'Invencible (Unbroken)': Louis ''Jesse-Helt'' Zamperini
Esta crítica está basada en hechos reales... así que, por favor, sé indulgente con ella. Hará medio año, la cantante Miley Cyrus, que es muy bella, inteligente y virtuosa, ordenó a su séquito de esclavos que salieran a la calle y que le buscaran a un vagabundo. Pero no a uno cualquiera. A uno muy guapo, que luciera bien ante las cámaras... pero no tanto como ella. Sus súbditos prefirieron no preguntar ''por qué'', pues a esas alturas confiaban plenamente en el criterio de su maestra. Ella sabría lo que se hacía... y efectivamente. Cuando llegó la hora de recoger su premio en los Video Music Awards, la diva decidió que la estatuilla la iría a recoger su nueva adquisición, que llevaba por nombre, Jesse Helt. El mundo (del petardeo) quedó deslumbrado. Por la guapura de aquel chaval, está claro, pero sobre todo por el mar de lágrimas vertido por Miley, quien casualmente se había puesto, para presenciar la escenita, en una posición nada discreta. El realizador aplaudió hasta que le sangraron las manos, y todo lo que vino después, poco o nada nos interesa ahora mismo.
El caso es que quedó patente, una vez más, que sigue habiendo esa convicción (al menos por parte de las estrellitas) consistente en que el atajo más rápido para llegar al corazón del gran público, es el de la lágrima. Poco importa que ésta sea fácil. Qué diablos, el espectador medio es un flojo bobalicón con especial predilección para con este tipo de barateces sentimentaloides. Y ya se sabe, el beneplácito del populacho puede ir acompañado del académico, y con éste último, a uno se le abren las puertas del Olimpo. Angelina Jolie nació ahí mismo. De hecho, seguramente lo construyó ella, pero como es una persona tan humilde y cercana a los problemas de los pobres mortales, de vez en cuando ve necesario bajar de sus divinas alturas para echarnos una pequeña ayudita. Si además nosotros tenemos la decencia de darle las gracias (por librarnos de nuestra ignorancia e insensibilidad), entonces el mundo se habrá convertido en un sitio un poco mejor en el que vivir. 'Invencible', segunda aventura como directora por parte de Angelina Jolie (después de la indignantemente desastrosa 'En tierra de sangre y miel'), tiene todos los elementos para erigirse en una nueva cima de la lacrimógena cinematográfica de prestigio. La última etiqueta podría (o debería) ponerse entre comillas, pues viene dada por algo tan vulgar como el dinero y, seguramente, una serie de favores cobrados. Hablemos, por ejemplo, de Ethan y Joel Coen, o de Alexandre Desplat, cuyos nombres (no está tan claro que pueda decirse lo mismo de su talento) figuran en los títulos de crédito del filme que ahora nos ocupa. Hablemos también, y por supuesto, de una historia basadísima en hechos reales, tal y como los títulos de inicio (y los finales, casi a modo de prueba pericial en un juicio ético del Hollywood de toda la vida) se encargan de recordarnos. Ante esto último, no tarda en confirmarse la mala noticia de casi siempre en este tipo de producto. Y es que tal y como suele suceder con las películas que trabajan con temas supuestamente comprometidos, la persona detrás de ellas acostumbran a ver dicha tesitura como una excusa, y no como la responsabilidad que debería ser. En el caso de 'Invencible', la historia nos sirve, grosso modo, un ejemplo encomiable de tenacidad y superación, que son, tengámoslo en cuenta, dos de los pilares sobre los que se asienta el erotismo moral de occidente. En este sentido, no es casual que sin haber superado todavía los primeros treinta minutos de metraje (en un total de más de dos horas y cuarto, peligro), se hayan repetido ya, casi hasta la saciedad, mantras tan saciados en sí mismos como ''Quien lucha sin descanso, triunfa'', ó ''Tienes que creer...'', ó ''Un momento de dolor compensa una vida de gloria'' (¿o era al revés?). El compendio de eslóganes de autoayuda (que podrían haberse encontrado perfectamente en cualquier posavasos de cualquier bar de mala muerte) es al mismo tiempo la mejor (o peor, según como se mire) carta de presentación de 'Invencible'. No se trata de la incontestable contundencia del mensaje, sino de la falta de sutileza a la hora de lanzarlo... una y otra vez, para así pulir (casi hasta alcanzar la perfección) el arte de la paliza. Louis Zamperini, atleta olímpico en los Juegos de Berlín, se alistó poco después de éstos, a las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Durante el conflicto, y después de un calvario de casi cincuenta días en altamar, fue preso por las tropas imperiales japonesas, las cuales, como sabemos, en sus días de mayor inspiración, podían hacer parecer a los nazis como unas auténticas hermanitas de la caridad. Por supuesto, las puertas del infierno se abrieron de par en par para el pobre Zamperini. Malos tratos a nivel físico y moral. Día sí, día también. Sin rayo de luz vislumbrable al final del túnel. Afortunadamente para él, la vida le tenía una última sorpresa guardada; una especie de última -y merecidísima- tregua... morirse antes de asistir al preestreno de 'Invencible'. Y perdón si este texto se ha contagiado de la falta de sensibilidad de la máxima responsable de este despropósito. Más allá de algún que otro tramo mínimamente bien llevado (el de los 45 días de via crucis marino, y pare de contar) o de algún momento en concreto cuya -limitada- potencia es atribuible más al músculo financiero de la producción que no a cualquier indicio que huela lo más mínimo a autoría, 'Invencible' destaca sólo por su alarmante falta de personalidad, además de por su cansina reiteración de un mensaje virtuoso, convertido rápidamente en una tortura dirigida hacia el patio de butacas. El crimen se agrava cuando uno entiende que Louis Zamperini se ha convertido en el Jesse Helt de alguien empeñado en que el mundo entero vea lo bien que llora. Debería haber lágrimas, sí. De emoción, de tristeza, de esperanza... pero a la práctica sólo asoman las de los bostezos. Es tal el descaro y el maniqueísmo con el que el filme incide en el sufrimiento humano (así como en la posibilidad final de redención), que en más de una ocasión da la sensación de ser una auto-parodia... aunque claro, para esto último se requiere una inteligencia y/o salud mental de las cuales Angelina Jolie (por lo que atestiguan sus dos trabajos como directora) parece carecer. Nota: 3 / 10por Víctor Esquirol Molinas