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'La bella y la bestia': Bella y -ridículamente- bestial

Vía El Séptimo Arte por 13 de marzo de 2014

Como en casi todos los demás festivales, cuando por fin llegó la última jornada de la Competición de aquella 64ª Berlinale, los asistentes más asiduos, a excepción de cuatro yonkis mal contados, estaban pensando en volver a casa, más que en cualquier otra cosa. Culpa, principalmente, del poco aguante de la parroquia... y de la sesión maratoniana de películas implícita en cada cita como esta, claro. Todo juega en contra. El caso es que el agotamiento suele ser el denominador común, por lo que no es de extrañar el que la organización de turno conceda un respiro al, por aquel entonces, exhausto cerebro del pobre cinéfilo. ¿Qué mejor, pues, para rematar un gran certamen que una película que incite a la desconexión neuronal? Dicho y hecho ¿Con qué filme nos despedimos aquella vez del Palast? Con 'La bella y la bestia', nueva (y enésima) adaptación cinematográfica del clásico de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont.

Y efectivamente, los programadores cedieron el honor (?) de la clausura a una película alejada de lo a priori considerado como cine de autor (ahora entramos en esto), ideal para reavivar, una vez más, los debates snobs concerniendo esa duda existencial que rodea a este tipo de certámenes desde prácticamente sus orígenes. Para entendernos, ''¿Qué -diablos- hemos venido a hacer aquí?'' Respondamos como aquel que intenta que no se note que no tiene ni pajolera de qué va el asunto; respondamos con otra pregunta: ''¿Acaso tanto molesta ver en uno de los templos del séptimo arte la presentación de una producción tan cercana al prefijo ''súper-''? '' Pues la verdad es que un poco sí. Descoloca, más que nada. Pero no está de más recordar que ya no nos encontrábamos en la Competición, propiamente dicha, y que, tal y como anunciaba su cometido en el programa, de lo que se trataba aquí era de empezar con las despedidas, que como en todas las grandes ocasiones, deben ser largas, pero sobre todo placenteras.

Por ejemplo, el año anterior pocas quejas hubo (todo lo contrario) en ese mismo escenario cuando desembarcó el equipo de DreamWorks Animation con 'Los Croods. Una aventura prehistórica'. Milagros de Nicolas Cage, sí, pero como se ha dicho, también la bocanada de aire fresco que supone el ver, después de tanto documento social y ensayo (auto)reivindicativo (egos, en definitiva), una película alejada de cualquier pretensión más allá de la noble voluntad escapista de llevarnos a un mundo mucho más atractivo de este que nos ha tocado vivir (tarea fácil, a simple vista). Es quizás por esto que lo nuevo de Christophe Gans (sí, volvemos a 'La bella y la bestia') no acabó de cuajar, y dejémoslo ahí, por aquello de no hacer leña del árbol caído. Primero porque, ironías del destino, esto es, les guste a unos o no, cine de autor. Quizás no ''en estado puro'', pero sí al menos en una fase germinal que no debe menospreciarse.

Para bien o para mal, la mano del cineasta detrás de trabajos como 'El pacto de los lobos' (hablando de grandes proyectos europeos) o 'Silent Hill' (¿la única adaptación buena que el cine le ha ofrecido al videojuego?) se nota en cada plano, en cada encadenado y en cada resolución. En el tránsito entre el clásico de la Disney y el de Jean Cocteau (con especial predominancia de éste segundo), se recupera el gusto por el cuento clásico (así como por su narración igualmente clásica), y lo (sobre)cargado se descubre como irrenunciable firma, en lo que es una descontrolada fiesta donde lo barroco cede encantado, y a las primeras de cambio, ante el rococó. Segundo, la apuesta del director es tan fuerte, y éste se empecina tanto en ella, que el producto acaba muriendo víctima de su propia naturaleza. Ahogado en el exceso. Es, eso sí, uno de esos desastrillos fílmicos con los que cuesta cabrearse del todo.

Al fin y al cabo, siempre se percibe en él una valentía y un inconformismo que, por qué no admitirlo, nos dejan algún que otro momento de gran belleza visual / conceptual. Por desgracia, el ridículo acaba confirmándose en la mayoría de ocasiones... y eso que Eduardo Noriega, para mayor decepción de los más sádicos (somos lo que somos), decide hacer gala de un francés que ya quisieran todos los estudiantes de este ilustre país. Por lo demás, se confirma que Abdellatif Kechiche está dando saltos de alegría ante el nuevo proyecto de su ''amiga'' Léa Seydoux, que Vincent Cassel no puede (ni quiere) esconderse ni debajo de toneladas de maquillaje y horas en la sala de posproducción, que la detestable 'Alicia en el País de las Maravillas' de Tim Burton, de momento, ha hecho más daño que cualquier otra cosa, y que el cine del viejo continente, para bien o para mal, cuenta con la técnica y ambición (también) suficientes como para no amedrentarse a la hora de probar con modelos que, hasta no hace mucho, parecían totalmente fuera de su alcance. ¿Conquista? Sin duda. ¿Esencialmente ridícula? También. Aunque poco importa, pues la fantasía, en parte, funciona así.

Nota: 5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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