que el montaje está demasiado acelerado? Claro, faltaría más, pero llámese todo por su nombre; hablemos, por ejemplo, de narración frenética, que transforma la desesperación del agotamiento en pura genialidad. La manera de contar historias que se merecían, en definitiva, los tiempos del neoliberalismo más desenfrenado, aquellos que
confirmaron al billón de dólares como unidad de tiempo universal; aquellos que convirtieron la dogmatizada avaricia de Gordon Gekko en un chiste más; aquellos que tuvieron su zenit en aquella famosa coña: ''¿Cuál es la diferencia entre Las Vegas y Wall Street? Que en Nevada a los perdedores no se les devuelve el dinero''. No en vano, la acción de 'La gran apuesta', presentada casi como si de una heist movie se tratara, bascula entre ambos escenarios; entre ambos vacíos espirituales (la puta crisis, no lo olviden, es sobre todo moral).
El alma la pone, quién iba a decirlo, un Hollywood en el que, de repente, puede volverse a depositar la fe. Y todo esto sin que nadie tenga que renunciar del todo a la comercialidad; sin que lo didáctico esté reñido con el entretenimiento. La jugada es prácticamente perfecta.
Ryan Gosling, Christian Bale, Steve Carell y Brad Pitt (entre otras muchas caras por las que suspirar) ponen el nombre (y el dinero) en un cartel que lejos de verse desbordado por el talento que maneja, crea entre sus muchos inputs un círculo virtuoso, suerte de simbiosis en la que cada pieza se beneficia del rendimiento de las demás. Justo como debería funcionar cualquier economía no-especulativa. Así, a cada intérprete le sobra tiempo para ofrecernos algunos de los (pequeños/grandes) momentos más inspirados de su carrera, mientras
el innegable talento cómico de McKay no para de revalorizarse. Hasta entrar en una nueva dimensión. 'La gran apuesta', especie de combinación entre la lucidez indignada del documental de Charles Ferguson, antes citado, y la acidez (igualmente inteligente) del Armando Ianucci de 'In the Loop', es rematadamente divertida, sí, y sus bromas funcionan como un reloj suizo, también... pero básicamente porque son conscientes de la broma colosal en la que residen. En otras palabras,
es más cómica (y estremecedora) cuando más se acerca a una realidad la cual, echando la vista atrás, resulta más y más irreal.
Durante las más de dos horas de charlas, broncas y lecciones más o menos magistrales,
la cuarta pared se destruye con la misma facilidad con la que se rescata a un banco, la veracidad del relato se derruye en honor a la bestia fraudulenta que es su objeto de estudio, la idiotez de mezcla con la maldad y todo lo que entra por el oído se solapa. Por encima del dibujo algo errático de los personajes, queda la altísima definición con la que se nos presenta el paisaje por el que pululan.
Por encima del mundanal (e híper-grotesco) ruido, sobresale una voz que sea seguramente la de la conciencia. Al final, hasta nos quedará un poco de esperanza. Todo se fue a la mierda, de acuerdo, y el cabrón que se arrojó al vacío se recompuso del golpe, y los cien ojos volvieron a lo suyo, y los que se las dieron de héroes, se dieron cuenta de que estaban tan de mierda hasta el cuello como los cerdos a los que intentaron desplomar. Sí a todo... pero al menos pudimos, ahora sí (y no es premio menor), echarnos unas buenas risas a costa de todo esto. Con cara de tontos, faltaría más, pero a cambio sintiéndonos un poco más inteligentes. Gloria bendita.
Estamos, por cierto, a pocos años (o billones de dólares) de que la amnesia colectiva nos impida distinguir el testigo histórico (que esto es lo que ha firmado aquí McKay) de la caricatura. Ya verán entonces qué gracia.
Nota: 7,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
Exactísimamente.
Me gustó un poco mas que Spotlight y el Renacido (Dicaprio no me convence, queda eclipsado por su contraparte), era mi favorita.
8.5
Quizá sea difícil comprender absolutamente todos los conceptos financieros de los que nos habla la película, pero gracias a sus originales y trabajadas explicaciones, la mayoría quedan claros. Más allá de su labor informativa, como película es endiabladamente entretenida e incluso, pese a la gravedad del tema, en algunos tramos muy divertida. El espectador se siente rápidamente identificado con un grupo (en ocasiones conjunto, en otro de historias cruzadas) de lo más variopinto, deseando que todo explote y los que se ríen de ellos se queden con un palmo de narices. Lo malo, es que, ellos se forrarán, pero mucha gente se quedará sin nada. Y encima, como todos sabemos, los reales culpables, no serán quienes lo paguen. Mordaz forma de contar la historia de algo extremadamente dramático y hacerlo con humor. Eso no quita que a uno le vuelva a inundar una sensación de rabia e impotencia.
Destacar dentro de un buen y famoso reparto, a un gran Steve Carrell, para mi el personaje más rico y la mejor interpretación.
Nota: 7'2
Maldita farsa. Nota: 7.
La especie humana es capaz de lo mejor y de las más absolutas indecencias; una de las más gordas de los últimos tiempos fue la crisis económica de 2008, que empezó en Estados Unidos y se contagió a escala global.
Adam McKay ahora, a fecha 4 de febrero de 2019, es visto como un director en alza tras esta película y 'Vice'; yo cuando supe de la existencia de este proyecto dudaba de si iba a estar a la altura de un repartazo viendo su currículum previo. Esta película y esta reseña van básicamente de lo mismo: demostrar que estoy equivocado, aunque yo he ganado y en 'La gran apuesta' nadie gana.
He ganado porque Adam McKay ha sabido llevar a un reparto que acumulan tantos elogios durante años que abruman, quien sabe si con otro director la cosa hubiese sido mejor, sin embargo McKay estuvo a la altura y el reparto principal funciona sin fisuras, con la estimable aportación de algunos secundarios como los dos chavales (Finn Wittrock y John Magaro) que acompañan a Brad Pitt y la ayuda de algunos famosos en unos cameos bastante ingeniosos. Esta es básicamente una cinta de interpretaciones y buena parte del plantel actoral mantiene con vida el filme.
La otra lectura es que aquí no hay realmente ganadores. Habrá gente que tuvo la visión de ver lo que se avecinaba y sacó provecho, pero el coste de una catástrofe económica como esta fue muy doloroso. Eso es lo que pasa cuando el ser humano adora el dinero por encima de todas las cosas, acaban transformándose en cosas espeluznantes que pueden llevarse por delante la estabilidad de muchas vidas.
Ya veremos si la historia se repite o no.
7