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'La felicidad nunca viene sola': El irresistible encanto del crápula

Vía El Séptimo Arte por 02 de agosto de 2012

En plena revolución hormonal, y dado el poco -por no decir nulo- éxito con el sexo opuesto, servidor hizo aquel dolorosísimo ejercicio que implica plantearse preguntas que solo llevan a la amargura. En aquel caso: ¿Por qué coño no me había visto jamás en la situación de tener que ponerme un preservativo en mi tercera pierna? ¿Por mi falta de atractivo? ¿Por mi total inoperancia ante la presencia de una chica por la cual me sintiera atraído? ¿Por mis políticas de recorte en el gasto de desodorante? Un poco de todo. Es evidente que el romanticón del corazón partido carga con la mayor culpa de sus penas, sin embargo, hay factores externos que pueden decantar la ya de por sí truncada suerte del poco afortunado en el amor.

Véase por ejemplo la existencia de una raza superior que se empeña en jugar en la misma liga que el resto de mortales, dándose así una clamorosa situación de desigualdad que lleva a la amplia mayoría a luchar por no descender de categoría... mientras este puñado de tocados por la gracia divina se lleva una Champions cada vez que, por ejemplo, pisa una discoteca. Estos afortunados son los llamados ''crápulas'', aquellos vampiros del ligoteo que jamás se dejan ver antes de las tres de la madrugada, hora en la que aprovechan para robar los frutos que otros han ido madurando. Una sonrisita aquí, un chiste malísimo pero fácil de entender allá, un movimiento grácil de baile más allá, et violà. Parece fácil.

Siguiente parada: ''¿En tu casa o en la mía?'' En un abrir y cerrar de ojos, ha caído otra presa... y otro pobre perdedor vuelve, una vez más, desconsolado al punto de inicio. El protagonista de 'La felicidad nunca viene sola' (a primera vista un horrible título que, con mucha razón, tirará atrás a más de uno, pero que en realidad está mejor pensado de lo que parece) es uno de estos causantes de que muchos fieros combatientes volvieran a sus hogares y se encontraran con una cama más fría que el discurso de inauguración de los Juegos Olímpicos por parte de la Reina Isabel II de Inglaterra. Sacha, es un golfo cuyas dotes musicales se las rifan las grandes empresas de su país, y que tiene la máxima de ''una alianza en el dedo anular equivale a imposiciones''... imposiciones a las que obviamente no está dispuesto a hacer frente. Miedo al compromiso; miedo a ser fiel a una sola mujer; miedo a tener críos, y un larguísimo etcétera.

No hay dudas al respecto: Sacha es un crápula de manual, y no hay absolutamente nada que pueda hacerle cambiar de filosofía. Y es que todos nos jactamos de lo buena que es la vida del solterón -y lo es-, pero en lo más hondo de todos nosotros respira un patético calzonazos. Una prueba de ello es 'La felicidad nunca viene sola', cuyas casi dos horas de metraje pueden resumirse en la paulatina transformación de un fiestero lobo solitario en un mandado a las órdenes de una MILF y de su troupe de mocosos de energía inagotable. Sobre el papel, el proceso es algo patético, porque como dijo aquella famosa pareja de animales, así se pierden las ''juergas de león'', constatándose así que el coste de oportunidad (aquella palabrota que usan constantemente las personas más malhabladas del planeta: los economistas) se dispara cuando alguien toma la complicada decisión de embarcarse en una relación sentimental. Patético, cierto... pero también tierno, y divertido.

James Huth, experto en crapulismo e infravalorado director francés al que en ningún momento de su peculiar carrera puede recriminársele cobardía o poca implicación con sus -personalísimos- proyectos, firma con 'La felicidad nunca viene sola' su mejor trabajo hasta la fecha... y una de las comedias sorpresa de la temporada. Sorpresa agradable, se entiende, al sacarle insospechado partido a una historia cuyo esqueleto argumental (chico conoce a chica; chico y chica se enamoran) hemos visto centenares de veces antes. Quizás por ello lo empeña todo en el carisma de la pareja protagonista. La apuesta no tarda demasiado en descubrirse como una garantía total de éxito. Los enamorados cargan con todo el peso el de este filme fresco y enérgico, y a su espalda, éste parece ser inferior al de una pluma. Hablamos de química y de toneladas de encanto, incluso por parte de una Sophie Marceau que se mueve como pez en el agua en su papel de desbordada y patosa madre semi-soltera.

Aunque la auténtica estrella de la función es sin lugar a dudas nuestro querido crápula en proceso de conversión. Gad Elmaleh, con su desbordante pedigrí real fuera del plató, toma el control de la situación y se revela como una fuerza humorística sobrenatural. Con escenas como en la que el empedernido ligón se ve obligado a coger -de la forma menos ortodoxa- a un niño sin despertarlo, el slapstick de los grandes maestros revive en la imagen de esta bestia parda que canta, baila, hace virguerías con su cuerpo, derrite con su mirada, arranca sonrisas con sus muecas, y hasta se desenvuelve a la perfección en las batallas dialécticas. Si Huth en su día supo potenciar la vis cómica del ahora oscarizado Jean Dujardin (por aquel entonces, irreconocible en su papel de surfero fanfarrón en 'Brice de Nice'), ahora se ha lucido formando una dupla de lujo junto a Elmaleh. Y a pesar de que en el camino efectivamente se hayan perdido las juergas de león en pos de un mensaje azucarado, no deja de ser una gozada asistir a uno de esos rarísimos fenómenos cinematográficos que son las comedias románticas que tienen -muchos- más argumentos más allá de un puñado de nombres mediáticos en su cartel.

Nota: 6,5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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